A veces temo encontrarte en la calle
y me quedo en casa
meditando, sobre
el tiempo, el amor,
los desnudos senos
la lluvia como un violín
tocando la
ventana.
Luego me doy cuenta que no existes
y que aquellos aretes tuyos
olvidados,
no sabría donde,
están allí cerca de mis libros
espiando las palabras.
Me
doy cuenta cabal de tu presencia
en los pañuelos que toco,
en la vieja guitarra
arrinconada
y su cintura exacta.
Y hasta creo que miras y, como antes,
recorres
la casa y la llenas de tu nombre.
Cuando alguien llega, te marchas.
Dejas
una palabra, un adiós
que no alcanzo a tocar,
y sin embargo, yo sé que no existes.
Aún
así,
a veces temo encontrarte en la calle.
Hoy talvéz no vengas.
Siempre te espero, amor
mientras rompe sus cristales
la
esperanza.
Ya lo sé. Lo supe siempre.
Y sin embargo
no se porque te quiero
así,
impersonal, abstracta.
De nieve,
de campana
de miel o de silencio,
cuando
no vienes tú
se desnudan los árboles
inventa el día un pretexto
y llueve.
Y
queda el corazón
tan sólo como el aire.
El otoño es triste, como tu sonrisa.
Yo no sé
por qué el viento se disfraza
de niño
mientras lloran en lo alto las estrellas.
Ni siquiera sospecho
si
los celajes tienen hundida alguna pena;
lo sé
que fría y pálida, la tarde cae
como
sombra azul sobre los árboles.
El otoño es triste, como tu sonrisa
y como
el recuerdo de la madre ausente;
no me digas que miento
porqué vendrían a matarme
todos
los supiros del alba.
¡Otoño! ¡Oh crudo Otoño de mi melancolía!
Camarada invisible
de mis noches sin rumbo.
Amo tus vientos que desnudan el día
porqué mañana
el invierno cubrirá de sombras mis esperanzas.
Porqué la nieve vendrá
cómo
un fantasma a entristecerme.