- El
menester le vino de joven, y por atajos de infortunio. Cuando
tenía doce años, su madre, que vendía yuca con fritada,
la llevó a la feria del pueblo, para que le ayudara. Allí
conoció a Miguel. Se enamoraron de inmediato, y se fugaron
a los dos días. El con sus catorce años y ella con su infancia
casi a término, vivieron dos semanas encerrados quién sabe
donde, degustándose carnalmente hasta la consunción. Cuando
volvieron pálidos, ojerosos, enflaquecidos y felices, la
feria ya había terminado, y la madre de ella andaba, como
loca, buscándola hasta bajo los albañales. Cuando los encontró,
a ella la molió a leña; pero ya no había que hacer. A él
también le prodigó sus garrotazos y le dejó ir una sarta
de enormidades; pero tampoco había nada que hacer. “La puta
de su hija es la que me sonsacó al cipote”. “Ese
pendejo birriondo suyo es el que me ha arruinado a la niña”.
Y las dos madres de los fugados se hubieran enzarzado en
una trifulca interminable, de no haber sido porque la niña
mujer declaró con desparpajo: “Mujer que lo quiere
dar..., aunque se muera la nana. Venite vos”. Y
se adhirió como lapa al gallardo cuerpo del muchacho.
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