¿Quién
es aquel mendigo que ahí viene? Trae la faz arrugada, ¡os ojos sin brillo, la cabeza
poblada de canas. Apenas se arrastra, ayudado de su báculo. ¡Qué cansancio el suyo!
¡Qué horrible cansancio de vivir! Preguntadle su historia: qué ha hecho, qué triunfos
logró, que caídas tuvo, qué empresas llevó a cabo. -¡Ah, no me preguntéis: es tan largo
eso! No sé: mi memoria está adormecida. ¡He sufrido tanto, tantos sucesos ocuparon mi
espíritu, tantos sueños mi mente, tantas esperanzas ensancharon mi pecho! ¡Todo eso
está muy lejos, tan lejos! ¿Para qué recordarlo? Estoy cansado, muy cansado. Dadme un
vaso de agua clara y fresca, y luego, dejadme dormir ahí en un rincón de vuestro hogar.
Qué
tormento, qué angustioso trabajo, qué esfuerzo perdido éste de luchar con la palabra.
Esta
flor no es mi flor; esta montaña no es mi montaña; este desierto no es mi desierto,
ni esta lágrima es la que tiembla en mis ojos, ni esta sonrisa es la que va y viene
en mis labios con aleteos de colibrí, ni esta tempestad es la que ruge en el piélago
de mi corazón.
No, no es esto. Torpe cincel, arpa destemplada, pincel vacilante,
he ahí lo que vale el idioma.
Lo bello, lo bello sin tasa, lo blanco sin mancha,
lo armonioso sin ruido, lo luciente sin sombra, no trasciende, no asoma, no se encarna.
¿Quién
adivinará, quién leerá lo que vive oculto en mi cerebro? ¿quién será capaz de comprender
mi poesía?
Me gusta ver la agonía de los moribundos. ¿En qué piensan? ¿Qué sienten
en el momento de la muerte? Ah, voy a morir; ya dentro de un instante habré dejado
la t i erra, para siempre, para no volver jamás. Ahí queda toda mi existencia, perdida,
inútil, vana, sin fruto. Cómo luché; como me esforcé por realizar locuras; cómo me agité
para llegar a no sé qué puerto fingido. ¿Y qué he logrado? Nada, nada, nada. Qué mentira
es la vida, qué farsa, qué ilusión engañosa. Y ahora voy a morir. Ahora ya no hay esperanza.
¡Esperanza! ¿qué es la esperanza? .....
¡Oh qué tristeza! Todos los años los árboles
pierden sus hojas y se visten de nuevos brotes. ¿A dónde van las hojas secas? Golondrina,
¿a dónde vas? ¿Eres tú la misma que hace un año fabricó su nido en el alero de la iglesia?
¡Ah! tal vez aquella ha muerto de frío en algún clima helado, y ahora vienes tú a ocupar
su nido.
Cuando yo era niño tenía lindos juguetes. No sé qué se hicieron. Mis
hermanas jugaban todos los días a estas horas con sus muñecas. Recuerdo muy bien el
nombre de las muñequitas. Alicia, la de ojitos azules y tez blanca; Juanita, que tenía
cabellera rubia y sabía decir mamá; la chiquitita Mimí, con sus botitas negras. Yo jugaba
también. Hacía casitas para las muñecas.
¿Adónde vas, buen caminante? ¿Te alejas
de tu casa o vuelves a tu querido hogar?
Veo que vas muy triste. Alégrate.
Mira qué tarde serena, qué cielo sin nubes, qué flores cimbreándose en los tallos, qué
hojas verdes que el viento acaricia, qué pajaritos chillando alegres en los nidos,
qué árboles frondosos bebiendo la savia de la vida, qué estrellas rutilantes en el inmenso
azul...