MARILINA RÉBORA
1919-1999

        Marilina Rébora nació y murió en Buenos Aires, Argentina. Estudió dibujo y pintura junto a Ernesto Riccio, Vicente Puig, Susana Aguirre y Horacio Butler. Expuso sus obras en diversos salones y se halla representada en dos museos provinciales. Paralelamente desarrolló su carrera literaria. Sus primeros poemas datan de 1936, 1937 -algunos en idioma francés como Les étoiles que j'aime, Madame la lune y Mon petit rève- y 1938.
        Colaboró en el diario "La Prensa" de Buenos Aires, donde fueron publicados varios de sus poemas. Su primer libro Los días de los días (1969) tuvo gran acogida y elogiosos comentarios por parte de críticos y gente de letras. A él siguieron Libro de estampas (1972), El Río Azul (1975), Tiempos de la vida (1975), Las confidencias (1977), Animalerías (1980), El Lagarto estaba harto (1986) y No me llames poeta (obra póstuma, 2001). Ha dejado más de veinte obras inéditas.

       Biografía escrita por el Acad. Dr. Juan Carlos Fustinoni. www.marilinarebora.com.ar

       Algunos Comentarios Sobre Su Obra:

"Tus sonetos me llevaron, página a página, por el camino encantado, en una sucesión de emociones. Sólo un poeta auténtico, alguien que vive con misteriosa, con apasionada hondura, es capaz de provocarlas." (Manuel Mujica Lainez)

"Sus versos son dulcemente conmovedores y, cuando terminamos de leerlos, nos sentimos muy cerca de la autora: hemos seguido paso a paso toda su vida."  (José Bianco)

"Marilina Rébora nos entrega en sus páginas, con palabras límpidas, despojadas de grandilocuencia pero impregnadas de sensibilidad, testimonios de episodios, de certezas y dudas de una vida intensamente vivida, transmutados en materia lírica."  (Ofelia Kovacci, Presidenta de la Academia Argentina de Letras)

 

DIOS EXISTE

Dos de la madrugada. En trémula zozobra;
los silencios, vivientes; la oscuridad sin borde;
cuando la fuerza falta y la tristeza sobra,
en soledad infinita para estar más acorde.

De improviso resuena el son de un benteveo
con tono tan alegre que regocija el alma,
y es tal la donosura de su simple gorjeo
que sonrío, infantil, renacida la calma.

Y digo: Dios existe; es El quien me conversa
como a niña medrosa perdida en la espesura,
para que no me queje sintiéndome en olvido.
La breve melodía, al viento se dispersa.
Y me quedo pensando por tierna conjetura:
¿en qué rincón de cielo habrá colgado un nido?

 
 
 

HIJOS

Lo sabréis desde ahora -para eso sois mi vida-:
cuando un día me vaya, no será que lo quiera,
así lo habrá dispuesto, en lugar y medida,
el Señor que en lo alto a todos nos espera.

No habrá de serme fácil la última partida,
aunque habré de esforzarme en parecer entera;
pensaré, para el caso, en una despedida
como lo fueron tantas, como una más, cualquiera.

Quedará el corazón, cual ave en su retiro,
aquí, junto a vosotros, para el llamado atento,
que el alma se irá a Dios con el postrer suspiro
-corazón y alma forman la espiritual sustancia-;
y habréis de sonreírme, como antes, en la infancia:
lozanas las mejillas, la cabellera al viento.

   

HIT ET NUNC

Como San Pablo, digo: -Aquí, Señor, y ahora.
No habré de malgastar el tiempo que me diste,
tampoco ha de encontrarme nuevamente la aurora
con las vacilaciones del medroso o el triste.

Ni siquiera con dudas que malogren la hora
-en que, tal vez, para algo supremo me elegiste-,
dilaciones inútiles, excusas y demora,
por cuanto el corazón de sus ansias desiste.

Emprenderé sin más, resuelta, mi tarea,
para llevarla a cabo en el mismo momento:
cotidiana labor, con firme iniciativa
u hogareño trabajo, por humilde que sea.
Y si debo expresar el noble pensamiento,
lo escribiré al instante para que en otros viva.

(Aquí, siempre y ahora, leal a lo que siento.)

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LA NUBECITA

Llévame nubecita a lo alto contigo
y cúbreme amorosa con tu cendal de gasa;
que tu orla de tul me sirva, leve abrigo,
para que no me falte el amor de la casa.

Llévame tú que eres, de mis ansias testigo,
ceniciento vigía, fino polvo de brasa,
incansable viajera detrás de mi postigo;
llévame pero pronto, que tu momento pasa.

No me llames poeta; sea a la hermana rosa,
encendida de fuego, áureo halo de oro;
o a la blanca, a la blanca de perfiles de hielo
que entre albos pompones, toda nieve reposa.
No me llames poeta que tus anhelos lloro,
que soy -como el amor fugaz- sombra en el cielo.

 

CUENTOS... CUENTOS...

Hablemos, madre mía, para que estés contenta,
del collar de guijarros que enfila la corriente,
de la mansa ovejita que el pastor apacienta
y del pompón de sueños de la Bella Durmiente.

De las hojas de plátano que barrió la tormenta
y las briznas de musgo que ondulan bajo el puente,
las doce campanadas con que huyó Cenicienta
y la corona de oro que calza el sol naciente.

Hablemos, madre mía, como en años remotos
en que contabas cuentos, tú y yo en la mecedora,
mientras me consolabas de los juguetes rotos
diciendo sonriente: ¡Por eso no se llora!,
y después, con un beso, muy juntas las mejillas,
irme, al cabo, durmiendo, cansada en tus rodillas.

NO LE HABLES DE LA MUERTE

No le hables de la muerte, háblale de las flores,
de la aurora dorada y el ocaso de fuego,
del azul del océano y el arco de colores,
de los ríos de plata y el astro sin sosiego.

Cuéntale del amante los dichosos amores,
del reír de los niños eternamente en juego,
del canto del poeta y de los trovadores,
del que con fe suplica y hace escuchar su ruego.

Es criatura de amor: infúndele confianza,
que es menester salvarla de la melancolía,
guardarle para sí, indemne, la esperanza,
sin que sepa de angustias, dolor ni sufrimiento.
Sostenla, porque en su alma haya siempre alegría,
al cielo la mirada, el espíritu al viento.

         marilinarebora
    

Tamen

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