LOS ELFOS
Envuelta en sangre y polvo la jabalina, en el tronco clavada de añosa encina, a
los vientos que pasan cede y se inclina envuelta en sangre y polvo la jabalina.
Los
elfos de la oscura selva vecina buscan la venerable, sagrada encina. Y juegan.
Y a su peso cede y se inclina envuelta en sangre y polvo la jabalina.
Con
murmullos y gritos y carcajadas llena la alegre tropa las enramadas, y hay
rumores de flores y hojas holladas, y murmullos y gritos y carcajadas.
Se
ocultan en los árboles sombras calladas, en un rayo de luna pasan las hadas: llena
la alegre tropa las enramadas y hay rumores de flores y hojas holladas.
En
las aguas tranquilas de la laguna, más que en el vasto cielo, brilla la luna; allí
duermen los albos cisnes de Iduna, en la margen tranquila de la laguna.
Cesa
ya la fantástica ronda importuna, su lumbre melancólica vierte la luna, y los
elfos se acercan a la laguna y a los albos, dormidos cisnes de Iduna.
Se
agrupan silenciosos en el sendero, lanza la jabalina brazo certero; de los
dormidos cisnes hiere al primero y los elfos lo espían desde el sendero.
Para
oír al divino canto postrero blandieron el venablo del caballero, y escuchan,
agrupados en el sendero, el moribundo, alado canto postrero.
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"ETERNUM VALE"
Un Dios misterioso y extraño visita la selva. Es un Dios silencioso que tiene
los brazos abiertos. Cuando la hija de Nhor espoleaba su negro caballo le vio
erguirse, de pronto, a la sombra de un añoso fresno. Y sintió que se helaba su sangre
ante el Dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
De la fuente de
Imer, en los bordes sagrados, más tarde, la noche a los dioses absortos reveló el
secreto; el águila negra y los cuervos de Odín escuchaban, y los cisnes que esperan
la hora del canto postrero; y a los dioses mordía el espanto de ese Dios silencioso
que tiene los brazos abiertos.
En la selva agitada se oían extrañas salmodias, mecía
la encina y el cauce quejumbroso viento, el bisonte y el alce rompían las ramas
espesas, y a través de las ramas espesas huían mugiendo. En la lengua sagrada
de Orga despertaban del canto divino los divinos versos.
Thor, el rudo,
terrible guerrero que blande la maza -en sus manos es arma la negra montaña del
hierro- va a aplastar, en la selva, a la sombra del árbol sagrado, a ese Dios
silencioso que tiene los brazos abiertos. Y los dioses contemplan la maza rugiente, que
gira en los aires y nubla la lumbre del cielo.
Ya en la selva sagrada no se
oyen las viejas salmodias ni la voz amorosa de Freya cantando a lo lejos; agonizan
los dioses que pueblan la selva sagrada y en la lengua de Orga se extinguen los
divinos versos.
Solo, erguido a la sombra de un árbol, hay un Dios silencioso
que tiene los brazos abiertos.
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