Señores, voy a contarles la historia de un país muy caliente y bonito. Fresca
está en mi memoria la tragedia del “Pulgarcito”.
Fueron sus primeros pobladores, descendientes
de una raza de Oriente. Eran nómadas cazadores en busca de tierra caliente.
Que
cruzaron la gran tierra del Hielo donde el oso blanco es el Rey, vivir libres
era su anhelo y el concejo de ancianos, la ley.
Y al fín llegaron a la tierra
prometida donde los rayos del sol son generosos, dispusieron de la caza, la
partida; de aves, venados, conejos y osos.
Pero los años pasaron y se
les acabó el alimento. Los sabios anciaron pensaron: “necesitamos otro sustento”.
Frutos
empezaron a comer para el hambre saciar sus necesidades. Muchos empezaron a
fallecer debido a raras enfermedades.
Un día, del cielo, un enviado llegó. Plumas
de Quetzál adornaban su cabeza. El cultivo del maíz les enseñó, y agricultores
se volvieron, de mucha destreza.
El uso de plantas también procuró, para
curar males y enfermedades. Nuevos métodos también enseñó para la crianza de muchos
animales.
Pero el Diós Quetzalcoatl se tuvo que ir a educar a otros pueblos
vecinos. Prometió un día regresar, antes de partir en su canoa, por rumbos desconocidos.
Muchas
lunas y lluvias pasaron y en paz el pueblo prosperó. A su Diós Kukulcán invocaron y
ni techo ni alimento, nunca les faltó.
Hasta que un día, llegó un honbre altivo que
en el arte de la guerra tenía mucha maña. Apoderarse de la tierra, su objetivo. En
nombre de los Reyes de España.
Los indígenas pensaron que aquel extranjero era
Quetzalcoatl que regresaba. Con ofrendas recibieron al viajero, pués no sabían
lo que el invasor tramaba.
A miles de nativos, los conquistadores, mataron, y
una nueva religión impusieron. A Cuscatlán el nombre le cambiaron y Villa
de San Salvador, le pusieron.
Así fué como subyugaron a aquellos hombres
de tierra caliente. Más de trescientos años pasaron antes de tener su propio
presidente.
Pero cansados de que los tuvieran esclavizados, y por tanta
miseria y corrupción; indios y mestizos con palos armados lucharon por su justa
liberación.
Al fín, la independencia fué lograda por los próceres de la tierra
prometida. Pero luego, la grán patria fué parcelada y por los mezquinos ladinos
repartida.
De los cinco países formados El Salvador nació el más chiquitito, rodeado
de gigantes por todos lados, por eso le llaman “El Pulgarcito”.
Y “Pulgarcito”
siguió su camino para su pueblo poder alimentar. Solito buscó su destino con
frijol, maíz y café para sembrar.
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Y aquí surgió el gran problema que enfrentó
a los hijos de Atonal. ¿Cómo repartir las ganancias?, el dilema. Y ¿cómo pagarles
al pueblo su jornal?.
Pués los ladinos, ricos se hicieron a costa del sudor
de los campesinos. Su voluntad, a fuerza la impusieron, contratando a matones
asesinos.
Y aquellos hombres de tierra caliente, ya cansados de tanto sufrimiento, oyeron
la voz de un hombre valiente que les habló de la riqueza, su justo repartimiento.
Fué
allá por el año del treinta y dos cuando los campesinos se sublevaron. “Traían
la bandera del martillo y la hoz”, fué la excusa de los que los mataron.
Los
que ordenaron el genocídio decían que “las masas estaban indoctrinadas”. Los
campesinos cometieron un suicidio enfrentándose contra fusiles, a pedradas.
La
verdad es que las gentes hambre tenían, y su pobreza querían resolver. De Marx
o Lenín, nada sabían sólo que sus hijos no tenían nada que comer.
Así fué como
al pueblo reprimieron los cañones del cruel dictador. Muchos más militares le
siguieron autoproclamándose “Presidentes de El Salvador”.
Casi cincuenta
años pasaron de paz y tranquilidad relativa. Los ladinos más prosperaron y
el pueblo seguía a la espectativa.
Y otra vez el pueblo enardecido, de
aquel país llamado El Salvador, las armas tomó convencido contra el odiado tirano
opresor.
Volvió la terrible represión de los militares y poderosos. Con
el pretexto que era “Roja Invasión” contra estudiantes y obreros laboriosos.
Y
surgió la voz de un Santo Varón que solo quería para su grey mejor suerte. Ordenó
a los soldados “Alto a la Represión”, y firmó su sentencia de muerte.
Muchos,
para no ser asesinados, huyeron hacia el gran país del hielo. Pero al llegar
fueron discriminados, y de soledad sufrieron desconsuelo.
Y aquellos inmigrantes
de tierra caliente aprendieron otro idioma y otro jornal. Pero, en su pensamiento
tenían presente la suerte de su querido país natal.
Años de confrontación pasaron y
miles de inocentes murieron. Los beligerantes, la paz firmaron, pués ninguno,
la guerra ganaron.
Y llegó al fín la paz anhelada por aquel pueblo martirizado. La
Bonanza, todo el mundo esperaba después que el tratado fué firmado.
La Asamblea
hizo nuevas leyes y se eligió nuevo Presidente. Los militares no serían más los
Reyes de aquellos hombres de tierra caliente.
Pero la Justicia Social aún
no llegó a los habitantes de aquel país caluroso. Una “Nueva Alianza”
se eligió dizque “para lograr un porvenir venturoso”.
Y hoy, vestidos
de saco y corbata, los ladinos siguen prosperando. El pueblo sigue “echando
riata”, y sus hijos siguen “hambriando”.
Y la gente sigue rezando
hincada por el regreso de su Diós benefactor. Esta es la historia jamás contada del
heróico pueblo de El Salvador.
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