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MI FAMILIA
Era un mesón como muchos y de mucha edad, cuatro hermanos, mis padres, Mi Familia,
todos juntos en el cuartucho, lado a lado hacinados en el viejo barrio del
centro de la gran ciudad.
Mi Madre, llena de espíritu emprendedor un día,
se le ocurrió pensando con osadía, que aumentaría nuestro pan de cada día, hacer
del cuartucho un pequeño comedor.
Abrió crédito en el mercado y con empeños, consiguió
hacerse de unas mesas y sillas; con devoción y fe a San Martín le pedía que le
ayudara a sacar adelante sus sueños.
El Santo negro la oyó, pues al tercer día de
abierto el comedor, comensales por fín llegaron. Su fé y su devoción a Fray Martín subió,
y también su negocio que se expandía.
Minutas, refrescos, tamales y tortillas; Mi
Madre parecía felíz y entusiasmada, y así planeaba, a la manera corporada, cambiar
de local con más mesas y sillas.
Con plegarias, devoción, trabajo y energía su
comedor creció próspero con el tiempo, pero su algarabía se convirtió en lamento cuando
el alcohol hizo su aparición sombría.
Ella aumento sus ruegos y pedidos a su
Santo, los miembros mayores de Mi Familia al alcohol así un día, mientras ellos
hacían de Baco su sol, encontré a Mi Madre, sola, en doloroso llanto.
El
castigo de su Santo y su Dios no tardó en venir, pues sí a través de ella nos habían
dado bonanza, a través de ella nos quitarían nuestra esperanza, haciendo infierno
nuestras vidas, funesto el porvenir.
Un frío Noviembre, Dios mostró su merced arrebatando
su alma bruscamente, Mi Madre nos dejó para siempre, y la miel en vinagre se
convirtió, como condena a nuestra vil sed.
Con ella murió Mi Familia, tal como
la conocía, y el averno llegó a nuestras vidas ese momento. El Eterno, impávido,
ignoró nuestro lamento recordándonos el infierno que vivió la Madre Mía.
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