Osados años los de antes, con tensiones y presiones, con esperanzas
e ilusiones, con mucho pose y talante...
La Praviana fue uno de los más famosos lugares de San Salvador durante tres décadas,
y la conocí por vez primera cuando tenía nueve años. ¿De dónde vino el nombre? Hay varias
versiones, pero casi todas aseguran existió un bar pionero con ese nombre. Ya antes
del suceso que me pasó y me llevó a conocerla, había vagado por allí empujando mi rim
de bicicleta a plena luz del sol sin haber notado nada extraño. De día cientos de almas
inocentes caminaban esas cuadras sin saber, o sabiendo, lo que las noches de fin
de semana ocurría allí. Para entonces La Praviana no era un local específico sino una
zona, era un Templo dedicado a Baco.
En los inicios de los años sesenta La Praviana abarcaba quizás dos o tres manzanas
al norte del centro de San Salvador, que para entonces contaba 200 a 300 mil habitantes,
o sea que aún existían la Finca de Guadalupe y su polvosa cancha de fútbol donde me
quebré tantos mascones, El Campo de Marte con su piscina y su kindergarten del cual
soy orgulloso ex-alumno, el Polvorín y los Pipiles del Viejo Piche... en fin, San
Salvador aún no era el hoy monstruo urbano en que la guerra lo convirtió. En mis vagancias
siendo un "cipotillo" en esos años, mis linderos de ese San Salvador fueron:
Al Norte La Colonia Atlacatl, al sur La Colonia Luz, al Oriente La Terminal de Oriente,
y al Poniente la Colonia Escalón. Pero teniendo La Praviana tan cerca nunca había estado
en ella de noche y los machos casi no hablaban de ello en mi presencia. Y era porque
estaba muy "chiquito" para saber de ello. Se me mantenía secreto el hecho
que mi tata, mi hermano mayor, y casi todos los "machos" del mesón y del
barrio donde vivía siempre iban los Viernes y Sábados allí. De metido entre la plática
de los machos, una vez oí su nombre por vez primera y, aparte, le pregunté a un hermano
que se iba a hacer allí y me dijo que "a marcar tarjeta", ¡Ah!, Dije, como
dando a entender que entendía lo que no comprendí.
El sueño común: Un ideal alimentaba el deseo de vivir, y aquella actitud
de reñir, coqueteando siempre al mal...
Quizás eran como las diez de la noche de un día Viernes de los 60s, -"bien
noche" para los tiempos- cuando un incidente particular me llevó a conocer este
lugar de noche, a mi corta edad de nueve años. Aunque para entonces ya conocía San
Salvador de día, esa noche me di cuenta no lo conocía de noche. En una de las muchas
calles, llegué a una concurrida con grupos de gente, mariachis, tríos y mujeres con
abundante maquillaje y elegantes. A ambos lados de la calle había casas con luces
encendidas y música a todo volumen.
El taxi en que viajaba paró enfrente de un local
con un gran letrero vertical encima de la entrada, casi en forma de cruz, y que en
letras azules horizontales más pequeñas decía "Bar y Restaurant" y las letras
azules verticales más grandes leía "EL FARO". La entrada no era muy grande,
por lo que imaginaba era una cantina de esas que se ven en TV, después de atravesar
el pequeño pasillo lleno de grupos de "grandes", se me abrió la amplitud
del lugar y me entró pánico...
De las muchas cantinas que pululaban la zona de La Praviana, El Faro y El Bengoa
eran de los más populares. Había de todo desde cantinas lujosas en los linderos de
la zona como El Lutecia, cantinitas decentes como El Don Chico y cantinuchas que
eran la mayoría y ubicadas en el corazón de la zona rodeando El Faro, que parecía la
cantina monarca. No sé donde ubicaría El Faro, pero era el más grande. Allí cabían hasta
500 personas, había mesas de billar, mesas de póquer, juego de dados, tríos y mariachis
a montones que sólo tocaban música "Mejicana". Era el santuario de la mayoría
de ladrones y homosexuales capitalinos que osaban descubrirse.
Los culeros más ricos
de la capital, los "tahúres" más mañosos y los ladrones más peligrosos de San
Salvador, junto con oficinistas, ordenanzas, "bachilleres", obreros honrados, abogaduchos, tinterillos,
ingenieruchos,
etc... frecuentaban El Faro y todos los "machos" salvadoreños disfrutaban
de los impíos bacanales que era de rigor todos los Viernes y Sábados por la noche en
ese lugar. Pero toda la zona de La Praviana a veces tornaba violenta y era común leer
los lunes en la primera plana de los diarios capitalinos noticias como "el
lugar donde se suscitó una riña que terminó en muertos y heridos".
Recuerdos, remembranzas, ignorar qué habrá adelante, si el ayer fue
un feo talante ¡El hoy siempre es esperanza!
Fue algo tan nuevo para mí, que no pude dejar de pensar en El Faro. Diez años después,
en los inicios de los 70s, pude de nuevo entrar a ese lugar. Pero ya había cambiado
mucho y la clientela ya no era los abogados, oficinistas, profesionales que la alborotaban
antes, El Faro se había convertido en refugio de maleantes.
El Faro entonces ya estaba
agonizando, y no sólo El Faro, sino la entera Praviana. Herrera Rebollo, el alcalde,
y luego Morales Erlich, tratarían de convertirla en "lugar turístico" y acabaron
con la mayoría de "cantinuchas", lo cual al final, fue el golpe de muerte
a La Praviana tal cual la conocí a mis nueve años.