En verdad.
Cualquiera puede morirse a las seis de la tarde,
y la tarde
puede que avance o quede
paralizada como el mármol.
Uno puede morirse hasta
arrancarse las uñas
y quedarse tendido sobre el humus
preguntándose a gritos:
¿Donde
está lo vital de la caricia y la sombra?
(Para erigir la sombra bajo el ala del
sombrero,
basta un cuerpo un cuerpo en dimensiones al nivel de las aceras.
Para
erigir la muerte con un sello impresionista,
basta el suicidio y los ojos mortales
del leopardo.)
Hoy me acerco al reloj. Soy un péndulo
entre las seis de
la tarde y el mar.
Uno debe inclinarse ante el reloj a toda hora,
y por cada
hombre que muera sin su lanza
muere un Dios sin amo y sin estrellas.
Es
la hora cuando podría abandonarlo todo. ¡Todo!
Hasta el amor que me dieron una y
otra vez,
el poco amor del mundo.
Es la hora.....Bástenos para morir, ¡la Cobardía!
-I-
Uno se pone solo en comienzos y comienza a llorar
sonando
en plena selva
sentados como el Fidias nos dejamos golpear
Nos dejamos
golpear olvidando la aldea
donde en plena noche se hace el rito del pan
y mientras
más lloramos es tanta la faena
Tan dura la faena y la dejamos pasar
quedándonos
desnudos con el sabor y la pena
con el sol en la frente y la visión del mar
con
la visión del mar y un sabor en las venas
que la sangre golpea el antiguo pedernal
cuando
quedamos sólos sin el pan y la aldea.
-II-
Hoy has venido tú a no dejarme
llorar
cómo una marca u hostia naufragada
en una madreselva o lontananza del
mar
ama el que tiene la plenitud del ala
el que entre la guerra entre el
bien y el mal
sabe lucir al sol su ruda espada.
Hoy que no tenemos ni leche
ni pan
y nos conformamos con la luz del alba
me dan ganas solemnes de matar.
Pero
vienes ¡dichosa! con tu esperanza
a construir la mía y a no dejarme llorar
porque
nace una alondra en la batalla
yo te lo cuento amada mía al empezar
otra
vez a morir mientras se canta
al filo de una rosa precipitada al mar.
Canto este salmo al deseo supremo.
El cordero de mi casa está presente.
Jinete
de la tristeza al corazón y su lanza.
Me arrodillo ante la tierra sin agua,
con
mis actos de fé por la espíga madura;
y repito: por el fruto, por el fruto deseado.
La
tierra sigue estéril como mi sangre.
Yo veré el surco donde eché una lágrima.
¡Quiero
también alegrar mi juventud!
(campánulas de tristeza
donde se agitan mis
veinte universales años.
Compañero soy, de tí, muchacha.)
Pido y reclamo mi
fortaleza
porque no creo que haya desechado.
Cómo en un principio, la tierra
exige la lluvia.
La tierra exige la lluvia, mi juventud la vida.
Se oyen
nuestros clamores de hierba seca
y el deseo divino del ovario hacia el polen:
¡Señor
de la tierra, devuelve mi vida!
¡Señor de la tierra, aleja mi lágrima!
¡Señor de
la tierra, vuelve a tu surco!
¡Floria a la semilla nacida!
Bendito el arado
y las manos del hombre
porqué es el Hombre quién está con nosotros.
hay alegría
en mi juventud.
Vino la lluvia y la voluntad humana
y en el surco creció nuestra
semilla.