El hombre puede hacer de su vida gozo o desdicha; puede crear su paraíso o si lo
quiere su invierno. De la elección de su corazón depende su alegría.
Si de pronto,
al estar en un lugar rodeado de muchas personas empezáramos a preguntar a cada quién
cuál es la mejor edad de la vida, cada cual diría su propia respuesta.
Para
un niño, la mejor edad de la vida será la de ser niño, porque así podría comer caramelos,
jugar, cazar estrellas y mariposas. En los caballos de nube de su imaginación estará
el trote de sus ilusiones por el anchuroso universo de la ilusión.
Para otros,
la mejor edad de la vida será la juventud, pues en ella la naturaleza expresará su
fuerza, esperanza y encanto. La belleza de la juventud está en lo que promete. Sus
rosas y sus luces; sus encantos y sus ilusiones. En la juventud, es cuando los caminos
se abren al hombre, que trata de conquistar su devenir, su ideal.
Para un
anciano, en cambio, la alegría de la vida ya no estará únicamente en sus emociones de
lucha, sino en la contemplación de la naturaleza; la paz del guerrero después de la
victoria de vivir...La mejor edad de la vida para el viejo, estará en la paz de la
naturaleza y en su sensación de eternidad y de grandeza. La sabiduría de la vejez,
otro de sus encantos, será un fuerte motivo de hacer de la vejez si se quiere la mejor
edad de la vida...
En fin, y si continuamos más allá, veríamos que para el derrotista
no existen mejores edades de la vida y que para el árbol, cada edad de su vida tiene
su propio esplendorsu verdor, su floración y sus frutos... cuando no el oro de su
otoño.
Sólo es libre y conquistador aquel que vence sobre su mismo dolor, sobre su misma
vanidad, sobre su propia oscuridad, sobre su mismo destino.
Vencernos a nosotros
mismos, pues, es el camino para vencer en la vida. De la misma forma que el conocerse
a sí mismo, es el medio para conocer el mundo que nos rodea.
Tenemos, pues,
que vencer "Tierra adentro" y conquistar en la noche de la ilusión, de la
ansiedad, del desaliento: garnar la gran partida. Contra nuestros íntimos errores,
contra nuestra íntima bestia agorera. La bestia oscura debe morir, para dar lugar
al ser liberado.
Debe salir de ti el ser triunfante, victorioso, de los milenios
infinitos. La Criatura triunfal del amor.
No perdemos por incapaces, por
inferiores, por no tener la capacidad de vencer. Perdemos por incrédulos, por temerosos,
por traidores a nuestra misma verdad; por infieles a nosotros mismos... y sobre todo
por el error, o la ignorancia.
De ahí que surjan los ángeles derrotados, que
salen desterrados hacia algún lugar del mundo, creyendo que la vida es una derrota.
De la misma forma surgen los ángeles victoriosos. Aquellos cuya fé en la vida, en sí
mismos les hizo alcanzar el amarillo sol de su ideal...Debemos sobre todo superar
el error.
Es un juego de solitario. Donde el único contrincante somos nosotros mismos. Donde
el único de la derrota, y el único de la victoria, somos el mismo en los confines íntimos.
Somos
la fabulosa Esfinge --de oro resplandeciente, bajo el sol de las doradas arenas--
proponiéndose el enigma a sí misma.
Venciéndose a sí misma, destruyéndose si no
logra descifrarlo.
En la vida diaria, tenemos que vencer. Somos el linaje
que cruzó la noche del siglo estepario. Sin saber de dónde venimos por la mala costumbre
de morir en la memoria y en todo lo que amamos.
Por la mala costumbre de olvidar
los caminos, le resulta difícil a la gente de esta época saber de dónde viene. Sólo conoce
sus orígenes más cercanos, porque lo demás, lo de los tatarabuelos ya se sumergió en
la noche del olvido.
Sin saber de dónde viene, sin saber lo que perdió, sin
saber a dónde va, sin saber lo que amará, el hombre pierde a diario la batalla. No
contra los demás, únicamente. Sino contra sí mismo. Y se aniquila, como una bestia que
se inmola en su desdicha...
Somos el jugador que se gana a sí mismo en el oscuro
juego de solitario. Es un extraño jugador el que nos vive dentro. Sólo él conoce su
juego, sólo él es capaz de ganarse a sí mismo... Sólo él puede ganarse la partida. Entonces
vivimos poniéndonos trampas a nosotros mismos, diariamente astutamente...
Lamentábase a solas de su mala suerte un poeta soñador
en su humilde buhardilla:
-"Mis poemas nada valen, pues a nadie le interesan", exclamaba desilusionado-.
"Son
una basura. He sido un iluso en dedicar mi tiempo en ellos.
En vez de trabajar,
como mi hermano el herrero en un oficio
práctico y de frutos concretos, me he dedicado
a
forjar durante largos años mis poemas, que son vagos como mariposas.
Mis tontos
sueños me han llevado a la miseria y al final mi obra !nada vale!".
Pobre
poeta. Lloraba, no con los ojos, sino con su corazón.
Lloraba el poema de su pena.
Entonces la rosa del florero,
compadecida le habló:
-"No esperes que
otros digan que eres grande para serlo", dijo-.
"Debes serlo, dentro
de tí, aunque otros lo ignoren.
Si tienes dentro de tí la felicidad, ¿Qué más da que
otros no lo sepan?"
-"No me comprendes amada y delicada flor -contestó
envenecido el poeta soñador-. Tú has nacido para durar un solo día;
yo, en cambio,
he nacido para hacerme inmortal...".
-"También las rosas del poema
marchitarán" -le aclaró la rosa,
tratando de convencerlo de su terquedad.
Solo
detendrá su perfume el corazón. ¿Cuando dura el amor?
¿Cuánto dura una estrella?, ¿Cuanto
dura una lágrima?
¿Y un sueño cuánto dura? No importa la edad de las cosas.
Sólo
importa su esencia perdurable...
-"Perdona, rosa amada, si te ofendí -dijo
el poeta en tono suave-.
Pero...
!Comprendeme! !Me siento poca cosa! !No soy
nadie, más que
un iluso! He vivido un sueno engañoso. O tal vez, las
rosas del
soneto de mi amor han marchitado...".
La rosa terminó diciendo:
-"Si
tu eres Juán, seguirás siendo Juán aunque
otros digan otro nombre o confundan el
tuyo.
Debes de ser tú en todo momento. El sol brilla, aunque
nadie lo mire;
la virtud refulge, aunque algunos la ignoren.
Así, la belleza existe aunque nadie
la llegue a reconocer.
Como la solitaria flor del desierto: quizá nadie la
logre
mirar, pero ella surgirá esplendorosa y bella de
todas maneras".
"Nunca
esperes que el premio de la vida, venga de
otra parte, sino desde dentro de tí
mismo".
Nos forja la vida como a hierros candentes.
El divino herrero nos forja
en el yunque a martillazos limpios.
Vulcano forja en el Etna para los cíclopes.
La
vida nos forja como a metales,
unos hechos para herir, otros para arar la tierra,
a
golpe nos forja la vida, y de hombres sabios es aceptar esos golpes
y sacar provecho
y sabiduría de ellos.
Después del fuego del amor el corazón es forjado a golpes
y
después de templarse como metal, queda intacto mucho tiempo...
Es de hombres sabios
aceptar el dolor de la forja.
Para amanecer luminoso, erecto, brillante y útil
metal humano.