... Y apagará mi
corazón
Y apagará mi
corazón su queja.
Mi lámpara de
auroras esta llama.
Y un fuego fatuo
con temblor de grama
dirá que estoy yaciendo en La Bermeja
Este amargo vivir
nunca se aleja.
Estoy en un
recinto que reclama
una rosa, una
espada y una dama.
El sol se ve
cuadrado tras la reja...
Y apagará su
música mi trino,
La vida en nuestra
muerte es un camino
y quedan nuestras
flores como huellas...
Por eso van al
cielo los poetas
y tienen blancas
colas los cometas...
Nos veremos de
azul en las estrellas
juntando nuestro amor a todas ellas...
Oswaldo Escobar Velado.
El último círculo de la telaraña
Tengo que recordarte que cuando ella viene revuelve con
furia peculiar mi cuarto de emigrante incrédulo; estruja mis sentimientos de
hombre sincero; desequilibra el universo que con esfuerzo, desde nuestro último
encuentro, he logrado ordenar. Anarquiza todo lo que poseo con un placer que se
refleja en el brillo de sus ojos azules. Adora volver al caos, y con una
paciencia propia de ella, de Araña, destruye alevosa el paraíso en tono menor
que aún quedó en pie desde nuestro postrer adiós.
Adora con especial furor, con una saña que ella
identifica con la bondad y yo con lo cursi, aniquilar la paz espiritual que, de
no ser por sus periódicas visitas intempestivas, me permitiría gozar de la
felicidad y del retiro que con mucha razón y honra merezco, después de haber
sufrido como un condenado en este valle de lágrimas, y saborear además ese
ansiado descanso - el de un profano, de un bastardo, de un traidor o de un
blasfemo - que, hace algunos años, mientras arriesgaba cada día mi suerte y la
suerte de otros ilusos e idealistas, prometí darme si aún salía en condiciones
de seguir contando el cuento de aquel sangriento baile de disfraces.
Por otro lado, más acá del hedonismo y lo sardónico,
ella prefiere la música clásica, el coñac con café fuerte, desnudarse en la
oscuridad a la luz de la luna que se filtra por la ventana de mi cuarto, hablar
de botánica, de las plantas tropicales de mi patria lejana y harapienta,
respirar el humo de mis cigarros caribeños, sentir en su húmedo sexo la
vibración permanente, durante largas horas, de mi verga de extranjero, hartarse
hasta reventar de mi saliva, sudor y semen.
Lo cual no es suficiente para despojarme de mí identidad
de incrédulo en busca del reposo, de mi sombra de forastero apátrida en estos
países monstruos, de mi soledad de emigrante en un mundo diferente. Por el
contrario, es de una delicia singular estrujar su cabellera de hembra
satisfecha después de hacer el amor, o saborear, con una satisfacción interior,
las diferentes mudas y camuflajes con los que osa presentarse cada vez; gozar
hasta el infinito cuando se enfada y con una rabia de Araña me echa en cara no
haber aprovechado hasta el momento las grandes oportunidades que ofrece la vida
moderna, y sobre todo, no haber aprendido a ser responsable.
Eso: no jugarme con pasión mi suerte, y no perseguir con
garras el éxito que, es lo normal, nuestro mundo tiene reservado a los jóvenes
perseverantes. La callo con un beso lascivo y asesino que doy en la superficie
fríamente calculada de su yugular, o palpando las zonas acósenos de su cuerpo
con prudente insistencia.
Le describo entonces, sarcástico hasta desconcertarla y
con sus mínimos detalles, la disposición geométrica-cosmológica de las
multimilenarias pirámides indígenas de Centroamérica, o la perfecta temperatura
ambiental que desde siglos reina en las catacumbas de las momias y los monjes
ortodoxos en Pechersky-Lavra, Kiev.
Total, termino despistándola. Por algo he sido durante
buena parte de mi límpido pasado, un profesional del peligro.
"Hay que inventar a tu país", dijiste,
"hay que inventarle un pasado y una memoria con la plenitud de la verdad y
el honor, así como es la historia normal de los países normales".
Ahí erraba tu sabiduría de Araña europea. Allí fallaste
Princesa. Porque todo estaba perdido, cariño. Sin vuelta de hoja. La astuta
patente de corso que proponías como alternativa para crear una memoria
civilizada a mi país encharcado en lodo y sangre, tampoco servía.
"Fallaste corazón", creo que contraargumenté
tratando de explicar en tu idioma que ése era el título de una canción popular
en mi lejana aldea.
¿0 acaso esa tendencia a la quietud y al silencio, esa
sensación de formar parte de una galería de anti-héroes, era sólo la expresión
de una antigua nostalgia?
¿De cuándo éramos valientes?
¿De cuándo éramos felices, conspiradores, amantes de
Kafka, y recién habíamos descubierto el riesgo de asaltar la razón?
¿De cuándo iniciábamos la vida de café literario,
bohemia, poesía de zapatos pobres y estómago vacío, en el café El Skimo o en El Porvenir de la gorda Irene? A eso quería llegar. Al génesis.
Hoy queda únicamente el testimonio que es una cruz y una
bandera ondeando eterna y joven sobre los que partieron ya que los poetas de
esos años heroicos se pasaron al cielo, con todo y poesía. Nos abandonaron en
este valle de condenados, los muy astutos.
Los restantes, los que quedamos rumiando el recuerdo de
los tiempos cuando se vivía para el recuerdo, andamos como gitanos o bandidos
del desierto a campo traviesa, subsistiendo a dentellada limpia por los caminos
del mundo.
"Sírvete, calma tu hambre de sobrevivir",
dijóme un domingo con una primaveral mañana, antes de revelar su identidad de
Araña: flaca más bien, pelo castaño, ojos azules, labios carmesí, de mediana
estatura y con una mirada suave y tierna que inspiraba tranquilidad a mares,
ella era así antes de desnudarse aquella mañana y convidarme su cuerpo de
hembra en celo, sorbido a pausas, centímetro a centímetro, por mi inexperta
lengua de especialista en lenguas extranjeras.
En esta hora de rendición cuando se acabaron las
utopías, solo y olvidado, recuerdo mis crímenes. Eres un esbozo en la memoria y
el pasado desfila desde su génesis hasta el día de hoy en mis ojos de suicida
frustrado: te recuerdo alegre en las calles de Praga, buscando sin éxito la
tumba de Joseph K.; de visita en la casa humilde aledaña al Karlovo Mostá, donde vivió Kafka, ese
judío checo tan odiado por sus compatriotas porque siempre escribió en
alemán... Y aparecen en un desfile de actores, brujos, fantasmas, poetas y
músicos muertos y vivos, como en un baile carnavalesco de la época colonial,
por las calles empedradas de una ciudad de otros siglos, los chemas, los
jimmys, las gildas, los rigos, las thelmas, los dagos, los fonchos, las
marilunas: esa parte de la historia vivida por los poetas de esos instantes,
para la poesía de esa época y ese pasado que es, como un espejo móvil de la
eternidad, reflejo del futuro, peldaño para un eterno retorno inicio de un
espacio sin infinito o de una historia al margen del tiempo.
¿Intento amarte Araña a mi manera?
¿0 es todo sólo una esperanza inútil como la voz
aguardentosa lo afirma en un disco viejo mientras los boleros estrujan mi
memoria?
¿Es esta balada mi canto de cisne con el cuello roto
desde siempre?
¿La última canción en la última ciudad elegida por mi
destino de condenado para entonarla frente al último cielo que vean mis ojos,
antes que el verdugo descargué en mi entrecejo el balazo de final del juego?
Ya lo decía alguien Princesa: cuando la superioridad
absoluta no es alcanzable debes conseguir una superioridad relativa haciendo
hábil uso de tus posibilidades...
Habíamos llegado en un autobús de los ordinarios, de
esos Blue-bird pintados de un verde
oscuro penetrante y cruzados en medio por una franja blanca donde se podía leer
La Sultana de Oriente en letras
rojas. Autobús garnacha vieja que se quedaba y a veces en las cuestas reculaba.
Autobús tortuga: el viaje había durado casi tres horas. En el trayecto,
confundidos con la mayoría campesina de pasajeros y vendedoras de los mercados
- las famosas locatarias que iban o venían del Valle de las Hamacas, sobresalía
la singular estampa de Jimmy: barbudo, de pequeña estatura, con lentes dorados
metálicos culo de botella, flaco, moreno tirando a negroide (los antepasados de
la Abuela, su madre, de apellido Quemain, procedían de las ex colonias
caribeñas de Martinica y Guadalupe, y en la Abuela se notaba con mayor énfasis
su raigambre africana) y con la pipa en la boca que en aquél tiempo usaba.
- Es más que todo para tener el plante de intelectual
nos lo aclaró un día en la casa de la Abuela mientras nos hacía oír a Elvis
Presley -, la verdad es que me, gustan más los cigarrillos.
- Lo de la pipa se lo has copiado al Catrín Mendés de
Oza - observó el Chele Rigo.
Pero por supuesto que a mí, por ser más regular y más
poeta, me va mejor - complementó.
- Mejor sigamos poniéndole coco al diagramado de la
revista - indicó Morasan.
Y siguieron discutiendo de la revista, los futuros
clientes y patrocinadores, los anuncios a cobrar para sobrevivir.
Tenían los anuncios de la abarrotería El Cochinito, de la librería Claridad, de Radio Continental y de la Librería
Hispanoamérica. Habían ido además a Casa Presidencial por un anuncio que el
Centro de Información (CNI) quería darles: Chepe Botella, que había sido
maestro del director, Kaldo Vasca, los había enviado ahí con la antología La Bomba H, publicada en los años
cincuenta por Orlando Fresedo, Eugenio Martínez y Orantes, Urrutia, Kaldo Vasca
y otros poetas. Luego que mostraron a los empleados el libro revolucionario con
los poemas del director, unos amables genios que trabajaban en el CNI se lo decomisaron y no lo volvieron
a ver jamás. Cirilo los recordaría sin embargo, miles de años y pensamientos
después, cuando los sabuesos-huesos del poeta Vasca se purificaran en el
paraíso a la diestra del Señor. Sobre todo un poema-río que le llamó la
atención: ése donde Kaldo habla del peligro del pulpo del norte y del oso siberiano.
Por ello, Cirilo había creído que el sabedor-sagaz poeta fue un nacionalista
temprano nadando en el río revuelto de las revueltas estudiantiles
anti-osoristas, anti-lemusianas y anti-prudistas, donde confundido con camarón,
fue pescado por los compañeros de viaje de los "tavarischi" del
comunismo internacional. Talentoso como fue el joven Kaldo (es este el juicio
de una posteridad próxima) fue enmaletado y enviado de viaje por el mundo
comunista de entonces. Razonable es que el nacionalista temprano se espantara
luego de su estadía en la China de Mao y otros lares estalinistas. ¿Lo demás es
retórica chongas de los poetas de ultraizquierda para justificar su envidia y
frustración? Porque: ¿qué poeta humilde, hijo de una pobre profesora de
primaria, como el ex pobre poeta Kaldo Vasca para el caso, ha resistido los
halagos de la oligarquía cuzcatleca y del pulpo norteño, halagos con H
mayúscula como la Bomba H? Que no vociferen los poetas ultras con su conciencia
crítica. Para ponemos cheles, hay que aceptar que un medio como el nuestro a lo
único que conducía en aquellos tiempos y aun hoy a los poetas jóvenes, era a
terminar de chichipates o de locos, o ambas cosas, como sucedió a Mario
Arenales, a Orlando Fresedo o a Lorenzo Castrorrorro en su época de maldito y
pravianero. No es extraño que Kaldo haya sido ensamblado, galvanizado y
talqueado con las ideas democráticas de una Europa civilizada y anti-comunista
(estaba ahí en su apogeo la "guerra fría") y luego trasladado a su
aldea al frente de la inteligencia de la oligarquía local. Lo demás es lógico,
como en un círculo celestial todo va en espiral ascendente: luego viene la
gloria, el poder, el dinero, la inmortalidad.
Al filo de años y pensamientos, Cirilo recordó la
prehistórica feria cuzcatleca cuando fue reclutado junto con Cepomch por aquel
par de ángeles chapines que organizaron un grupo dinámico con el rimbombante
nombre de "Anastasio Aquino", una de cuyas primeras y últimas
acciones fue tirotear la casa del ex pobre poeta Kaldo. Recuerda Cirilo que
Fabrizio Casildo, el querido profesor humanista de la universidad, les había
dado apoyo moral y económico la vez cuando 1os chapines y ellos llegaron a su
oficina. Cirilo. y Cepomch, enmascarados con un pañuelo que les cubría la mitad
de la cara y con unos pistolones de bandidos en la cintura, acompañaron de
guardaespaldas a los guatemaltecos durante la charla con el profesor Casildo.
Pero todo se fue al carajo cuando se dieron cuenta que uno de aquellos dioses
era el poeta chapín Oscar Arturo Palencia, tremendo bandidazo que hizo temblar
las bibliotecas universitarias y puso al borde de la quiebra a varias
librerías, donde saqueaba sus libros predilectos desde la "a" hasta
la "z" para, después de leídos, vendérselos a precio de quemazón a
los poetas jóvenes. Fue en este pillaje de carácter literario, cuando Cirilo
conoció a Foncho Hernández, quien andaba en las mismas, con una saña y un
cariño explicables sólo por su secular avidez provinciana de nutrirse con
literatura clásica y anti-clásica. El mismo un clásico en estos menesteres,
famoso por sus calzones - pantalones donde paría libros de poesía maldita y
revolucionaria.
- El doctor aprobó un anuncio para su revista- oyó
Cirilo aquella tarde sanjacinesca en el segundo piso de Casa Presidencial. La
secretaria le entregó una foto del coronel Calvo Sancho Fernando, apodado
"Tapón" y bautizado como el
enano bastardo por un poeta iracundo del Valle de las Hamacas, donde estaba
en compañía de un estudiante en el Círculo Estudiantil. El adolescente hacía el
símbolo hippie de la época y Tapón
sonreía a la par de su acompañante. Al pie de la foto estaba escrita con letras
sobresalientes, una de las frases mágicas que los genios del CNI le inventaban
al Señor Presidente.
Cirilo recuerda: no dijo ni sí, ni no. Era el anuncio
por el que más dinero iban a recibir: doscientas maracandacas.
Hubo acalorada discusión y al final una votación en la
redacción de La Cebolla Púrpura.
- No - dijeron encachimbados Morasan, y con mayor razón
el Chele Rigo.
- Yo estoy a favor - dijo Jimmy -, achís, miren la
revista Guatemala Comercial que es
financiada por los comerciantes chapines. 0 las becas a escritores talentosos y
mediocres que da la Shell.
Además, si
publicamos ese anuncio no indica necesariamente que dialtiro seamos "pecenistas" o "sobalevas"
gobiernistas - recapacitó.
Cirilo, dubitativo, votó al final en contra.
"Hay poetas que en verdad son genios del mal le
dijo Manlio el cronista a Cirilo, siglos adelante en París, refiriéndose a
Kaldo Vasca.
Años después, en uno de sus naufragios, Cirilo aterrizó
en el campus universitario de Bolonia y, por asociación única con su lejano
país, recordó a Kaldo: él había estudiado por ahí. El conoció lo mejor de la
Europa occidental, visitó ciudades bellas y encantadas, se codeó con
profesionales y personas sabias, leyó a Montale, Ungaretti, Cavalcante y
Calvino, se hizo un intelectual culto, democrático y civilizado. Entonces,
recordó Cirilo por una fracción de segundo: ¿cómo es posible que haya podido
hacer un pacto con los diablos?
El primer número de La
Cebolla Púrpura salió sin aquel anuncio. Fue editado en San Vicente, San
Chente, hacia donde se dirigían.
El autobús garnacha vieja, a paso de tortuga, se había
quedado un par de veces en otras tantas curvas, y tuvieron que bajarse del
mismo varios pasajeros y empujarlo para proseguir el trayecto.
El cobrador les había cobrado lo justo - setenta y cinco
centavos de colón, puro pisto guanaco- y había prometido avisarles cuando
pasaran cerca de la Imprenta Ramírez,
su punto final.
San Chente: la ciudad del río Acahuapa, el celebérrimo
hijo pródigo de esta geografía. El sueño dorado de los travestis y los
tránsfugas: si un cura se baña en sus aguas milagrosas, sale monja; si es un
coronel, sale una coronela; si es un camión, sale una camioneta. San Chente,
donde va toda la gente: la ciudad de los culispipianes masacuatos.
"La ciudad de los culeros", gritaban los
bolitos zumberos del parque Central-Chental.
- Esos barbudos chocos de la Imprenta Ramírez - les gritó el cobrador al mismo tiempo que les
indicaba desde la puerta delantera del autobús, un próxima esquina donde estaba
ubicada la tipografía.
Los tres se bajaron al instante del autobús. Jimmy
llevaba bajo el brazo los últimos retoques del diagramado de la revista.
A última hora, luego de haber rechazado más de ochenta
posibles títulos y nombres para la revista y el grupo que el Bachiller
Campesino había propuesto la semana anterior (La Tarántula, El Manicomio, El
MurciéLago de Managua, La Vicuñycarne, La Tortuga Mensajera, El Jilgüero, El
Flamencoyote, El Hidromedario, El Gato de Agua Dulce, La Langostra, El
Muyseñor, El Ornitorrinconaningólogo, La Telaraña, entre otros), Jimmy pescó en
el aire el nombre de la revista y del grupo.
Sucedió en las entregradas del primer piso del Teatro
Nacional del Valle de las Hamacas, mientras se dirigían a ensayar la poesía
coral del Bachiller Campesino. Fue en una discusión sobre la futura revista
cuando Raúl Chamagua, el locutor nuevaolero que terminaría su triste historia
en las villas miserias de Panamá, envuelto en la tormenta del exilio, el
alcohol y el LSD, todavía bajo los
efectos del último porro de mariguana, les gritó, medio en broma, medio en
serio: "Y por qué no le ponen la cebolla púrpura, para ponernos dialtiro güiri-güiris". En ese
instante antológico, Jimmy y el Chele Góngora se dieron una mirada cómplice de
unanimidad.
Raúl Chamagua, el broder neurótico, poeta y disc-jockey, había dado por una sola vez
en su bendita vida en el clavo.
- Ya te salvaste maldito - le gritó Jimmy emocionado-
sólo por haber inventado ese nombre pasarás a la posteridad de la literatura
mundial.
- Sí, está mejor lo de cebolla, porque eso de la
Telaraña, es como decir-diciendo aráñame-los-güevos - recapacitó Morasan.
- El muchachito éste siempre de malcriado - dijo Jimmy-
y no solo entre los cheros, sino también en sus poemas.
- Fin del recreíto, fin del recreíto - recordó Rigo, ya
que se encontraban en una pausa del ensayo de la poesía coral, montada por el
Bachiller Campesino.
- Contanos algo más sobre "La filosofía del
aguacate" de Emiliano Androsky Flamencoyote - solicitó Morasan a Rigo.
- Aquél como auténtico masacuato que es, anda empilado
con sus poemas mini-mini-lis-lis-lirín-tin-tin, y con las poses sexuales
maxi-midi-mini de la chocolatera de la esquina de su casa, que es una de sus
musas y damas informó el Chele Rigo fiel a la realidad.
- Los masacuatos y sus posturas anti-académicas,
anti-solemnes, anti-todo - les espetó el Bachiller Campesino. Acto seguido sacó
de la gaveta de su escritorio una revista masacuatada donde habían publicado su
poema 'Feliz año viejo", y se los mostró.
- Quizás concebir el mundo como una perpetua cruzada
personal o como una constante guerra - reflexionó en voz alta Cirilo -.
Entonces, ¿nos llamaremos "La Cebolla Púrpura?" - preguntó en tono
afirmativo.
- Así es -remató Jimmy.
La juventud de una salvaje ausencia
Las once de la mañana de un día difícil en Ucrania. 0
quizás no, ya que se encontraba lejos de Cuzcatlán y habíase dicho que aunque estuviera
en el infierno, no podía existir tanta dificultad estando como estaba fuera del
bom-borom-bom, del traqueteo y de la
jugada. Se tomó el café doble, una dosis con doble concentración de la bebida
arábiga, en el segundo piso del Metro Krischatik, ubicado sobre la entrada
principal del subterráneo kievita. Antes había pedido doscientos gramos de
vodka Ptschenischnaya, oriundo de
Siberia, o doscientos gramos de coñac georgiano, pero la rubia mesera, con voz
dulce y cortés, le explicó que a partir de las once comenzaba la venta de licor
fuerte. No quiso sobornarla con un billete de diez rublos y ordenó el café
doble, dvoinoi se decía en ucraniano.
Sobre la mesa tenía los periódicos en diferentes idiomas de los últimos días;
todas las primeras planas traían noticias de Cuzcatlán y su orgía de sangre.
Dobló los rotativos y varios folios arrugados con
cuentos que había escrito días atrás, no sin antes haber corregido un par de
comas y asesinado decenas de adjetivos y pronombres por el prurito deseo de
buscar la brevedad en la expresión. Se divirtió mucho borrando todos los
sustantivos que terminaban en mente. Sacó, de la cajita-estuche de madera
especial en el que venían empaquetados, un cigarro Montecristo e hizo el
respectivo ritual para encenderlo. Esto era: cortarlo de la punta donde se
fuma, meterle fuego lento a todo el cigarro mientras se redondea para que el
fuego lo caliente por completo a manera de ahumarlo-tostarlo, y luego, con el
mismo fósforo de madera con el que se ha encendido, hacer una pequeña cuña con
la mitad del mismo e introducirla en el centro de la punta del cigarro que al
principio se ha cortado.
Estaba sin el mar y sus volcanes. Con alcohol, sexo y
botánica consumía días y noches de ausencia. Una manera de olvidar el drama de
su aldea lejana.
- En la guerra y las calamidades cualquier hoyo es
trinchera- había bromeado José una tarde de otoño mientras en la terminal, baksal se decía en ruso, hacían
comentarios sobre mujeres rubias y pelirrojas y consumían una caja de cervezas Tyugüiliskoye. A veces mezclaban la
cerveza con smetana, la crema de
leche, sobre todo si se trataba de cerveza fuerte, Moskovskaya, tal como acostumbran beberla en la Ucrania occidental,
en Lvov e Ivano-Frankov.
- El Bueno está con rabia sexual - dijo Julio, refiriéndose
a Cirilo -. En lo que respecta a mujeres, su divisa es de lagartija para abajo,
perdón, para arriba.
- No jodan con sus bromas - habló Cirilo que se ajustaba
sus lentes graduados - la necesidad tiene cara de chucho jiotoso: una verdad
universal aquí y en Tokio, en Moscú y en Chirilagua.
- Semos malos --espetó José después de haber tomado su
cerveza de un sólo impulso- o lo que es 16 mismo: de cuches lo único que
tenemos son los pelos - aclaró mientras la cerveza se asentaba en su estómago.
En ellos, que ya no estaban en Kiev, pensaba mientras
bajaba las escaleras del restaurante en el centro de la ciudad ucraniana, y se
dirigía a la Alameda Krischatik.
Se hallaba solo con aquél enemigo rumor de dos millones
de habitantes en la ciudad eslava. Lanzó un suspiro de autosatisfacción ya que
esa soledad en una tierra baldía era la oportunidad de su ego para buscar una
epopeya menor en la cual enterrar el baúl de sus recuerdos, que lo perseguían
como fantasmas huérfanos de sombra.
Abrió las puertas del restaurante que daba a la calle y,
estrenando nueva vida, se internó en la alameda. Aspiró profundo el cigarro
caribeño que fumaba, y, por muchos motivos, también se sintió triste.
Sintió que en otra geografía y en el lado oculto de su
corazón comenzaba un nuevo amanecer... El
de los bosques de leche, donde nos' sumergíamos en días de oro y hojas muertas,
inspirados por una salvaje juventud que creíamos eterna; en búsqueda de la
felicidad, impacientes porque no podíamos mirarla frente a frente, palparla como
palpábamos los muslos de estudiantes kievitas y extrañas, o la ira de las uvas
moldavankas en el vino que solíamos escanciar a la salú de un continente
perdido, a la, salú de nuestra más perfecta muerte... Locuras tenía en la
ciudad kievita, bañándome de un sol primaveral en compañía de ponderables
amigas tocando con manos profanas la magia de otras orillas, buscando entre la
nieve y el viento de enero otros códigos para nombrar el amor al atardecer de
alguna edad, cuando cansados, volvíamos de lejanos territorios, ríos y países,
al inicio de la ciudad, laberíntica Araña Madre que, cual monasterio para
ascetas del desierto, nos acogía luego de breves odiseas por el mundo... No nos
quedó tiempo para definir que aquellos días y territorios eran la felicidad,
esto lo comprenderemos, viejos y escleróticos, los sobrevivientes de esa
salvaje juventud ebria como una tempestad o un barco, pero no nuestros hermanos
que tuvieron la suerte de morir en pleno huracán... Tanto tú, como tus demás
correligionarios del alcohol y la pasión, entrados ya en años, cuando la vida
se ha mostrado en todas sus dimensiones, recordarán con un rictus en la sonrisa
irónica que locos habitantes fueron de esos días del Dniéper y de la Ucrania
encendida y cautivante, qué amantes irracionales fueron de los castaños y sus
flores silvestres; de los albos inviernos cosacos: con tus coetáneos
sobrevivientes recordarán estos sueños desde el umbral de otra vida, desde el
hilo de un destino aventurero, al filo de la navaja donde consumieron años de
leyendas y bailaron sus pasiones ciegas desnudos en las arenas del Dniéper,
gozando ese fandango de la muerte... Y no podrás evitar en estos momentos de
rendición total y de ajuste de cuentas, echar de menos esos años de juventud
perdida e ideales que se hundieron, porque en un rincón del alma tendrás la
certeza de que ellos fueron la felicidad y tú no lo notaste, ya que la
violencia y la velocidad con que la vida fue abordada no te permitieron, ni a
ti ni a tus hermanos singulares, filosofar sobre este aspecto. Ahora, con el
peso de los años y el paso de la experiencia, conocida la mejor escuela que da
el fracaso, recordarás días de vino rojo, oro otoñal, plata invernal, trigueño
y rubio vodka y aquellos labios carmesí ofreciéndote pasiones mortales e inmortales...
Historias de amor parcas con las cuales olvidar las lágrimas de una aldea
lejana y preparar nervios para el próximo combate con la vida. Y quizás,
perdido en alguna tempestad del presente, reconciliarte con la idea de que
nunca más habrás de retomar a Itaca...
Distancia. Leyenda.
Desde lejanos puertos tratas de
enviarme códigos intermitentes, señales de humo, algo que me indique lo
desfavorable de tus días. Desde el último invierno, que fue frío con especial
bondad, no he dejado de pensar en tus palabras. Suenan en mis oídos como
susurros de fantasmas que me arrullan. He llegado a creer que esto es el amor,
sin embargo, al meditar y contar los años transcurridos, termino convencido que
se trata tan sólo de mi terquedad y mi torpeza, de mis fobias cuando las ideas
fijas me acorralan y no hallo más escapatoria que disfrazarlas con diferentes
motivos para darle un sentido - inútil como lo habrás ya adivinado- a mis
torcidos pensamientos y utopías. Alguien me dice que eres feliz, y que aquella
ciudad del encanto donde te conocí, te amé, donde viví mi mejor epopeya y donde
te dije adiós, sigue encendida de flores y castaños; que las alamedas en esta
época otoñal se llenan de hojas amarillentas y secas de los árboles
despeinados, y que los niños y las muchachas hermosas siguen existiendo a pesar
del frío: todo ha seguido su marcha, la historia no cambió aunque se acabó el
mundo, si acaso, desvió un pedazo de su ruta para deshacerse de inútiles cargas
y carroñas, y luego continuar su vaivén loco y certero, como las manecillas de
esos relojes suizos tan apreciados por su exactitud e infamia a la hora de
enmarcar el molino del tiempo, ya que si la verdad y la memoria son los pilares
de un tiempo mítico, qué gran infamia cometemos cuando medimos las horas
vulgares de una realidad relativa.
No sé si estarás de acuerdo con mis apreciaciones.
Siempre admiré burlescamente tus profecías porque al elaborarlas te mostrabas
tan influenciada por el entorno inmediato. Tropezones y caídas de aquellos años
de sed y sueños, me hicieron entender desde otras latitudes el cariño y la
pasión. Cuando lo comprendí ya era tarde (como sucede en la vida real), y me
encontraba lejos de la cervecería donde vendían aquellas jarras libadas de un
tanque - boschka se dice en ruso -,
conteniendo cerveza o bebidas de trigo llamadas kvas (la coca-cola de ellos me explicaron otros latinos recién
llegados a la Gran Tierra), bien lejos me hallaba de las ventas de refrescos y
cervezas en las calles primaverales o veraniegas de esas ciudades del encanto.
El tiempo y la distancia idealizan y corrompen todo recuerdo en su auténtica
dimensión. Ausente me encontraba de dioses borrachos, orondos y locos en cuya
compañía bajaba --entonando canciones rusas- las empedradas calles de las alamedas
anexas a la Academia de Octubre, y me encaminaba a las cuatro de la tarde de
esos días difíciles sin mi país y sin mi gente, en dirección al próximo
supermercado, magazín en ruso, para comprar botellas de vino dulce de Oporto,
vodka de trigo o de papa, o el famoso e ilegal zamagón adquirido clandestinamente, sabrosa cerveza Moskovskaya, Tyugüiliskaya, Kievskaya o
Kristal, vino seco de Moldavia o de
Georgia, coñac de Azerbaidschán, ron cubano o champagne de Crimea elaborado a
las orillas del Mar Negro: con todo esto paliaba en parte mi sed de patria, mi
orfandad de país. Bárbaras cantidades de cerveza, vodka o vino de Oporto
ayudaban a tender el velo de olvido y sombras sobre aquella región mágica del
planeta en pie de guerra. Los bosques, todos a las orillas del Dniéper o
aledaños al Mar de Kiev, donde embriagadas tardes perdidas en la inmensidad
verde me arrullaban y divagaban, eran los componentes de brujos ungüentos y
misteriosas hierbas para borrar el pasado. Y así me fui, náufrago en el
transcurso de años sin afán y sin tormentas, como perdiendo la memoria, los
rastros primigenios, la geografía y el alma de la tribu, agonizando o
retumbando de caída en levantón o viceversa hasta amanecer, huérfano de patria
y de fronteras, en la otra orilla de la desnudez y la muerte...
Te llamo amor para inventar un recurso que me guíe
dentro del laberinto y la audacia que tu nombre me inspira: te llamabas Helena
en aquella época, las fogatas de los hombres celebraban la alegría de la
ciudad: aún no había llegado el fin del mundo - aquel final de partida para la
utopía- y las flores eran rojas encendidas, todas para ti y para el cielo azul
que era el techo de nuestra casa. La nieve, pequeña novela de las encantadas
urbes, inseparable en tu sibérica chapka
o en tu paltó de pieles salvajes,
caía recia y eterna en los diciembres de esos siglos construyendo la casa del
hombre y la alegría, con tu pelo rubio escabechando al viento nuestras
ilusiones. Ahora, al final de un milenio cruel, me parece todo eso un sueño
mientras despunto horas de vigilia y de agudeza absoluta, a la espera del
cazador o del verdugo que un día de estos llamará por fin a rebato. Es posible
que para entonces - cuando suene mi hora- aún siga siendo el muerto memorable
que la historia y el anecdotario de mi pequeña aldea fabricaron. Sin embargo,
desde la muerte y el silencio, emboscado en esa región que es mi verdadera
casa, la de las sombras, acaso siga oficiando el amor y la ironía. Esto lo
aprendí de ti y tus ancestros: sostenerse a cualquier precio, no dar el brazo a
torcer, resistir.
"Tienes que hacerlo", fue lo único que
exclamaste cuando me tocó partir para siempre. Años después comentaste que éste
fue el momento más impresionante de aquella historia: no sabías si las tuercas
iban a apretar hasta desclavijarme y destruirme en el transcurso de aquella
travesía, o si yo tenía capacidad para salir vivo del infierno.
"Es más", recalcaste siglos después, en una
ciudad similar a la tuya, cuando pudimos celebrar y cerrar aquél capítulo
inconcluso y lejano, "estaba segura que perecerías durante ese loco
intento de ganar la otra orilla de un puerto seguro que se tambaleaba y se
hundía".
Pero hasta aquel reencuentro imprevisto en el libreto de
ésa opereta macabra pudiste comprobar que yo era otro, diferente, disfrazado en
la misma piel y en el mismo corazón del Cirilo que tu amaste: todo se volvió
inútil de repente y tuvo el sinsabor de un final triste para nuestro carnaval
de ilusiones.
"Ya ves, retorné", dije abrazándote y al mismo
tiempo regañándote por tu impuntualidad al señalarte las horas perdidas de
aquél reloj mundial que me recordaron las horas inútiles que se pierden en esta
vida y este universo, "sólo para dar testimonio de que fallé, fracasé en
mis obras tal corno lo habías previsto, pero, muy en contra de tus profecías,
no me hundí para siempre en el pantano".
El frío incesante y los sorbos de un café cosmopolita
tomados al atardecer de una ciudad planetaria, fueron los únicos testigos mudos
y entusiastas que sirvieron de fondo para aquél ajuste de cuentas.
"Es tarde para nosotros", hablaste
sibilinamente al comprender mi cambio de piel y mis nuevas máscaras macabras,
"pero es temprano para ti, para la vida y sus colores que comienzan a
brillar cascabeleantes en diferentes tonos y dimensiones en tu horizonte",
argumentaste.
Ahora, en un ápice de la vida, lejos ya de aquel
vendaval violento que azotó nuestros mejores años, caminando al filo de una
historia frágil como un espejo de arena, lo único por hacer es encender de
nuevo la vieja pipa ucraniana que un día primaveral ella te regalara, y oír en
el tocadiscos, dentro de la magia de los discos láseres compactos, las eternas
notas de un canto a la felicidad, o el agudo violín de aquel famoso judío
pródigo acompañando algún poema ruso de la vanguardia: escucha, si las estrellas alumbran, / significa que para alguien son
necesarias ... / Escucha, / si mi aullido de lobo acorralado en la emigración /
se levanta rabioso en la noche encima del cemento de la ciudad extranjera /
significa que para alguien será necesario, / que para alguien tendrá un
sentido...
Querías escribir un adiós, como esos pequeños y
memorables "hastaprontos” - que se dan al pie de la tumba o a la orilla
del paredón, pero es como desear encontrar otra explicación a un pasado cuyo rumbo
es imposible de torcer... Quede entonces sólo el recuerdo mágico que exorciza y
trasciende, como el de aquellos primeros días de un julio caminando en las
afueras del estadio de una ciudad olímpica, bebiendo la cerveza barata de un
automático en la calle con tus pobres derechos de autor ganados a pulso limpio
y a golpe de tecleos nocturnos, traduciendo a los poetas jóvenes y cachimbones
de tu pequeña tierra de lagos y volcanes, hablándole del mar y de esas playas
de un lugar utópico donde un sur azul y soñador se estrella contra las rocas y
la arena de la costa... Se trataba de Kiev, aquella ciudad del sueño y del
amor.
Tú como aquella muchacha lejana del amor, el frío y la
aventura socialista, habrán cambiado y serán otros en el momento de hacer una
evaluación en bajo relieve del tiempo perdido: ya no serán los de entonces, tal
como lo leerás en los versos de algún poeta parco, y sin embargo, tú seguirás
escribiendo estas líneas en una prosa ilógica, como ganando el tiempo y la
confianza para ubicar, dentro de un infinito caos, esos memorables paisajes
sembrados en tu pecho, clavados de raíz, que de cuando en cuando afloran como
esos agujeros negros en el universo: invisibles pero existentes, habitantes
dentro de un gran caos no se sabe cómo, ni dónde, ni cuánto, ni cuándo...
Y quizás terminarás tarareando la canción de moda de
aquellos años de felicidad, para consolarte o fingirlo así, en el pequeño
balcón de tu última residencia, y querrás creer que fue sólo la vida loca y
sabia bajo este mismo cielo azul la que te lanzó por tormentas y naufragios,
ahora que sin sus ojos habrás de recordar los años cuando fuiste feliz y osado,
antes que el tiempo eche sus últimas paladas de tierra sobre toda esa historia
y tengas que preparar nervios para el próximo combate con la vida. Aunque desde
el fondo de tus recuerdos, sea para ti imposible borrar los ojos y aquella
mirada enigmática de Helena, conocida en los años de salvaje afán y loca
juventud. Ojos de Araña Madre. Y que a pesar de todo en el girar desenfrenado
de una melodía arrabal y bajos fondos, terminarán por diluirse y extinguirse,
entre la consumación y el fuego de un legendario amor, del que - oirás
martillear en tus tímpanos- sólo cenizas quedarán...
La Cebolla Púrpura.
El arco iris de las cuatro
Hacía tiempo que
Cirilo se había olvidado de la risa. "De tanto morir, uno se acostumbra a
vivir en las sombras ", se dijo. Recordó su primera risa: una escapatoria
a campo traviesa en medio de un golpe de Estado que fracasó. Luego vinieron
muchas sonrisas, hasta acompañarse de la burla por medio mundo: en las montañas
de Costa Rica o Panamá, cuando una eterna lluvia caía sobre las sierras
cubiertas de flores y platanales, y la eterna necesidad aguzaba los sentidos.
Recordó a Manlio el Cronista, así como a otros exilados de la pensión Santo
Tomás definiendo la estrategia y magia del porvenir, la vez que cerraron la
universidad cuzcatleca y el Bello Arturo, el tiranuelo de turno, los expulsó a
San José. Sueños y planes inéditos escuchados y concebidos en los rincones
miserables donde mascaban su odio y frustración, su impotencia, su rabia y sed
de grandezas: ahí nacieron las metas que más tarde, bajo otra lectura de las
mismas, tendría que cruzar a rajatabla por la vida y por el mundo. ahí fueron
concebidos los sueños y los grandes objetivos, cargados a retumbos por
vendavales y odiseas; ahí creyó en el poder de la poesía y se enroló de
voluntario en las próximas batallas por perderse, buscando en el fracaso ese
fruto amargo del sabor quintaesenciado de la vida.
Después de haber barajado las posibles respuestas para
recordarle la próxima cita, Cirilo, con voz grave, llamó la puerta de la casa
del Chele Góngora. Estaba ubicada sobre el cantón Matasanos, en el punto final
de la Ruta 23, aledaña a la Colonia
Santa Lucía, y al aeropuerto de llopango. Recién habían editado el primer
número de La Cebolla Púrpura en la Imprenta Ramírez de San Vicente. Las
pruebas de prensa habían sido revisadas en compañía de Paquito Rivera, Masís y
Santana en el café El Porvenir de la
gorda Irene. El café del centro: ahí habían acordado reunirse ese día para
salir a distribuir y vender en los colegios nocturnos los ejemplares de la
revista.
De la casa de ladrillos rojos aún en construcción salió
una muchacha de unos dieciséis años, bastante entrada en grasas y descalza.
Luego de contemplar a Cirilo cayó en la cuenta que buscaba a su hermano y lo
anunció a su manera gritándole su nombre. Después, con una amable sonrisa se
dirigió a Cirilo.
- Siéntese en el taburete, por favor. Mi hermano no
tarda en venir. ¿No quiere un guacalito de café?
- Sí, muchas gracias - espetó lacónico Cirilo y se sentó
en el rústico mueble de madera. Sacó de su bolsa el libro que andaba leyendo en
esos momentos, Los cantos de Maldoror,
del conde de Lautréamont. Al cabo de cierto tiempo, sacó del mismo cartapacio
su última producción literaria con la cual pensaba armar un libro de poemas
atípicos: "Una larga canción y las quebrantadas razones".
Poco antes de su llegada a la casa del Chele Góngora,
había visitado en el Valle de las Hamacas las dos librerías que ofrecían
material interesante, la de Don Kurt, llamada Cultural-cuzcatleca, y la Librería
Claridad, de la "niña" Rosita Ochoa, una anciana encantadora, que
en su época juvenil había sido una encendida anarquista. Ahí se podían comprar
siempre a los autores preferidos por los jóvenes poetas de esos años.
Luego de unos minutos de espera, con el atardecer de un
escampe resplandeciendo en el futuro arco iris del Valle de las Hamacas,
mientras se escuchaban cercanos los motores de los buses de la ruta veinte y
nueve que de su punto final comenzaban un nuevo recorrido hasta el centro de la
ciudad y la colonia Escalón, entró Góngora al cuarto donde Cirilo se encontraba
absorto en la lectura de sus trabajos literarios.
- Ya nos vamos loco, sólo dejame buscar la cartera para
ver si me alcanza el pisto para el pasaje de regreso. Si no, me voy a tener que
venir a pata desde el centro - dijo, y hurgó en los bolsillos de su pantalón
buscando sencillo o monedas sueltas. Aunque era atardecer, el aire húmedo de
ese mayo resoplaba entre los ventanales solaire
de la casa de Rigo. La llegada de Cirilo, aunque no del todo sorpresiva,
parecía haberlo desconcertado.
- Apuráte que Jimmy nos está esperando a la salida del
ministerio, en el café de las medias tazas, para que ordenemos los ejemplares y
luego ir a venderlos a los tres colegios escogidos para hoy, el David J. Guzmán, el Nuevo Liceo Centroamericano y El
Cervantes. Del Nacional me
encargaré yo, ya hablé con el profe de literatura Chepe Botella y él nos
ayudará.
- Ahí también está Buchaga y el Negro Campos, paisanos
de San Chente que antes colaboraron con los masacuatos – informó Góngora-. Yo
por mi parte ya hablé con Tarquino, el director del América, y está de acuerdo en que la promovamos en su instituto.
- Jimmy se está moviendo con la Librería Hispanoamérica, aunque por ser revista literaria es
difícil; sin embargo, el jefe de ventas la puso entre la literatura
concerniente a "cocina y salud", pensando que el título de cebolla
púrpura puede jalar clientes homeopáticos y hierberos.
- Los masacuatos están contentos en San Chente. Han
colaborado y sus cosas están pegando.
La tarde apacible, el trinar de los pájaros que en la
lejanía del cantón Matasanos escuchaban y el sol amarillento que moría hacían
más paradójicos aquellos momentos. Rigoberto Góngora, al igual que un
antepasado suyo célebre, nacido en la España clásica del áureo siglo, escribía
sus poemas pajarrucos como gustaba en llamarlos, ya que estaban impregnados de barruntos
barrocos que contradecían la lógica de los acostumbrados patrones estéticos de
la contemporaneidad ilustre de aquella aldea. En ellos hablaba con una ironía e
inocencia campesinas sobre un reciente atropello del que había sido víctima
cuando por ir leyendo con mucha concentración sus poemas de ruptura en las
calles de una colonia de ricos, la San Benito, sufrió un tremendo levantón de
tres metros arriba del cielo terrestre cuzcatleco por un lujoso Cadillac, conducido por una mamayita
burguesa que no se molestó ni siquiera en decirle adiós. Un alto funcionario
del gobierno, actualizado con las nuevas ondas de aquella poesía de protesta,
que había escuchado la poesía coral montada por el Bachiller Campesino en el
Teatro Nacional, le había enviado una cálida felicitación por el cierre de uno
de sus poemas, "Estoy un poco agrio con el mundo", o algo por el
estilo. Estilete era más bien la prosa rosa de Góngora, el Rabelais cuzcatleco,
futura gloria nacional de la literatura pipil, a la cual se encargaba de
oscurecer y hacer árida e incomunicante. A veces hablaba de las cosas más
disímiles y terminábalas con los más comunes lugares, esta treta de crear
rebuscados versos y temas construidos con cultismos y culteranismos y
terminarlos con los eternos temas de la poesía, el amor, la mirada dulce de una
mujer o la sonrisa amiga de un canario eran los elementos, aseguraba él, que
constituían la llamada corriente de rompimiento en la poesía. Acción, vida,
movimiento. El país, la realidad que le tocó en suerte afrontar, la historia de
esa mágica época, los llevarían a librar los debates metafóricos más
espeluznantes con la cotidianeidad.
Por fin halló los diez centavos que necesitaba para el
pasaje de regreso, y satisfecho, como quien se ha salvado de una maratón imposible,
tomó sus papeles y cuartillas con las últimas versiones de sus poemas. Luego de
meterse bien .la camisa rosada en el pantalón campana de lona azul pálido, hizo
un ademán a Cirilo, indicándole que ya era hora de marcharse.
- Ojalá que Jimmy no esté encachimbado de tanto esperar,
que se entretenga leyendo La náusea,
o hablando chuladas sobre el Valle de las Hamacas, sus mujeres y sus mercados,
con Chico Aragón o con el Viejo Ulises - acotó Rigo. Luego, Cirilo se despidió
de las hermanas y el padre de Góngora. Los dos se hicieron humo rápidamente,
mientras se dirigían al centro de la ciudad.
El Ministerio de Educación estaba anexado con la
Biblioteca Nacional, formando un doble rectángulo que unía los dos edificios.
En la pequeña plazoleta de la Biblioteca estaba el busto de don Francisco
Gavidia, fundador de. la cultura de Cuzcatlán, esculpido por Valentín Estrada,
el mismo que había tallado la estatua del cacique Atlacatl, el legendario indio
pipil que desde lo alto de su monumento, al comienzo de la 24 avenida norte,
con el brazo izquierdo en la frente, defendiéndose del sol, y con su arco
poderoso en la otra mano, les echaba un vistazo fenomenal a las prostitutas,
las cervecerías y los salones ubicados en dicha avenida en los años
cincuenta-sesenta. Cerca del busto de don Francisco Gavidia, en la parte
opuesta, está ubicado el Mercado Cuartel Quemado. Ahí se venden artículos
típicos y artesanías cuzcatlecas manufacturadas y provenientes de la provincia.
El Porvenir, joven local poético, es el café de la niña Irene, ubicado en la
esquina opuesta al parqueo del Ministerio de Educación y al Mercado Cuartel
Quemado. Sentado, a la par de una mesa de la esquina del café del centro, en
compañía del viejo Ulises, quien leía y comentaba sus poemas, encontraron a
Jimmy.
- No me aflijo por la inmortalidad de mi libro de
cuentos Carne de venado, ni por mi
poemario La tradición en retratos
--explicaba a Jimmy -. Tengo comunicación directa con los poderes supremos que
están por encima de cualquier autoridad en el Valle de las Hamacas - agregó y
acto seguido señaló a Jimmy la punta del cerro de San Jacinto, ubicado en la
parte oriental de la ciudad, donde Ulises Masís, el poeta pintor de brocha
gorda, aseguraba tener el contacto más sólido con las fuerzas supranaturales de
Cuzcatlán, con los poderes supremos, que le daban las energías necesarias y le
dictaban los mejores cuentos y poemas de aquel país mágico.
- El Viejo Masís, el único poeta proletario del
Pulgarcito, tiene contacto con las grandes fuerzas magnéticas de Cuzcatlán, que
viven en la punta del cerro - bromeó Jimmy, explicando su charla a los recién
llegados: Góngora, Cirilo y el Poeta Super-Vivi, Paquito Rivera.
- Les gana a los masacuatos y a los picapedreros del
siglo. Aquéllos para acelerarse, se motean, inyectan o comen hongos
alucinantes, le ponen al ácido lisérgico o al tápis, pero el Viejo Ulises con
un trago de Muñeco cinta verde y un
cigarrillo "patas de cabrá" tiene suficiente para entrar en su
tremendo ondón literario - apuntó Rigo.
- Paquito, si ve a Parabotes en El Skimo, dígale que necesito hablar con él urgente - Ulises
dirigiéndose al recién llegado.
- No creo, Alejandro está muy ocupado ahora que es
secretario de Schoffrá Rivas - acotó Paquito, el Super-Vivi.
- Bueno, entonces puetas hijos de puetas, invítenme a
una pailada de arroz, frijoles fritos con crema y a una media taza de café -
dijo a los jóvenes - así me van pagando de voladitas los derechos de autor que
me deben por el poema "La nuevapalabra", que sacaron en el último
número de su revista.
- También sos gorrón viejo - replicó Cirilo al tiempo
que encargaba el menú a la "niña" Irene.
- Bueno, hoy si estamos cabales - dijo Jimmy -, el Nuevo Liceo es el primer colegio que
visitaremos.
- Lo veo un poco yuca porque enfrente está ubicado el
edificio de la cuilia nacional - Cirilo.
- Y qué, tenés miedo que te reconozcan dialtiro y te entuben por delincuente -
preguntó sarcástico Jimmy.
- Mucho oreja estudia en ese colegio - agregó Rigo.
- Ahí es donde mejor terreno tenemos, así contribuiremos
con una labor de alfabetización culturizando a los chafarotes - Jimmy.
- Eso es como querer sembrar rosas en el mar - cerró
Cirilo.
El arco iris aparecía a las cuatro de la tarde, poco
después del escampe, cuando el chaparrón recién desaparecía y sobre las calles
y las esquinas de la ciudad surgía ese ambiente de ciudad mojada típico del
Valle de las Hamacas. El Porvenir,
ubicado en el centro de la ciudad, servía de pálido foco que alumbraba el
futuro de una incierta literatura y arte nacionales en un medio tan reacio como
el de aquella aldea cultural. En el interior del café siempre se encontraba el
Viejo Ulises, a veces revisando o corrigiendo sus poemas y cuentos, otras,
terminando de apurar su sed de guaro y de poesía, cuando ingería las cantidades
de cerveza y alcohol puro que lo transformaban por completo y que lo hacían
terminar como un verdadero paria literario en las asfaltadas junglas de cemento
del Valle de las Hamacas, donde empeñaba el resto de sus objetos de valor y
vendía todo lo vendible de su cuarto, en el mesón barato donde sobrevivía. Con
el escampe y aquél increíble arco iris llegaban también los pintores jóvenes y
en compañía de los poetas de La Cebolla
Púrpura hablaban de Bakunín y el asalto al cielo de la razón, entre tragos
de café, guaro y lecturas de Marcusse o de Los
agachados de Rius, confabulando unas crónicas de la modernidad que salían a
medio pelo entre la poesía y la prosa, entre la elegía y la carcajada.
Jimmy escribía con la esperanza de vivir un día de la
literatura, trabajaba como contador en el Ministerio de Educación. El Chele
Góngora era actor, ”los actores caminan" escribió una vez, ya que su
destino de andarín iba paralelo con su fe en la literatura, como que siempre
intuyó que el destino de la poesía es rodar y rodar, eterna exilada de las buenas conciencias y las
mesas felices. Cirilo estudiaba en la Normal, había fundado con sus
compañeros de parranda y estudios, el periódico normalista Brecha, donde habían publicado un poema sobre el
"maischtro" Masferrer que encandiló los ánimos de aquellos
profesorcitos provincianos.
El arco iris de esa tarde, estimulado por el escampe,
salió puntual a las cuatro. Se levantó imponente en una de las cimas del cerro
de San Jacinto, cerca del lugar donde estaban los poderes supremos aliados del
viejo Ulises Masís. En el café, Cirilo pagó a la "niña" Irene la
cuenta, y luego se marchó con sus amigos a promover la revista.
Al salir a la puerta del café tropezaron con Santana y
Alejandro. Venían con los usuales maletines, donde cargaban productos médicos
alterados por ellos mismos, que vendían a los campesinos o a la gente ignorante
del campo o en los mesones del Valle, como mágicas píldoras doradas o panaceas
para combatir todas las enfermedades del mundo. Vestían un traje lustroso,
hecho de material sintético, que hacía muy brillante e impactante su presencia,
eran sacos hechos de plástico, poliéster u otro material parecido. Santana les
entregó en el acto uno de los últimos cuentos que había escrito en memoria del
gran amor de su vida, Clara Luz Sansivirini, y Alejandro les dio unos poemas,
"El Lutecia" y "La Praviana".
- Así se acordarán de estas noches, un día lejano,
quizás en un café de París o en una vía de Roma - les profetizó.
Paquito Rivera escribía cuentos breves sobre sus
experiencias con los neuróticos anónimos, grupo que solía frecuentar en
compañía de Gilda Lewin la famosa actriz y diva de Cuzcatlán. Esa tarde les
entregó su cuento "Los paranoicos", donde profetizaba viajes a la
plaza Roja, en aquella época algo tan distante como la galaxia más distante, y
donde hablaba de los guardias nacionales de la poesía cuzcatleca, expresión que
había acuñado en las oficinas del Bachiller Campesino y su poesía coral.
Todo era pobreza, lluvia, austeridad. Los sueños estaban
en embrión y comenzaban a gestarse en medio de aquella atmósfera que presagiaba
malos tiempos. Algo flotaba en el aire, una brisa premonitoria de tiempos
oscuros y de futuras catástrofes en Cuzcatlán.
Eran años de sed y sombras. Personajes en formación, no
imaginaban que el destino nómada del azar y la historia, si es que existen y
coinciden, los pondría en las puertas de la vida y de la muerte. Jimmy fumaba
una eterna pipa y tenía una barba espesa que lo destacaba entre la multitud, el
Chele Góngora escribía sus poemas cantarinos con los cuales terminaría su gesta
en las montañas de Nicaragua al lado de los sandinos, Alejandro tenía un cuarto
ubicado en el edificio Arturo Ambrogi,
anexo al Cine Apolo, en el centro de
la ciudad, que el viejo Uriel Palencia le había heredado antes de perderse con
los indios tarahumaras de México, ahí terminaban sus borracheras y sus
incursiones nocturnas a La Praviana,
la zona roja del centro del Valle de las Hamacas, ubicada sobre la tercera
calle poniente y la quinta avenida norte, donde estaba el mayor número de bares
y prostíbulos por decímetro cuadrado en toda Latinoamérica.
Aquella realidad apresada en un instante por los niños
que jugaban a la guerra después del escampe, mientras el arco iris de las
cuatro iluminaba el café del centro, estaba en la frontera de la literatura, el
sueño y la prehistoria, antes que comenzara aquella guerra del gorila, que
cambió de rostro a toda la nación y sus habitantes.
Años después, si por azares de la vida e ironías del
destino, alguno de aquellos personajes de El
Porvenir hubiera sobrevivido, al escribir una crónicas sobre esos días,
habría tenido que evocar tiempos de magia y de un encantado arco iris de las
cuatro. El Valle de las Hamacas le habría parecido entonces, al describirlo
entre líneas borrosas, humeantes y fugaces, sólo un sueño azul de algún país de
hadas.
Curarén tiempo sin tiempo
Curarén se llama al lugar donde los brujos viajan en
cáscaras de huevo transportados por los vientos y huracanes que vienen de la
costa atlántica. Está ubicado en la frontera sur-oeste de Cuzcatlán, la selva
semivirgen de la región limítrofe. Para llegar hasta él, hay que partir de
Nueva Esparta con suficiente bastimento y con un perraje por si la noche llega
en el descampado del camino y hay que dormir a las orillas de las veredas.
Para arribar a Curarén, el lugar de los indios magos, se
parte como quien va hacia la costa atlántica en busca de las bananeras de la yunai fuit company.
Es un cantón pequeño, en cuyo centro se ubica la iglesia
en construcción desde tiempos inmemorables. Putolión narróle a Cirilo un día de
su infancia, que era el orgullo de los brujos de la comarca, ya que está
inconclusa y demuestra que pese a la tenacidad de los curas y de los
"Caballeros de Cristo Rey", todavía existen los viejos curanderos
pactados y los "mañanaviernes" de la región.
En el patio de la iglesia trajina un gallo pinto, prieto
y rojo, que canta todas las mañanas a las cinco, la hora cuando el nixtamalero
se deja ver clarito en el cielo y el cantón se despierta. La única vez que el
gallo pinto se equivocó, fue para un eclipse total de sol que dejó a oscuras
por breve tiempo la localidad en pleno día, pero de esto hace ya muchos años.
Las pocas calles que existen, tres o cinco, están
empedradas y son lo suficientemente anchas como para que pase un camión o un
vehículo motorizado, aunque fueron construidas pensando en las carretas y los
carretones que son los vehículos del lugar. Una carreta es tirada por dos
bueyes, viejos, y se mueve sobre dos ruedas de madera; la cama de la misma es
de tablones resistentes como el quebracho, el conacaste, el ceibo, el roble o
el mango.
"La Carreta Chillona" y su leyenda embrujada
no es ningún cuento aquí. En las noches sin luna de los martes o los viernes,
puede oírse por las calles empedradas su rechinar mientras rueda cantón abajo
en su fantasmal ruta.
Curarén tiene siete casas. Sus habitantes son brujos y
curanderos. Es un pueblo fantasma. La gente no se ve en las calles ni en los
patios.
Quizás por el frío, Ya que está cerca de las montañas y
del cerro La Llorona o por la pobreza de sus moradores, ya que la época de las
vacas gordas pasó a la historia junto con los antiguos abuelitos, en los años
treinta, cuando las minas de Montecristo estaban en su esplendor. Son huraños y
es difícil comunicarse con ellos. No hay hoteles ni posadas ni pensiones, ya
que todo mundo está aquí de paso, tanto los brujos nativos, debido a sus largos
viajes por el mundo en medio de los ventarrones y huracanes, como los
forasteros, ya que no hay nada que los detenga en este cantón sin vida. La
mayoría de los pobladores son indígenas y mestizos.
Son católicos y los ritos y ceremonias religiosos los
celebran las viejas rezadoras brujas, que saben de memoria el misal y las
oraciones de La Magnífica, los
diostesalve y los padrenuestros.
La iglesia está sin terminar desde hace siete veces
trece años. En el cantón, desperdigadas de las ringleras de casas del centro,
hay un par de ellas más, todas perdidas en la maleza y las veredas que lindan
con la montaña. Allí, en lo profundo de la selva, entierran a los brujos que se
mueren de viejos y por propia voluntad, ya que por ser magos, tienen la opción
de la vida y de la muerte a flor de sus barajas encantadas o de sus hierbas
poderosas. En las noches heladas, los lobos y los coyotes aúllan sin parar.
También pasa el león, cuyos rugidos son más nítidos cuando está en la bocana
del río Torola. El león éste es con toda seguridad un descendiente de los
leones que a principios de siglo se escaparon del circo Ataydé Hermanos, cuando ese batallón de arlequines, volatineros y
gitanos, se trasladaba a Tegucigalpa en medio de una jubilosa caravana
artística de paso por la montaña y las aldeas aledañas. Por las noches rondan
otros animales y se efectúan reuniones de cerdos que gruñen macabramente, sobre
todo cuando es luna llena los viernes a las doce de la noche o los martes a la
misma hora, los días propicios para que El, El Caballero Limpio, se presente
para presidir las orgías de los indios brujos transformados en marranos, perros
negros y conejos blancos, que vienen a rendirle pleitesía...
-A veces por estas veredas aparecen de improviso El
Desbarrancado, El Cadejo Negro, La Siguanaba, El Justo Juez de la Noche, El
Cipitío, El Cadejo Blanco o El Padre sin Cabeza - oye decir a los susurros del
viento y el agua clara de la fuente natural, Putolión.
Es difícil prevenir los acontecimientos de la noche en
el cantón, sobre todo en las noches sin Dios y sin luna, alumbradas por el
brillo intermitente de las luciérnagas o por los cigarros encendidos de los
brujos haciendo en la oscuridad "La prueba del puro, el cigarro
padre".
- Ha habido intentos infructuosos de terminar la
iglesia, dedicada a la Virgen María, pero todos terminan en desgracia. Está sin
terminar desde que un terremoto la destruyó el siglo pasado. A los últimos que
intentaron finalizar esta obra divina les fue mal. El albañil que hace siete
años empezó con verdadero afán a reconstruirla, se cayó del andamio donde
estaba trabajando y de ahí se fue directo a la tumba. El otro fue el nuevo
sacristán que el cura de Polorós nos mandó el año pasado. Ese comenzó por
pedirnos limosnas y querer vendernos bulas y agua bendita, hasta que un día, de
un buen somatón que se dio al choyarse con una cáscara de guineyo majoncho que
habían tirado en el patio de la iglesia, le prendió una fiebre infernal que no
lo ha de haber abandonado ni siquiera en el chimbolero, donde ahora debe de
estar, ya que al poco tiempo de su chistosa caída, estiró los hules - le informa
una voz del aire a Putolión mientras la neblina cubre la placita del lugar.
- En fin - dicen resignados dos o tres murmullos en el
patio vacío de la iglesia de la discordia -, quizás un día de estos El nos
permita terminarla y podamos rezar de nuevo al Señor.
Putolión tampoco recuerda haber visto alguna vez
celebrar misas los domingos, los días feriados o de semana, cuando estuvo de
paso con su tío Jorge el Brujo por el cantón, rumbo a Santa Rosa de Copán para
negociar telas, o rumbo a Yoro, cerca de la costa atlántica, para ver la lluvia
de peces.
Don Nolbo, el padre de Putolión que fue secretario
municipal de los pueblos cercanos por muchos años, era confundido como amigo de
la indiada bruja, todo por su memorable aparición una noche de verano en el campanario
del pueblo y por su extraña muerte.
Putolión recuerda que cierta vez los sorprendió una
catástrofe en el cantón y tuvieron que refugiarse debajo de las camas de los
vecinos asustados, debido a que un extraño crucifijo, echando fuego por la
cola, lo cual recordó a las viejas rezadoras y a los magos supersticiosos el
carro del profeta Elías, pasó volando sobre el cielo de Curarén, Lislique,
Arambala y Cacaopera: todos creyeron, azuzados por un cura de visita en el
cantón, que había llegado el fin del mundo, debido a las maldades y a las
brujerías del poblado. Aquel fue el primer avión que estrenó el cielo de esa
comarca. Se dirigía rumbo a Nicaragua, parece que a bombardear rebeldes en las
segovias.
Don Nolbo era también juez de lo civil en los pueblos de
la comarca donde no era ni secretario ni telegrafista. Debido a que había
conocido las capitales de dos países, El Valle de las Hamacas y Tegu, era el
intelectual de la región. Los últimos años de su vida los pasó ejerciendo todos
estos cargos. Era el dueño de la única farmacia de su pueblo natal, Nueva
Esparta, muy famosa en varias leguas a la redonda ya que en la misma, sobre una
vitrina-mostrador, se podía rezar a la Virgen Santa Rita, la patrona de los
imposibles, una virgen de madera que desde tiempos inmemoriales los abuelos de
la familia habían comprado a un capitán vasco que pasó proveniente del puerto
de Cutuco, en La Unión, rumbo a la costa atlántica, vendiendo baratas las cosas
de valor restantes de un desperdiciado barco que en su naufragio fue a varar a
dicho lugar.
Los domingos era el día especial de don Nolbo, cuando se
ponía más tipería con su sombrero de pelo color café, sus botas negras bien
lustradas y equipadas con espuelas, sus pantalones de dril hechos con los
mejores cortes que sus amigos contrabandistas le regalaban, su camisa de lino
blanca y su chaleco de tela fina, en cuyo bolsillo interior guardaba su pistola
pequeña con cacha de nácar. Su caballo lo equipaba con una silla de montar muy
vistosa, comprada en el tiangue de San Miguel. Decenios después de su muerte,
los descendientes comprobaron asombrados que don Nolbo, debido a su condición
de secretario municipal, alcalde y juez de lo civil de varios pueblos a la
redonda, se había casado siete veces al mismo tiempo en otros tantos pueblos y
cantones. Un heptígamo, eso era don Nolbo.
En su noche más memorable - la que sería relatada a sus
bisnietos y que Putolión narró a Cirilo una noche de su infancia a la luz de un
fogón mientras tomaban café de palo en un guacal de morro -, don Nolbo estaba
borracho y finalizando una gran parranda de varios días. Como a eso de las once
de la noche, se subió al campanario de la iglesia y soñó incesantemente las
campanas con inusitada violencia. Le fue fácil llegar hasta aquel punto
estratégico, debido a que tenía las llaves de la iglesia. En esa época, cuando
las campanas sonaban fuera de lo previsto era porque anunciaban algo
extraordinario: bien podía tratarse de un incendio, un ciclón, un terremoto u
otra calamidad pública. Los habitantes del pueblo, al oír el repiqueteo
musical, corrían a reunirse a la plaza ubicada frente a la iglesia. Esa vez,
mientras los vecinos se reunían alrededor del campanario, la oscuridad de la
noche hizo muy difícil que se distinguiera al hombre desnudo que febril y
demencial tañía incesante las campanas. La mayoría de las beatas del pueblo,
así como las rezadoras, los integrantes de "Las Hijas de María' y de
"Los Caballeros de Cristo Rey" y otra gente reunida en la plaza, al
ver la silueta desnuda en lo alto del campanario, creyeron a pie juntillas que
se trataba del diablo en persona que llegaba a establecer sus dominios y a
gobernar aquel pueblo de incrédulos y pecadores.
Fue necesario que el cura del pueblo, hombre
experimentado en exorcismos y otras ceremonias y ritos contra las fuerzas del
mal, armado con una cruz de palma bendecida en domingo de ramos, con una
botella de agua bendita y un crucifijo en la mano derecha, así como también con
un revólver en la cintura, se enfrentara con el extraño campanero.
Cuando el cura se dio cuenta que era el secretario del
pueblo, don Nolbo, quien en pelotas oficiaba de tañedor, lo único que se le
ocurrió proponerle como salida digna, fue un caballo prieto que tenía en la
puerta trasera de la sacristía, al mismo tiempo que con la ayuda de la
oscuridad lo conducía al mismo para evitar que las malas lenguas de la gente
del pueblo se cebaran en él. Don Nolbo, sobrio a pura agua bendita arrojada
sobre su cabeza, aceptó de buena gana la propuesta y a pelo de potro salvaje se
marchó por la puerta secreta de la iglesia. El cura convenció a los feligreses
asustados que gracias a sus exorcismos y al agua bendita había hecho retroceder
al demonio de la casa de Dios hasta las mismas puertas del infierno.
Según Putolión narróle a Cirilo, don Nolbo nació con el
siglo y aunque murió joven, sus hazañas y aventuras recorrieron la comarca
hasta muchos años después de su partida definitiva. Murió a los treinta y tres
años de una forma extraña, el día cuando terminó de celebrar su última luna de
miel en Corinto. Ahí había realizado una de sus tantas bodas, había bebido
varios días seguidos toda clase de licores, en especial el más popular de la
región, conocido como la cuzuza. Este aguardiente, parecido al chaparro, es
fabricado a base de caña de azúcar, zapatos viejos, b1oomers sin lavar de mujeres con menstruación, azúcar, levadura y
cáscaras de piña, así como marañones o nances añejados. La cuzuza, aparte de
ser un exquisito néctar de los dioses brujos del oriente de Cuzcatlán, tiene un
alto porcentaje de alcohol, cercano a los ochenta grados, y la característica
de esfumarse en el aire. Al ser lanzado hacia el cielo un guacal de cuzuza,
explicaba Putolión, se disuelve por completo en el aire, no cayendo ninguna
gota del concentrado al suelo. Esto es posible debido a su composición y
fermentación tan singular, lo cual facilita su disolución al entrar sus
diferentes elementos en contacto con el carbono, el oxígeno, el hidrógeno, el
nitrógeno y los gases raros del aire.
La mañana de su muerte, don Nolbo había resuelto parar
el carro a la zumba, que duraba ya varios días, y trasladarse a Nueva Esparta,
donde tenía sus obligaciones de secretario municipal los jueves y viernes. Por
el camino venía sufriendo los estragos de una gran goma, ya que había decidido
no quitársela con el trago mañanero de rigor, pues por experiencia propia había
comprobado que lo único que lograba en realidad era iniciar una borrachera para
el resto del día, que formaba una cadena de días de alcohol perpetuos, siendo
casi imposible romper ese círculo celestial. Por ello no había tomado el trago
salvador que le aliviara el malestar. El problema que lo llevaría a la tumba
sucedió al vadear el río Goascorán. Ahí, en medio de aquella corriente que no
era muy fuerte, le comenzaron unos retortijones en el estómago que no lo
abandonaron hasta su muerte definitiva dos días más tarde. Al ser auxiliado por
sus acompañantes y llevado a la orilla del río profundo, le comenzó a salir una
espuma interminable de la boca. Fue una incesante secreción de baba y espuma la
que lo atacó por espacio de dos días hasta que agonizó en la farmacia del
pueblo que tenía con la imagen de Santa Rita de Nueva Esparta, así conocida por
los moradores de los alrededores, que eran al mismo tiempo, devotos y clientes
de la Virgen y de la farmacia. Lo único que don Nolbo lamentó con el cura que
lo llegó a confesar - el mismo que lo había salvado una noche oscura de ser
linchado por el pueblo, al confundirlo con el diablo- no fue precisamente el
hecho de tener que morirse tan joven a la edad de Jesucristo, sino el no poder
marcharse a las segovias nicaragüenses a pelear contra los yanquis al lado de
un tal general Sandino, junto con un grupo de primos y otros amigos
parranderos, jugadores y mujeriegos como él, quienes habían reunido corvos,
machetes, guarisamas, cumas, pistolas, escuadras, escopetas y fusiles. Tenían
una carreta topada con los mismos, y estaban de acuerdo con varios
contrabandistas de oro de Montecristo y otros vendedores de cortes y telas que
conocían muy bien las fronteras y que eran los amigos de Sandino, para unirse a
éste en las próximas semanas. El cura, a pesar de todo esto, le echó la
bendición, para que muriera en paz con sus pecados.
- Pues a mí me llevó Candangas por haber tenido un padre
tan hijueputa como don Nolbo - le confesó Putolión a Cirilo una tarde de
infancia, ya que, según le explicó, a la edad de seis años había quedado
huérfano y había sido testigo de una encarnizada batalla legal e ilegal de
todos los hijos, mujeres y parientes de don Nolbo que, como aves de rapiña, se
disputaron sus propiedades y su herencia.
- Nuestra familia se quedó con algo de las mismas, pero
los muy bandidos le dieron camotillo a mi madre, la planta venenosa del oriente
del país, debido a lo cual murió exactamente un año después de haber ingerido
esta planta que se puede confundir con el camote.
A lo lejos, como en una final de cuento, estas voces
llegan a susurrarme, años después, las viejas historias de un territorio y de
una comarca míticas, existentes en un tiempo y un espacio paralelos a los
orígenes de las leyendas y las tradiciones, cuando existieron en carne y hueso
los héroes, los dioses, los animales sagrados, los brujos y los demonios. Junto
a este incesante vaivén de la memoria habré de recordar nombres y ensalmos con
los que los ancianos de la comarca conjuraban el humo, el copal, el mal de ojo,
las brujerías, las curaciones, la ruda, el ajo, la cebolla, las barajas y la
ceniza, la cruz y la carne, y no podrán faltar en esas primitivas oraciones
palabras llenas de una sonoridad y un significado adecuado como chiribisco, y
todos esos chi que existen en el
léxico cuzcatleco como chiripa, chimbimba, chinchintorra, chindondo,
chichicaste, chilate, chilacayote, chinto, chinta, chicha, chimar, chiltota,
chira, chirilagua, chingo, chirimía, chisperío, chinamas, chinchilete,
chimbolero, chile, chilaquila, chifurnia, chichuisa, chichipate, chingaste,
chiche, chicagüita, chibola, chichera, chimbomba, chimichaca, chilindrina,
chimol, chillar, china, chirajo, chiva, chinche, chivo, chipilín, chío,
chingolingo, chiribisco, chironda, chiruste, chiquirín, chiquito, chiviar,
chistar.
Esos orígenes de un país del sueño recuperados por el
azar y la nostalgia de las raíces cuando, lejos de esa comarca, naufragaba por
azarosas travesías en el mundo, recordando esa pequeña región de cafetales y
algodonales, con aparecidos y brujos de Curarén y del oriente del país, que
viajan a lo largo y ancho de la costa y la montaña, metidos en cáscaras de
huevo que son arrastradas en su universal ruta por los ventarrones de octubre y
protegidos en el ojo de los huracanes, originados por los vientos alisios que
vienen del Atlántico después de cruzar las montañas de Honduras. Esto lo saben
bien los indios brujos de Cacaopera o de Jocoro, de Nueva Esparta o de Corinto,
de Lislique o Lolotique, de Sabanetas o de Pasaquina, que habitan los dominios
del rayo y la leyenda, del trueno y la montaña.
El último círculo de la telaraña
"Tan largamente de un sueño, también se puede
vivir", exclamó para sí en voz alta Julio, mientras en un breve descanso
en medio de la selva y el chillar de los monitos, había saboreado un pedacito
de aquel atado de dulce de panela que los ayudaba, como única reserva, a mermar
la sed, el hambre y el cansancio. "Hemos vivido", contraargumentó
José recordando su universo personal, los años duros y de terciopelo de su
estancia en las frías tierras de una utopía que explotó de su distopía.
"Eramos pobres pero felices, los estudiantes del tercer mundo que a pesar
de todo podíamos dedicamos a tiempo completo al estudio, aunque la pasábamos
mal con cosas como la distancia, la cultura diferente, la gente que casi
siempre era reacia con los extranjeros, el frío que calaba hondo y la necesidad
de cosas elementales como una buena pasta dentífrica o una exquisita taza de
café cuzcatleco", rememoró Cirilo a la vuelta de muchos años y de aquellas
tierras otrora socialistas que fueron su segunda patria, su sagrada familia,
aunque el hogar y su calor amoroso fuera para entonces una mítica idea en su
mundo, ya que había terminado lo recuerda rodeado de fantasmas y premoniciones,
donde el amor era el aprendizaje del olvido y, el hogar, las raíces del
caminante, una vana sed de muerte y derrota: pararse para él en aquellos años y
en aquellas espléndidas ciudades significaba estancarse, morir en vida en esos
parajes extraños, frustrarse hasta perderse con el alcohol y la esquizofrenia
de estar metido en la camisa de fuerza que para él era aquel socialismo con sus
maravillas, sus conquistas y sus bellísimas personas pero que no, que lo
obligaba a portar una máscara diaria, a tragarse fáciles argumentos y banales
explicaciones sobre la grandeza de un sistema en el cual creía, esto era lo más
difícil, sabía que parte de todo aquello era una mierda, sabía que un 49 por
ciento de esa criatura estaba podrido, pero creía en el 51 por ciento de sus
hermosas conquistas.
"Ramiro dejó
dicho que habláramos con vos y te reincorporáramos", habló la voz chillona
de Vilma, mientras tomaban un te negro georgiano, y en las afueras, en las
calles otoñales, que a través de las ventanas de su casa distinguían, el frío
hacía más profundos la voz y el silencio del exterior, esa vez que la ciudad de
Kiev estaba más solitaria sin la presencia de sus amigos. A Cirilo aquellas
frases de Vilma le tocaron las fibras de su ser, ya que sentía un respeto
profundo por Ramiro, su compañero de estudios que había dejado mujer, posición
e hijos, muy a lo che, para ir al otro lado de aquella alegría, a jugar en el
tapete de una lotería sangrienta, su destino de guanaco. Sí, Cirilo podía recordar ahora, en medio de una ruta irregular
por las fronteras selváticas, aquella mañana de Ucrania, cuando había sido
reincorporado como cualquier títere de plomo en algún engranaje frío, calculador
y matemáticamente perfecto, tal como suelen ser los verdaderos engranajes.
Así meditaban, cavilan y recordaban Julio, José y
Cirilo. Trataron de ingresar a territorio cuzcatleco por las veredas de la
montaña hondureña, luego de haber retomado de Europa, Celeste María y quedarse
con los brazos cruzados porque el chaneque que los tenía que pasar de Nacaorne
al Pulgarcito se acobardó, es que andaba aquel general catracho de la Montada,
Tomás Caquita, sembrando el pánico y el caos en la zona fronteriza hondureña y
por eso que lo pensaran bien muchá el general Tomás Caquita anda con doscientos
montados, buenas armas, víveres hasta para regalar y en un verdadero
encontronazo podemos comer la que enterró el gato nosotros no somos muchos sólo
cuatro pelones y aunque nos la llevemos de cachimbones vamos a cagar fuego
porque no tenemos armas largas. Fue entonces, recuerdan ahora, perdidos en la
montaña, cuando quedaron desconectados del "Bom-Borón-Bom" y el
"triquitraca", que allá adentro estaban armando porque si el chaneque
se les rajó se acabó la oportunidad de enlazar el contacto que en un
determinado día y lugar los iba a estar esperando, y tampoco podrían llegar a
tiempo a la cita de reserva dos días más tarde que se habían dado, los chamacos
allá adentro se habrán resignado a nuestra impuntualidad o creerán que nos
quebraron el culo gajes del oficio en estos tiempos de parranda, y lo peor es
que no podemos movemos sin este chaneque cabrón que nos tiene en sus manos pero
si es cierto que el general Caquita merodea por la frontera pues sus razones
tendrá o quizás hasta zurrasón ya que se le olvidó lo de la paga y la mecha que
le habíamos prometido nos cuenta su mujer que al hermano del chaneque el
general Caquita, conocido en la zona como Tomás Caquita con Cucharita, lo
fusiló durante una inspección por la frontera mientras el chaneque inmóvil
escondido en unas piedras pachas sin hacer ruido vio cómo su hermano tuvo que
cavar su tumba y los cabrones de la Montada se echaban sus vergazos de cuzuza y
se rifaban al "par o non" con los dedos quién se iba a dar el gustazo
de quebrarse a un guanaco hijuecienmilputas más, por eso fue que calmaron la
chocolía ya no quisieron meter apuros al Chaneque para que los pasara al otro
laredo aquel había sido un trauma y un truene de la gran puta para cualquier
vato Luego lueguito se preguntaron qué podrían hacer en los próximos días o
semanas no se iban a quedar con los brazos cruzados y gastándose aquel
cachimbazal de pisto que traían por lo menos un par de gringos de licencia que
se encontraran en las calles los bares y los puteríos de lujo de Tegu - iban a
pagar el pato aseguró Julio que había que tronarse aunque fuera un par de
mierdas cheles de esos que salen de las bases americanas de franqueo los fines
de semana o en caso contrario tenían que ponerse buzos buxos-caperuxos y
coquiar o craniar una salida viable que los sacara del aletargamiento y de
aquellas aburridas calles empedradas o de las angostas avenidas asfaltadas de
Tegu - a las rutinarias cinco o cuatro de la tarde qué horas más lentas y
espesas pero años después en la soledad de Europa pensabas qué dicha estar allá
aunque cuando estás viviendo esas tardes en el aburrimiento de la capital
catracha eso te parece lo más cabrón del mundo es como estarse muriendo a plazos
y en cámara lenta sin amenidad alguna pero es que eso es entonces la vida un
hilito en picada que cae y cae y cae y cae y cae y termina un día cayendo por
completo Las tardes de Tegu son el lado oculto de la luna o de la muerte porque
así acaba todo en cámara lenta en un eterno ir hacia adelante hacia el futuro
hacia el fin.
A la gran diabla dijeron una semana después cuando José propuso ir
a comprar mudadas nuevas y otras cosas que les dieran aspectos de catrines para
evitar sospechas con la gente ya hasta de filósofos nos ha agarrado todo por la
modorra pedorra de estar acá güeliéndonos los pedos en esta ciudad aburrida
hasta que Julio dijo y si nos lo amarramos bien y pasamos solos esa frontera
puta por mí está bien dijo Cirilo y José agregó lo que sí hay que llevar las
mechas listas no nos vayan a agarrar con los calzones abajo Entonces fuimonos
muchá les dijo Julio y ni siquiera dijimos adiós se acordó uno de ellos no es
de gente educada ni mucho menos de compas irse sin la despedida o sin dar las gracias
má culero por andar dando las gracias podemos terminar dando las nalgas o nos
pueden quebrar del todo no ves que existe la remota posibilidad de que el
chaneque o su mujer o sus cheros o sus chuchos puedan transmitir la información
de nuestra partida qué sé yo borrachos o alegres o verguiados o torturados o
por ganas de joder o por chiripa por eso es mejor irse sin dejar rastro borrar
siempre eternamente borrar las huellas Si te vi ya no me acuerdo ni te conozco
indio patudo narigudo panzón y cabezón puta que diaverga estas despedidas si no
serán arrechas las venimos dando desde Europa sin decirle adiós a nadie sólo
tragando gordo disimulando con saliva y chistes que nos perdemos un par de días
nomás que quizás una semana o de un mes no pasemos como la vez que Helena se
extraño - recordó Cirilo en aquellas montañas donde estaban perdidos- porque la
besé y le dejé mi anillo como olvidado cosa sagrada que testimoniaba nuestra
unión teniendo como testigo al pelón judío-tártaro en una sala de matrimonio pero
yo agregando quizás venga noche no me hace falta y ella presintiendo algo
preguntando a quemarropa no vaya a ser que te querrás ahorcar si tenés
problemas de cualquier tipo mejor discutamos pero yo no jodás muchacha el único
problema que tenía como dicen los cubiches era haber nacido y hoy ya estuvo ya
nací pero sabélo bien si por las cochinas dudas me fuera para el otro mundo
quedaré en tu corazón en los pasillos estrechos de las catacumbas de Pecherscky
Lavra donde me identifiqué con las momias de aquellos monjes ortodoxos que
pasaban veinte años encerrados en sus celdas dibujando sus iconos a pan y agua
imagínate un icono era la obra de toda una vida de monasterio y prisión ya que
no salían nunca a la luz ni a la superficie fieles a su fe inquebrantable
ortodoxos al fin allí había voluntad temple y sabes cariño mejor apago la luz
no tardaré en regresar te lo prometo buenas noches cariño buenas noches Europa
y sin embargo ese temple de los monjes ortodoxos fue lo que recordé cuando nos
perdimos en las veredas cerca de Arambala José quiso que regresáramos por el
camino recorrido yo dije que lo mismo daba continuar o retomar ahora para qué
vacilar si ya nos llevó el diablo igual puede suceder que nos topemos al
general Tomás Caquita y sus doscientos montados o a los botudos de la Guardia
Nacional así que mejor adelantémonos con movilización constante vigilancia
constante y desconfianza constante las tres reglas de oro de la guerra
irregular no nos pueden joder a todos por lo menos uno de nosotros saldrá vivo
para informar que esas eran cosas en las que no había que pensar en esos
momentos dijo Julio a mí los guardiolos o los caquitas me importan un comino lo
que me descomputa y descontrola es estar perdido en estas montañas oyendo la
chillazón infernal y el trinar interminable de esa multitud de monitos y
pájaros pues sigamos muchá que no hay de otra dijo alguien y siguieron con la
rabia a cuestas.
La mañana lo encontraba cerca del puerto fluvial sobre
el Don, en la ciudad de Rostov, donde descendían con una furia exquisita ésas,
las más hermosas del mundo. Es de una delicia singular establecer el contacto
con las habitantes de esta ciudad y de este lado del mundo, se habría dicho
Cirilo al otro lado del Atlántico, en el parque Gorky de una ciudad del
encanto, dueño y señor de una ausencia cínica perfectamente camuflageada, y
para terminar de enterrar sus neurosis y sus ansias de mar y fuego, se fue a lo
largo del Prospekt Engels - el mismo que décadas más tarde, para el retorno de
los lobos, habría de llamarse avenida Imperial- rumbo al primer supermercado,
magazín en ruso, donde se compraba ese vodka sibérico de cuarenticinco grados
con el cual combatía a pausas, a tragos leves, aquella nieve y aquel frío
hijueputescos que no lo dejaban en paz. Eso, mientras durase el presente
invierno, iba divagando-pensando qué va se decía momentos más tarde ya con el
primer talaguashtazo entre pecho y espalda, mejor irse a casa de La Araña Mayor
en la cuesta que baja al Don y guachar si ella ha llegado, dado caso no esté
buscar la llave en medio del ladrillo flojo cerca de la puerta, donde la deja
escondida especialmente para ti para cuando tuvieras hambre y te sintieras solo
y triste y abandonado y quisieras charlar con alguien en esta ciudad fría y
extraña, panimaesch, ¿entiendes? Le
preguntaba en ruso que Cirilo no comprendía ni en papas, no sabía muy bien lo
que ella le decía en aquellos primeros meses en Rusia, pero sí entendía el
sentido humano de sus palabras o la verdad universal que se trataba de una mujer
sola y caliente en busca de un macho cabrío que se la empacallara como Dios
manda de vez en cuando. Sí, dijóse de nuevo Cirilo en aquella borrachera
inicial, caer por casa de la Araña con botella de vodka en mano, un cesto de
manzanas, unos racimos de uvas báquicas de Gruzia o Georgia y palpar sus senos
fríos y erectos. Recién retomaría del teatro citadino, donde trabajaba de
cantante, cuando se encontraba en aquellas eternas tardes de frío a Cirilo en
el cuarto calentado con carbón de aquella chimenea de antes de la revolución
que algún cosaco había construido en la casa a las orillas del Don apacible,
como entremés sus senos blancos y sus piquitos rosados, sus labios carmesí y
sus ojos azules, su cuerpo flaco y su cabellera trigueña suelta, desparramada
en el suelo o en la cama, cuando Cirilo pudo comprobar que la tristeza tiene el
mismo lenguaje, el mismo tono mundo. Un sexo ardiente en plena entrega, en fin,
estaba en Rostov de¡ Don, al otro lado del mundo, se era un forastero eterno
porque no había cambio de piel, ni de costumbres, ni se podían olvidar por
completo aquellas raíces con savia indígena y peninsular corriendo por sus
vasos comunicantes. (Ella, lejana, quedó
perteneciendo, a esa secta secreta, la de los parcos con la vida, en la cual se
había enrolado años atrás luego de meditarlo cuidadosamente, aquel enrolamiento
inicio de una cadena mágica de sectas y sociedades secretas que lo llevaría a
otro túnel dentro de otro túnel, donde al final pudo ver la luz del mismo, ni
más ni menos, una resurrección al otro lado del espejo de la razón, esa
coartada del ser y la nada.) Llegar a casa de la Araña Mayor, la felina más
exquisita que destrozaría uno por uno, una vez más, todos tus sueños e
ilusiones hasta que terminaras poniendo tus pies sobre el pantano y el suelo
materialista de la existencia de los seres y las cosas, y comenzar entonces a
beber ese líquido mitad ámbar, mitad cóctel de los dioses hasta perderse, en
sesiones de gritos, sexo, mordidas, estertores... Qué locos fuimos, pensó
siglos después Cirilo, en los cerros pelones del Pulgarcito insurrecto, ya
moribundo, cuando había retornado con Julio y José por una ruta imprudente.
Pero en aquellos universos lejanos del frío y el pasado, bajar una mañana de
nieve hasta el final del Prospekt Engels oyendo las canciones rusas de moda que
sonaban incesantes en los altoparlantes del parque Gorki, mientras en las
calles las ancianas vendían flores de todos los colores: eso y saludar a los
viejos amigos conocidos apenas dos o tres días atrás. Un invierno intransigente
en la mañana nívea de un recuerdo final y aquella pipa suiza que me regalastes
para una fiesta de cumpleaños naufragaría junto a su amo por estas tierras
heladas: cómo explicarte que sólo deseaba combatir la soledad y los recuerdos
que calcinan como droga, pensó Cirilo por un eterno segundo en aquellas
lejanías.
"Los mortales de este lado del mundo han cambiado
por completo", corroboró entonces, "se han vuelto, de una fecha
anterior para acá, más solícitos e indispensables para las hadas madrinas rusas
y ucranianas que frecuentan esos caminos del mal, de humos premonitorios y que
los fines de semana alegran el rato: es de una exquisitez anormal volverse
indispensables para esas hadas que también regalan muñecos elaborados en noches
de fiestas y carnavales secretos junto a las medias luces de la ciudad en
bacanal colectivo que acostumbra penetrar sigilosa cuando ellas, las
solicitantes, demuestran su maestría para con las noches obscenas y de
balalaikas a la luz de la luna entonando alegres las canciones prebálticas como
aquellas que escuchaste de labios de una Liena mientras caminabas por las
solitarias calles nocturnas y frías de la ciudad medioeval de Kazán evocando a
la Ciguanaba o Cigüegüet o como las canciones ucranianas de una hermana de los
ángeles mortales amada incansablemente durante dos años con sus días y sus
noches de ciudad con música añeja, antiquísima, entre el vino moldavanko, las
leyendas pipiles de tu aldea y el café del centro en los altos del Metro
Kreschatik con su exquisito coñac jerarca para esos momentos que representan de
la mejor de las formas una carabela de sorpresas carnavalescas mientras a lo
lejos en el mar de Azov, en la desembocadura del Don tormentoso, sonarán las
sirenas de los barcos, barcazas y proletarios yates que parten rumbo al Volga o
al Mar Negro. En las aceras soplará un viento frío que calará muy hondo, unos
perros ladrarán rabiosos a la luna, interpretando audaces tu nostalgia, y,
¿bajo qué otras circunstancias sino ésta habrías de invitar a tu pequeña aldea
a la dicha palpitante, a gozar del calor y la amistad de la estrella que
cautiva y apasiona?
Ciudades del encanto: bellas, luminosas, llenas de
puentes de oro como el Karlovo Mostá, de bares medievales como el U’ Flecku, de poetas burócratas, de torres
fastuosas como la Ostankino, de plazas hermosas como la Plaza Roja o San
Wenceslao, de museos ancestrales, de mausoleos y relojes utópicos, donde la
historia se esconde en los acordes de eternos violines de una gastada canción
de la alegría y los sinsabores y los recuerdos de un pasado que galopante
conforma una historia de sangre y fuego, heroísmo y tiranías: fue paseando por
la Seckseganskaya Ulitza, en Kiev, durante uno de aquellos años de ebriedad y
sueño cuando recordé de pronto que era un extraño, que mi reino no era de aquel
mundo, que era del otro lado del océano y que por muy alucinantes y bellas que
parecieran las urbes ésas, era también de una felicidad total conocer las otras
urbes de occidente como Venecia, Viena, Atenas, Roma, París, Madrid o
Amsterdam, para las vacaciones de invierno o de verano, en los cuales salías a
conocer la otra cara de la medalla, aunque se enojaran los dogmáticos y los
burócratas con sus reducidas concepciones esquemáticas de la vida y del mundo.
Cómo nos equivocamos y cómo se equivocaron en tantas cosas que hoy hasta dan
risa, pero que entonces costaban sangre y nervios: la mejor forma de luchar por
un nuevo mundo era abrirse el coco, desabotonarse el cerebro, algo que nunca
quisimos aceptar, ésta era la mejor contribución que se podía dar a nuestra
aldea, envuelta en una guerra, aunque sospecháramos que una pequeña concesión
nos haría perder la partida, pero había que ser flexibles pienso hoy, al otro
lado de una historia torcida como nunca la concebimos. En aquellos años de
machete duro y parejo a carta cabal para aquel que desafiara los santos
principios y la sagrada línea había que ponerle cráneo a la onda, buscar una
combinación que permitiera llegar al exacto término medio, pero qué va, cómo
ibas a convencer a tus paisanos y a tus hermanos macheteros que se podía buscar
una tercera vía, si todos estábamos en tremendo patín triunfalista después de
la revolución chocha y cómo se podía entonces discutir con aquel sectarismo
saludable optimismo dañino con extremistas de primera línea, se repetía Cirilo
en aquellos años caníbales. Lo mejor era ponerse a verga, emborracharse con
algún líquido fuerte de la Siberia, que te hiciera olvidar todo, desde tus
responsabilidades hasta tus sueños y pesadillas, o las dudas, las vacilaciones,
los callejones sin salida que eran también obra de los molinos de viento en
esas discusiones donde de antemano había que perder. Embriagarse, amanecer a
las orillas del Dniéper bochinche bolo borracho borrando con el trago evasivo
las responsabilidades, el deber, el ser consecuente, pero también vaya esto sí
era cierto, olvidando el dogmatismo, la guerra de enanos por pequeñas cuotas de
poder, el sectarismo, la megalomanía, la envidia, la terquedad, el mesianismo y
la torpeza bubónica peste de los compas que a la gran púchica te hacían la vida
imposible con razón y sin ella, te montaban campañitas de calumnias y
desprestigio, sobre todo cuando supieron lo de Helena y quisieron meter sus
narices por todos lados hasta por donde no estabas metido, en fin, qué terrible
fue esa vez que tenías entre tus brazos a la mujer que más amabas, esa vez que
eras el ser más feliz del universo, esa vez que era el absoluto poseedor de un
sueño, pero cuando te distes cuenta que te habías quedado a partir de entonces
y para siempre, irremediablemente solo...
Todo esto, collage
temporal de unos instantes vitales del ayer, desfilaba en la cabeza de Cirilo
mientras, perdido en las montañas hondureñas de la frontera cuzcatleca, en
compañía de José y Julio, buscaba la senda que los condujera al interior de su
patria en llamas...
Leyenda para un final de partida
Entre la niebla, el frío, la soledad y el anonimato de
una urbe europea puedo oír la dulzura de tu voz que desde un túnel envía
débiles señales y me embriaga con ilusiones perdidas, donde la alegría común es
un barco al garete en el triángulo de las Bermudas; un necio deseo con el que
consumo mis noches y territorios; una utopía, odisea o tragedia, o todo ello
junto, vividas en una anterior vida: en un tiempo que invertimos como malos
accionistas sin esperar beneficios --era lo menos que nos preocupó -, a fondo
perdido y sin el aval de un trust o
sindicato. Quizás para una nueva fiesta de bienvenida en otro universo quede el
recuerdo de esos días como un necio deseo de autodestrucción con el que igual
se acaban mis esperanzas, mis sueños y aunque a veces yo quisiera reír a
carcajadas de todo esto, una canción lejana me recordará que aún siento
ansiedad de tenerte en mis brazos, desde una legendaria voz que nace y muere en
el gastado disco.
Helena bajo otros cielos, o la consumación. Tela de
araña donde la vida se acaba para volver: eterno empezar de cero bajo nuevas
máscaras e identidades, donde el amor y la fidelidad son acotaciones al margen
del gran texto de una opereta magistral escrita por un maniático divino que
siempre nos da la oportunidad de una segunda ocasión. Y aunque ese libreto
sabio nos equivoque la brújula, el horizonte, la memoria y la sonrisa, siempre
queda tiempo para apelar la razón, ese viejo reloj polvoso ilustrado que de
cuando en vez nos sirve de fenomenal coartada para otras metamorfosis.
Siempre lo sostuve ante ti y los ponderables del bajo
mundo y la poesía: el amor queda al margen y la pasión es sólo una carta
trucada a jugarse. Sin embargo, como en esas ruletas encantadas e infernales
tantas veces evocadas por la, enferma imaginación del ludópata, apostaremos de
nuevo siempre al mismo color, aunque el mundo se acabe y en ello se nos vaya la
vida.
Ahora que ha pasado el tiempo, desde aquella juventud
ebria como un barco, sin el raciocinio y la lógica de esos muchachos
autosatisfechos y triunfadores, puedo decirte que todo fue inútil, pero
necesario.
Nada quedó, si acaso sólo cenizas como en ese bolero.
Salerosa y guapa, tienes la atmósfera de una génesis:
amarte fue crear el mundo y la coartada de un nuevo nacimiento, poseer todas
las cosas conforme te rodearan, alfabetizarte desde la "a" hasta la
"z" en diferentes códices, lenguajes y claves. No me importó caer en
la trampa del romanticismo de cualquier ralea: tardío, neo, post, o pre, si de
esta manera podía dominarte y conocer los misterios del otro lado de la razón y
del corazón de aquel cielo nuestro. En el lado irracional de esta historia
vivida con la relatividad y con la velocidad de una tortuga o de una estrella,
de nuevo escucho tus señales intermitentes enviadas como esos mensajes indios
en códigos y en diferentes canales, y me pregunto, como antes de este round me pregunté, si existe una vuelta
al pasado, si es posible caer en otra época y lugar como náufragos desesperados
que buscan un norte inédito. ¿Crear, a través de la novela utópica que me
consume, un tiempo locuaz con la complicidad de algún lector ávido e
insatisfecho que me acompañe como un minotauro por este laberinto de locura y
muerte? ¿Para buscarle un destino diferente al orden de las cosas?
He llegado a creer, en la sordidez de las noches de
insomnio, que este delirio es la providencial señal jocosa que desde un puerto
cercano, acá, en esta orilla vecina, al alcance de mis manos, la parca con su
coqueteo fascinante me envía, ya que en nuestro reloj de arena sonó la hora del
abur desde hace siglos. Este mismo sonido y este mismo ritmo que ahora escucho
como en aquél entonces: ¿es acaso el din-don de la muerte cascabeleando por mis
huellas?
"Tengo mis ideas sobre la dignidad y el honor, pero
nunca las subordino al destino de las cosas", escribí en una carta alguna
vez, desde la muerte y desde una ciudad de paso, que no logré enviarte. Porque
aquel adiós sea definitivo, porque terminemos en la inquisición como malditos
profanadores del orden de las cosas de este absurdo mundo, porque no tengamos perdón ni compasión y seamos
consumidos en una hoguera de sátrapas, marionetas, imbéciles y demás servidores
de las buenas costumbres: por todo esto, ruego en mis noches de insomnio; por
esto, nos dijimos hasta nunca y por esta muerte a carta cabal he vivido hasta
el momento con la esperanza de perderme en la maldición y en el infierno de los
condenados.
Atrapado sin salida, ésta era la frase con la cual
resumía su mundo en aquellos años: a miles de kilómetros de la estancia
original, pero también a miles de kilómetros de la felicidad y de la vida, ya
que se encontraba emboscado por la niebla, la nieve, el frío, otro idioma y otra
gente. El contacto con la Araña Mayor, con la Dicha Palpitante, lo había
transformado, o así se lo creía. A quemarropa recordaba los ojos azul-verdes
más melancólicos que había amado en su vida de la última noche, y la conclusión
quemante de que la tristeza es universal y la misma en cualquier cielo del
mundo. Sin embargo, aún restaba un final de partida para la historia de la
Exquisita que cautiva y apasiona, la Estrella de la Dicha Cautivante, donde
días y noches de amor, vino, broncas, gloria y ostracismo confundidos,
significaban el olvido y la muerte. A esas horas, en su solitaria noche, Cirilo
supuso que ya se había recuperado de aquel lance de dos o tres meses dentro del
pozo. Había librado una batalla silenciosa contra las sombras en un escenario impreciso
que le recordó a un túnel sin luz al final.
Beethoven o Wagner y sus nibelungos habrían sido el
mejor sedante: la canción de la alegría o aquella trilogía memorable. 0 quizás
fuese más saludable "El carnaval de San Miguel", "El
carbonero", o "El son guanaco". Y a pesar de que se había
sentido muy triste al comprobar, en un concierto de música que "El
carbonero" era una célebre polka que el querido Pancho Lara se había
fusilado sin mayores escrúpulos, se había recordado sin embargo de un rostro de
mujer enamorada locamente (sí: ella), y de una región remota y mágica que aún
existía en su imaginación y que suponía era su patria.
Lo más pleno hubiera sido encontrar en un bosque
nocturno esas hierbas angelicales con las que se enloquecen los iluminados.
Luego perderse en un sueño (el profundo), donde no podrían faltar los rostros
de Putolión y mi madre, Alberto y esa mujer de Rostov del Don que (quizás) aún
seguía amando: Aliza Viktorowna, la mujer más encantadora de la ciudad, su
segura aliada, su mejor batalla. Es posible que en un intermedio se colaran
como duendes traviesos don Francisco Gavidia y el pecho lleno de balazos de
Agustín Farabundo Martí.
Contundente loco, sólo hacía falta una esquina del Valle
de las Hamacas, los Delta, los
jocotes verdes, las semillas de paterna con limón y sal, un par de pupusas
revueltas, de chicharrón o de queso con loroco, y el trago doble de Chepetoño, de Tick-tack, de Tres puentes,
de Muñeco o de Espíritu de Caña. Como si no existieran la Europa occidental y el Atlántico
que te separaban de La Praviana... Lo
más miserable, es un insomnio atacando sin compasión: también lo más saludable.
El espíritu de lince: he ahí la intuición. El insomnio calcina como droga. Y
como una campanada mortuoria desde una misa negra que proclama a los cuatro
vientos que el ayer con su locura y su pasión dejó sus huellas en alguna
canción de bajos fondos, oigo desde una infinita noche de alcohol y tabaco
fuerte, los tonos acompasados de un cantante legendario que en su melodía
piensa y piensa que un día habrá de volver, mientras contempla cómo se van las
noches y él siempre espera, reza y ruega volverla a tener... Y cuando tú
vuelvas - explica en su monólogo de traición, derrota y bajos fondos - ansiosa
por verme, me hallarás perdido en el bulevard. / Estas son las noches, que pasé
llorando, / implorando al cielo verte un día llegar... En collage absurdo se mezclan boleros del barrio de bronca que te
curtieron el cuero y las historias de amor y traición del submundo que
sirvieron de boca de paisaje en tus titánicas borracheras de los días
aguafuertes en los inviernos de tu gloria y las primaveras de tu derrota.
Me pregunto si tendrá algún sentido y será provechosa
para alguien esta historia que escribo en páginas trashumantes olorosas a tabaco,
que retumban con el recuerdo de hierbas asesinas como la amapola o de divinos
sedantes como la heroína o la mariguana, si tendrá en un futuro mediato e
inmediato algún valor este grito de lobo estepario, que des de la anonimidad de
una ciudad de Europa occidental trato de enviar como seña de identidad de una
generación de compatriotas que, desperdigados por el mundo, asaltando cada día
la mejor flor de la mañana, subsisten a puñetazo limpio con su pedacito de país
en el cerebro carcomido por el alcohol, las drogas, la locura o la gloria.
Sabido es que la literatura nunca salvó a nadie de una catástrofe y que los
poetas, salvo contadas excepciones cada doscientos años, no son necesariamente
ni la voz del pueblo ni la voz de ningún dios. Esto lo relatarás con cierta
parquedad, cuando recuerdes al poeta Armijo en Pigalle diciéndote que se vive para la literatura no de la
literatura, sugerencia como una palada de sal en un mar de chocolate que te
hizo poner los pies sobre la tierra en el Barrio Latino, mientras París se
deshacía entre el humo madrugador del Sena y el adiós a una edad glacial hasta
entonces derrochada. "Ahora ya no hay remedio, ya estamos arriba de los
treinta años y la inoculación de ese virus asesino que es la literatura
persiste, ya estarnos jodidos del todo", se lamentaba Sorto, en las tardes
parisinas de su ocaso, "hoy ya es tarde para arrepentirnos, ya no podemos
hacemos jueces, banqueros, policías, o peluqueros, ya nos quedamos marcados de
por vida con esa cruz de ceniza y contraseña demente", terminaba de
monologar consigo mismo al referirse al duro oficio de escritor tercermundista
en el primer mundo, mientras ingería alcohol para olvidar su frustración y su
impotencia, su triste naufragio en plena ciudad luz, comiendo a salto de mata,
aplanando calles con sus zapatos Adoc
todo terreno como un acto sin escenario, viviendo de espumas de jabón dos anos
enteritos frente a la biblioteca del Centre Pompideau, una de las mejores del
mundo, sin haber escrito ni leído ningún libro de la misma, masturbándose en
sus sueños e ilusiones, con su glorioso pasado de cineasta de éxito que como
una sombra maldecía su pobreza y su miserable existencia, versión original del
París de los noventa, una ciudad cruel con los poetas y todo lo que no
signifique monedas, oro, material contable en divisas duras.
Esta era la gran novela que planeaba como un maniático
desde siempre: - un relato atípico que por el sólo hecho de carecer de estilo
definido sería experimentación y búsqueda a lo largo de un camino empedrado de
malas intenciones y técnicas fugaces que es toda novela verdadera, una, donde
hablara de la epopeya y la tragedia de mis hermanos decapitados en plena
juventud, y sobre la gloria y la tragedia de los sobrevivientes. Sobre odiseas,
penas o laureles de los que se salvaron por azar o por ironía del destino para
decirlo en lenguaje de novela rosa. Y ahí estará siempre el Chele Góngora, el
poeta campesino con sus cantarinos versos, hablándole a una tarde eterna del
cantón Matasanos con sus hermanas blancas y humildes como queseras holandesas o
como reses de buena raza, comprendiendo la locura de su hermanito empilado en
la poesía corriente de ruptura y en la lucha armada a nivel centroamericano.
Años después de aquel atardecer eterno del Valle de las Hamacas, cuando a las
cuatro pasado meridiano aparecía después del escampe un increíble arco iris, el
Chele Góngora cayó en Guazapa, un cerro cercano al Valle de las Hamacas,
mientras activaba y desactivaba minas en aquel campo minado que fue su vida y
la vida en el país de entonces: un riesgo permanente en el filo de la navaja,
caminando una letal historia junto a aquella aldea querida que él como poeta
campesino soñaba con ver libre, o escribiendo sus testimonios de hombre donde
hablaba de susurros subversivos, de la eternidad del aguacate, de hormigas y
vampiros uniformados, asaltando en plena noche la alegría tropical del Valle de
las Hamacas... Y la postrera vez que nos vimos en este mundo y en esta vida
terrenal y pura, yo iba rumbo a México tras las huellas de aquel destino locuaz
que me haría darle varias veces la vuelta a este inundo mínimo y absurdo,
recordarás entonces, hijo dilecto de aquellos años, que nos tomamos unas jarras
de cerveza en compañía de Norman Douglas, el hijo que Kirk Douglas concibió durante
una pequeña escala en el Valle de las Hamacas. Ahí, Rigo escribió una carta de
despedida a alguien donde hablaba del canto de los gallos rojinegros para un
próximo amanecer. Era noviembre, era frío, era el Cuzcatlán de un tiempo
mítico, y era la última vez que nos vimos. Hablamos de poesía y teatro, de los
poetas benditos y malditos del Valle y de San Chente, de los oficiadores de la
cultura, del sacrosanto orden que habíamos rechazado en todas sus versiones. Yo
partí ese fin de semana. El Chele Góngora salió también ese mes de Cuzcatlán
rumbo a Nicaragua a pelear codo a codo con los sandinos contra Somoza en
aquella magistral ofensiva. Después yo me perdí en los lugares que pierden a la
gente al otro lado del mundo y el poeta campesino Góngora cayó en el cerro de
Guazapa, es decir, que después de aquellas jarras de cerveza de noviembre ya no
nos hemos visto ni nos veremos más en esta vida.
La juventud de una salvaje ausencia
Recién habían dejado Arambala. Iban en búsqueda de
Upatoro, el pueblo cercano donde podrían contactar con una especie de fiebre
amarilla, tal era el sinónimo en música rockera de los sesenta, que encontraban
para la guerra de guerrillas en los cantones orientales de Cuzcatlán. Había que
decirlo claro y pelado ahora que todo se encaminaba por un rumbo inédito y la
historia del Pulgarcito empezaba a dejar de ser prohibida y el mismo Pulgarcito
se vestía con menos pompa para no darse color de bonchero y violento.
Julio, José y Cirilo se internaron en el territorio que
parecía ser Cuzcatlán. José era el mayor de todos y además el jefe. El que iba
a cargo de la expedición. Su rostro achinado, su pelo negro y su alta estatura,
le daban a su consistencia recia el típico plante de un militar, todo nervio,
órdenes, disciplina y método.
Habían pasado la frontera, ya que el famoso río
Goascorán que delineaba la misma, hacía ratos había quedado atrás después de
haberlo vadeado. Las veredas en Cuzcatlán tenían además ese sello
característico de los guanacos o salvatruchos y se multiplicaron a sus pasos al
cruzar la línea limítrofe, se movían como serpentinas carnavalescas en la ruta
irracional como una bienvenida. Habían meditado mucho ese retorno durante
largas, tediosas y calurosas horas en Tegu. El chaneque que se les rajó les
había recordado que allá, tierra adentro, estaban los lobos. Las fieras
guardianas de una fortuna mítica, compartida por catorce becerros de oro. ¿Eran
argonautas pipiles a la conquista de un vellocino de oro secuestrado por lobos
y primates? "Qué quijotada más pendeja", recapacitó José en sus
adentros, mientras cruzaban cerros y se imaginaban volcanes-molinos de viento
contra los cuales romperse la crisma del alma.
Cruzaron la frontera, imaginaria que sólo existía en las
mentes de los guardianes. La gente a uno y otro lado, el idioma, los cuentos de
camino real, los mitos y las leyendas, eran los mismos. Cuentos de viejitos
cacaricos transmitidos en una tradición oral de siglos. La Ciguanaba, El
Cipitío, El Cadejo Blanco, El Tío Coyote, dientes quebrados, culo quemado, La
Carreta Chillona, La Mano Peluda, El Justo Juez de la Noche, El Cadejo Negro,
El Cachudo, que deja hedor a cuerno quemado en varios kilómetros a la redonda,
los brujos cazadores de lechuzas en las noches de luna tierna, con el sombrero
de palma virgen entre las manos donde llegan las invocadas, mientras rezan las
oraciones de Dios al derecho y al revés, El Padre sin Cabeza, Los misterios de
la ruda y el ajo, La Poza Embrujada, Los cangrejos de oro, Los Mañana-Viernes,
Los meros cheros del Caballero Limpio y de sombrero alado, del príncipe de las
tinieblas, montado en su piquetero caballo alazán, con su impecable capa negra,
Los poseedores de los secretos del libro de san Cipriano, del libro de los
muertos, del libro de los libros y del nombre secreto de Dios y su legión de
amantes.
La gente creía en estos encantos, al otro lado de la
frontera y a este lado del infierno cuzcatleco.
Frontera irreal, camuflageada por unos cuantos mojones y
señales: los pobres eran pobres en ambos lados; el río Goascorán, sólo una
línea caudalosa de agua silvestres que se prestó a la casualidad de algún
latifundista para eliminar una misma patria y crear dos remedos de nación. Todo
tan absurdo y lejano de la historia sin fronteras de nuestros abuelos mayas y
pipiles.
Así cavilaban los tres caminantes mientras cruzaban
territorio limítrofe. Tierra adentro, se entusiasmaron con el paso seguro y
veloz que los llevaba a su nueva vida. Había montañas por doquier en los
alrededores deshabitados y embrujados. Se guiaban por la intuición, los deseos
del retomo, la lógica orientación de las veredas semi-deshechas.
El guía se les había rajado en Nacahome. "Esta
semana y la otra no podré pasarlos al otro lado, me paguen lo que me paguen.
Tengo hijos a los que seguir manteniendo y no quiero morir tan
tontamente", argumentóles.
La razón por la cual el chaneque estaba tan asustado,
era que el general hondureño Tomás Caquita, jefe de la Policía Montada, esos
días merodeaba con sus tropas la zona fronteriza que habían elegido para entrar
clandestinamente al país.
Tomás Caquita y la Montada. Su leyenda negra. La
incontable cantidad de cuzcatlecos fusilados que dejaban tras sí cada vez que
inspeccionaban la frontera. La mayoría de las víctimas eran campesinos y
pequeños comerciantes, hachineros que, del otro lado de la frontera, venían
hasta La Ceiba o Nacaorne para comprar telas y vender sus productos. Traían
atado de dulce, petates, oro extraído de los ríos profundos de Cuzcatlán,
animales domésticos como cerdos, vacas lecheras, caballos alazanes, gallos
pintos, gallinas guineas, conejos, cuzucos, tepezcuintles o frutas como
caimitos, anonas, guanabas, guayabas, papayas, jocotes, zapotes, verduras como
ayotes, güisayotes, ajo, achiote, pipianes y otros como ajonjolín. Traían
además chaparro, cuzuza, chicha, guacales, porrones, caites de llantas, joyas
falsas y verdaderas, santos de palo, armas cortas, barajas de la suerte,
oraciones para embrujar y desencantar. Los hachineros procedentes de Morazán y
el oriente cuzcatleco traían artículos y artesanías de oro y plata. Procedían
de la región semivirgen donde todavía - según escuchó en su infancia Cirilo de
boca de Putolión- no existían los aviones, ni los trenes, ni el telégrafo, y
donde miraban la vaca ahí estaba la plata, donde miraban el toro ahí estaba el
oro.
"Años después creo que ahí se construyeron las
minas de Montecristo", narraba Putolión en la infancia de Cirilo.
Los hachineros mercaban en Nacaome, San Pedro Sula, La
Ceiba o en Tegu, las telas con las cuales formaban los cortes para hacer
camisas, vestidos y pantalones.
En esa región montañosa y llena de Honduras se fabrica
la singular cerámica tan apreciada en todo el istmo. Los trastos son diversos y
jubilosos, por ejemplo, los porrones y los cántaros de barro pintados y
lacados, cuya tapadera es una figura con la cabeza de algún animal conocido o
desconocido: una gallina, un lobo, un dragón o un gallo. El resto del cántaro
es pintado y lacado como si en verdad se tratara del animal en cuestión, para
el caso, si la tapadera del mismo es un gallo, el resto del utensilio se pinta
como un gallo con motivos que sugieren plumas multicolores y alas. Fabrican
tazas, tazones, ollas, picheles, guacales, pailas, comales, cucharas y otros
trastos de barro crudo y elaborado. En Cuzcatlán existe un lugar parecido al de
estas comarcas, se llama Ilobasco y está escondido en cerros y colinas más allá
de la bocana del río Lempa. La mayoría de las víctimas cuzcatlecas de la
Policía Montada del general Tomás Caquita, en las zonas fronterizas, eran estos
campesinos y pequeños comerciantes. Al ser encontrados por las patrullas del
temido general en los caminos o las veredas de la montañosa región, bastaban
únicamente los nombres de sus pueblos de origen: Polorós, Lislique, Lolotique,
Curarén, Nueva Esparta, Cacaopera, Gotera, Corinto, Sabanetas, Upatoro,
Goateca, Chilanga, Jocoro, Jocoaitique y otros lugares fronterizos, para saber
que estaban condenados a muerte.
"A los pobres hachineros y caminantes cuzcatlecos
que caen en sus garras, ahí nomás los hace que caven sus tumbas y los despacha
al otro barrio", narróles el chaneque para argumentarles su negativa a
conducirlos esa semana que el general Tomás Caquita, apodado en la frontera
Tomás Caquita con cucharita, rondaba por los caminos de la muerte en Cuzcatlán.
Julio había mirado entonces, antes de la partida de
Tegu, a José por unos instantes, luego de haber escuchado con mucha atención
los peros del guía. Trató de buscar una propuesta creativa, qué hacer en las
próximas semanas, días o siglos.
-¿Y si nos amarramos bien los güevos y cruzamos solos
esa frontera puta? - preguntó no sin cierta sorpresa en su mirada irónica.
- Por mí está hecho - dijo José -, pero tenemos que ir
con las mechas listas, sería bien pelo de cuca que nos quebraran el culo así por
así, sin llevamos al paraíso un par de angelitos catrachos de la Montada como
escolta celestial.
- No lo creo --espetó Cirilo con cierta sombra de duda
en sus palabras -. Además esta es una manera de entrar en forma y de acordamos
de Ambal y de las camelladas de orden que dimos en las montañas de Santa María.
- Entonces fuimos locos – respondió entusiasmado Julio.
Dibujante, escultor, vagamundo, como albañil del hombre
lo describió un bastardo del Valle de las Hamacas. Se trataba de Dago, el
escultor que vagaba sin rumbo aquella mañana después del secuestro. Gordo, de,
mediana estatura, con la obesidad del gastrónomo satisfecho de su propia
barriga, de complexión fuerte, parecía luchador o boxeador de la arena Metropolitana. Procedía de La
Unión y por ello el epíteto de "garrobero" era más bien un piropo que
un insulto para su ego de artista rebelde. La mañana de julio en la ciudad
había sido placentera hasta ese momento, a pesar que los clásicos chaparrones
del invierno cuzcatleco amenazaran con desatarse de un momento a otro. Caminaba
abatido por el miedo, la desesperanza y la sicosis general que se sentía en
cada esquina de la ciudad, inclusive en San Ramón, la ciudad aledaña al Valle
de las Hamacas, ubicada en las faldas del volcán Quetzaltepec. Ahí vivía con su
mujer y sus hijos. No hacía mucho le habían robado los dibujos de su casa, en
un intento fallido para llevarse los poco ahorros que tenía. Esto había
motivado una campaña de los poetas jóvenes en el Diario Mundial con llamamientos a la buena conciencia de los
ladrones para que devolvieran los dibujos robados. El poeta Jorge Campos de
Santa Tecla, el mismo que aseguraba tener en el estómago diferentes micrófonos
y minigrabadoras desde donde la policía política le seguía sus pasos, había
iniciado en las páginas del Mundial la
serie de artículos para recuperar los manuscritos y dibujos, hasta que un día
habían terminado apareciendo en la barra del Bar El Lutecia, donde por casualidad "Michael", el mesero
de los poetas jóvenes y viejos, los había intercambiado a un par de ladrones
profesionales por una buena botánica de Chepetoño,
el guaro suave pipil, adobada con sus respectivas boquitas. Los dibujos al
final se pudieron recuperar y con ellos fue inaugurada la exposición de Credisa que sirvió de fondo para el
libro de Jimmy, Sinfonía en la menor para
un recuerdo. De esto hacía casi tres años, pensó Dago, un poco estremecido
de pies a cabeza por el recuerdo del poeta Jimmy.
Recién despertaba de la gran borrachera que como jamás
antes se había puesto en su pintoresca y católica vida la noche anterior. Bebió
para olvidar y escapar de aquella realidad monstruosa. Quería creer que aún
seguía bajo los efectos del alcohol, la mota y aferrarse a la idea de estar
viviendo en la irrealidad. Hizo el conocido truco de pellizcarse para saber que
no estaba delirando y reaccionó violento. Las secuelas de la goma hacían sus
estragos. La mañana de ese julio capitalino, apacible y fresca, comenzaba a
volverse calurosa. Decidió bajar al centro de la ciudad y dirigirse al mercado
San Miguelito, donde podría almorzar con una sopa de mondongo levantamuertos en
el puesto de comida de la niña Menches, que se mandaba siempre con la sopa de
patas. "Quizás", deseó, "me alcance para una Pilsener bien frívola, para una cercha
más, o a lo mejor me enzaguano un buen vergazo de Espíritu de caña para que me acabe de levantar el espíritu".
En su matata, por las moscas o las cochinas dudas, llevaba sus documentos de
identidad y un par de sus dibujos que habían naufragado desde la exposición de Credisa; recordó que para dicha muestra,
sus amigos de parranda de El Skimo lo
habían reprendido con sarcásticas alusiones, "terminastes de ilustrador de
sinfonolas tristes de novias tísicas y de poetas anarcos", le había espetado
el gordo Sansívar a boca de jarro.
"Exceso era aquello", recordó o así quiso
creerlo para olvidar la realidad. A tal punto iba embebido en sus recuerdos y
cavilaciones para no se dio cuenta que ya estaba en la parada de buses de la
ruta dos que lo llevaría al. centro de la ciudad. Se hallaba en el punto o en
la meta de los buses. Como un autómata, esperó el bus junto a otros pasajeros
que se dirigían al centro del Valle. "Qué habrá pasado con Gilda o con
Boni-", se preguntó ya que la noche anterior, al recibir la noticia y el
trágico aviso-advertencia, apenas tuvieron tiempo para intercambiar un par de
palabras antes de desaparecer al instante del lugar de los hechos. Por la calle
empedrada de un callejón aledaño observó a un grupito de gentes que se amontonaba
alrededor de alguien que yacía a la orilla de la carretera. Sintió canilleras.
Las piernas se le hormiguearon. "Vaya, tengo que admitirlo por fin",
se dijo, "esta vez dialtiro se me aculeró el alma". Se trataba de un
cadáver anónimo, de los muchos que aparecían a diario en Cuzcatlán y sus calles
polvorosas, asfaltadas o empedradas. La gente pasaba al lado, presurosa y con
temor, echaba una ligera ojeada al asesinado para comprobar que no se trataba
de un pariente o de un conocido y luego se marchaba sin ton ni son. Actos
reflejos que había creado la guerrita. La sicología de la gente había cambiado
mucho en los últimos años. Se acercó lo suficiente para observar el cadáver.
Cuando estuvo seguro que no se trataba de él, lanzó un momentáneo suspiro de
alivio. Sin embargo, tenía una fea corazonada. El bus había llegado, los
pasajeros estaban casi todos dentro. Dago subió, pagó los veinticinco centavos
del pasaje, tomó. de manos del motorista el tiquete y se sentó al final del
autobús. Este inició su habitual recorrido San Ramón-Mejicanos-San
Miguelito-Valle de las Hamacas. Tenía miedo. "Esta vez y este día ya no lo
encontrarás más en el café del centro de la ciudad, ni en ningún otro café del
mundo por mucho que viajes y los busques", oía el susurro triste de su
conciencia.
La noche anterior del café El Bella Nápoles habían secuestrado al poeta Jimmy. Quizás por
tratarse de un poeta subversivo, ya que escribía sonetos contra la luna
estuprada por los gringos y las estrellas mariconas, agentes de la orden
sacrosanta conocidos como los del escuadroncito diestro, lo habían capturado en
plena luz pública en el citado café, en compañía de su fotógrafo. Dago, Boni- y
Gilda, así como Mariluna y Ramírez Melara, compañeros de parranda y de libe,
hermanos de poesía, esperanzas y aventuras, cheros del alma y de toda la vida,
estaban catalogados - según les relató Lupita, la camarera del café que les
advirtió del suceso- como superpeligrosos sujetos integrantes de la banda o del
grupo de locos, soñadores, anarcos, barbudos, teatreros, escultores, poetas,
cuenteros y similares. Todos, cargos muy delicados. Según Lupita les narró más
adelante, ya que Dago y Gilda llegaron minutos después de los trágicos sucesos
a las cercanías donde los estaba esperando para advertirles del peligro y de
paso salvarles la vida, los miembros del escuadroncito diestro estuvieron
largos y tensos minutos aguardándolos y preguntaron por ellos a medio mundo y a
don Segismundo, que estaban tomándose sus cerbatanas y sus tapirulazos en el
interior del café. Portaban los señores diestros, además de sus respectivas
mechas reglamentarias, sendas fotografías desde diferentes distancias, poses y
niveles, de Dago, Boni -, Gilda y Mariluna acompañando a Jimmy.
Tal operativo tenía por objeto decapitar al grupo más
subversivo y peligroso del Valle de las Hamacas.
Gilda, con miedo insuperable, abordó el primer taxi que
encontró a su paso y fue a buscar la compañía de su amigo, el conocido pintor y
cantante de ópera nonualca Edgar Valenzuela, quien vivía en las afueras del
Valle en una comunidad de "Hari-Krishnas". Dago, incrédulo de que la
muerte rondara coqueta por sus alrededores y con la certeza-presentimiento de
que aquel viaje forzado de Jimmy era para siempre, se fue, en busca de los más
recónditos antros, para cruzarse y perder la razón y la memoria.
No sabía ni cómo había amanecido en su casa. De su
matata, donde aparte de sus dibujos y bocetos, llevaba un libro de Adolfo
Sánchez Vásquez, regalo-recuerdo de su maestro el escultor mejicano Zúñiga, el
mismo que había hecho el "Monumento a la Robolución" de la San
Benito, sacó un par de lentes oscuros con armadura café de carey y se los puso.
Quiso llorar por el amigo del alma que perdía, pero la rabia y la impotencia lo
ahogaron y además, el autobús y su marcha seguían su ruta impertérritos en
aquel Valle de las Hamacas tomado y poseído como un ciervo por el terror de sus
escuadroncitos diestros.
El Valle de las Hamacas, sí, pensó de nuevo, interesante
nombre para una ciudad que de primas a primeras para los pelos. Así la llamaron
los españoles que a sangre y fuego la fundaron, debido a los innumerables
temblores y terremotos que desde siempre se suceden en esta urbe a los pies del
volcán Quetzaltepec, y a las orillas del lago de Ilopango, el lugar de los
maizales y las mojarras, del sacrificio y morada de los dioses indios, pequeño
olimpo pipil a las puertas del averno, el cráter del Boquerón. La brisa que
sopla por la ciudad y que viene del mar es un rumor de mujer acariciando un
arpa o una guitarra alegre en la soledad nocturna de alguna edad impredecible.
El invierno, la estación lluviosa que dura seis meses, comienza cada año con
los zompopos alados de mayo aterrizando como paracaidistas con las primeras
lluvias y termina con los vientos de octubre, llamados los ventarrones, en los
fogones de los cortadores de café que se defienden del frío en las faldas de
los volcanes a lo largo y ancho del país, o a las orillas del Picacho, en la
protuberancia orográfica aledaña a la ciudad capital. La brisa marina no llega
hasta allí, ya que agoniza un par de kilómetros tierra adentro. La Mar del Sur
dista casi sesenta kilómetros del Valle. En invierno hay apagones, las noches
son tristes. El alma se vuelve nostálgica. Los temporales o chaparrones, cuando
llueve recio e intermitentemente, duran tres o cuatro días seguidos.
Amanecer en el Valle de las Hamacas. Una mañana de las
habituales: oyes el claxon de los buses repletos de gente rumbo al trabajo, los
canillitas gritan por las calles con el periódico bajo el brazo; en las
esquinas del barrio de Candelaria se confunde el borracho que aún duerme la
modorra de la noche anterior con la colegiala fresca que da un salto a la
orilla de la calle para esquivarlo; en la plazuela Zurita (he de recordarte que
allí existe el Hotel Bruno, donde
vive el poeta Jimmy con Thelma Suárez, y donde vive también Giovanni El
Fumador, este hotel es propiedad de la familia de Thelma y su madre lo
administra), las vendedoras ambulantes de chocolate y de shuco están ofreciendo
sus productos desde las cuatro de la madrugada: el shuco es una bebida de maíz
tostado agrio que se sazona con una cucharadita de "alguashte" y de
frijoles rojos o negros, se le añade chile fuerte y se acompaña con un bolillo
o pan francés recién salido de la panadería que las vendedoras conservan
calientes en los canastos aledaños a la cocina de brasas donde expenden el
shuco, envueltos en mantas de sacos de harina que han transformado en manteles.
También venden chocolate, la bebida de los dioses mayas y pipiles que se hace
del cacao transformado en tabletas y que se bebe muy caliente, generalmente
acompañado de semita alta mieluda, de semita pachita, de quesadilla de queso o
de "porosa", de peperechas o de marquesote. El Valle de las Hamacas
es un hormiguero a partir de esos momentos. (Bajo
la lluvia, bajo los truenos, rayos, centellas y relámpagos, en medio del sol o
de las noches calurosas: aquel año pelearon en las calles y los montes, aquel
año de un tiempo inmemorial comenzaron la guerra de guerrillas ... )
El autobús que lo transporta a la ciudad normal
"Alberto Masferrer" pasa. por la veinticuatro avenida norte, la calle
de las putas, a las exactas seis de la mañana. Cirilo se levanta a las cinco y
media, se da un baño rápido, toma la leche con Café Listo que su madre tiene ya preparada cuando él sale del baño
y que acompaña con un par de plátanos fritos en manteca de cuche. Diez minutos
antes de las seis sale de prisa para poder estar a las seis en punto en la
parada de buses, donde también se encuentran otros normalistas compañeros de
estudios. El bus recorre la veinticuatro avenida norte y dobla al final de la
misma a la derecha, comenzando un recorrido por el paseo Independencia que,
tras una breve incursión por el centro de la capital, desemboca en la Alameda
Roosevelt, una de las avenidas más anchas de la ciudad. Las seis de la mañana,
la hora cuando el Valle de las Hamacas se despierta como una canción bucólica,
con un idílico trinar de gorriones o chiltotas en medio de la selva de cemento:
los borrachos y los trasnochadores aún merodean las esquinas en busca de un
trago salvador, o de un estimulante shuco caliente; los obreros, los
canillitas, los empleados, los rateros y los banqueros comienzan su odisea
diaria: a lo lejos, en La Constancia,
se oye el silbido del tren de la estación, el claxon de los vehículos se hace
intenso en las esquinas del centro; algunos cafés como El Skimo aún están abiertos (en El
Skimo amanecen discutiendo de poesía maldita y de Bakunin el poeta Jimmy,
Dago el escultor, la chica terremoto Mariluna La Linda, la diva Gilda Lewin, el
Gordo Sansívar, Paquito Rivera el poeta Superviviente o Ramírez Melara. Todos
integrantes del grupo o la banda: barbudos o despeinados como ángeles del
infierno o novios de la muerte, amanecen olorosos a tabaco y alcohol, a hongos
y café amargo, a sueño trasnochado, a noche de farra inconclusa, a literatura
rebelde y utopías).
La alameda Roosevelt es una de las más grandes de la
capital. Tiene cuatro carriles, dos a cada lado para una misma dirección o
sentido del tráfico, sólo comparable al boulevar de los Héroes que también
tiene el mismo ancho. Está adornada a sus lados por árboles que le dan un
colorido singular en invierno, la época lluviosa y tropical, cuando las
tormentas arrecian y los sauces llorones le hacen honor a su nombre. En el
trayecto de la misma está el parque Cuzcatlán, el más completo parque de la
urbe, superado en magnitud sólo por el parque Balboa de los Planes de Renderos.
Ahí está ubicada la legendaria Puerta del Diablo, llamada así porque a ella
llegan los indios panchos a cerrar sus pactos con el Angel Rebelde. El parque
Cuzcatlán tiene diferentes entradas: por el Gimnasio Nacional, por el Hospital
Rosales, por el Hospital Militar, por la antigua Facultad de Medicina. Los domingos,
en la parte aledaña a la alameda Roosevelt funciona El Jardín del Arte, una
galería al aire libre, donde los pintores jóvenes y viejos llegan a exponer sus
cuadros y dibujos. Está vecino a la Galería Nacional de Arte, ubicada en la
parte inferior del parque Cuzcatlán, lo que le da al Jardín cierta atmósfera,
ya que cercanas se encuentran las colonias de los ricos, la San Benito, la
Escalón o la San Francisco, donde viven los potenciales compradores. El naiv es lo que se vende como pan
caliente, ya que con este estilo las viejas cursis oligarcas presumían en La
Florida o en Europa durante sus viajes de placer, del colorido de la campiña
cuzcatleca o del esbozo de los tejados de los mesones de San Marcos, ahí donde
vive el poeta-pueblo Cherna Cuéllar de llobasco.
Amanecer del Valle de las Hamacas, mientras el autobús
de la Ciudad Normal "Alberto Masferrer", amarillo y cruzado en el
centro con unas rayas negras, donde en letras blancas es posible leer el nombre
de la institución, realiza su trayecto diario rumbo a la ciudad normalista, en
San Andrés, y Cirilo recuerda sus penas y aciertos mientras el bus recorre el
capitalino laberinto. El trayecto dura media hora. Después de atravesar La
ceiba, el árbol frondoso frente al cual está ubicada la iglesia de la Virgen de
Guadalupe cercana a la UCA, el autobús llega a Santa Tecla, donde hace dos
paradas, en el parque Daniel Hernández y en el parque San Martín. Santa Tecla
es conocida como la ciudad fría o como la ciudad de las colinas, ya que está
ubicada entre cerros y a las faldas del volcán, el clima es muy fresco la mayor
parte del tiempo. Ahí existe el Banco
Técnico y Similares (que en un agosto de un año que no viene al caso sería
asaltado por el "seco" Alberto y la naciente orquesta de la rebelión
cuzcatleca). Después de unos diez minutos, el autobús sigue su ruta atravesando
las cercanías del tecleño estadio Olimpia, y luego llegando hasta Los Chorros
de Colón (has de recordar que en este balneario turístico existe el parque
conocido como El rincón de los poetas,
construido a iniciativa del poeta Raúl Contreras, el del viaje inútil y la dama gris,
cuyas cenizas fueron vertidas en Los Chorros, previa autorización de la
asamblea legislativa después de su muerte en Madrid). Siguiendo su ruta, el bus
amarillo pasa por Colón, unos cinco kilómetros más adelante llega al Desvío,
otra parada de buses, llamado así porque es el punto, de intersección de la
carretera hacia Santa Ana que se desvía en un ramal hacia Sonsonate. Del Desvío
hasta la Normal el bus sigue su ruta sin detenerse y luego de otros diez
minutos ingresa en las puertas del centro pedagógico. En total, el trayecto
desde la avenida Independencia, en el centro del Valle de las Hamacas, hasta la
ciudad normal, ubicada en el cantón El Sitio del Niño, en San Andrés, ha durado
una hora. En el Desvío venden shuco con pan francés. La última vez que los
probó venía de la casa del Gordo Calero Rodas y en aquella mañanita nebulosa y
fría, saboreando el shuco enchilado y el pan francés, conoció por última vez la
felicidad, pero de esto hace ya muchísimos años en la memoria de Cirilo.
A las siete en punto, el bus arriba al centro pedagógico
con tres autobuses similares donde viajan los estudiantes y dos microbuses
donde viajan los profesores. Una jornada más comenzará en el Normal Masferrer y
durará hasta las tres de la tardé. A las tres y media, los buses retornan de
nuevo al Valle de las Hamacas. Cirilo recuerda que en estos días iniciáticos de
marzo fue cuando se despidió de la chinita Laura, de la que no volvería a saber
nada sino siglos después, en Los Angeles. Durante aquel marzo, para disfrazar
su tristeza, trataba de cantar en la noche del cementerio de Mejicanos,
iluminado por la luna. "Iba muy triste y aquella lluvia me mojaba el alma
y la cabezas", recordaría años después, en la Estrella de la Dicha
Cautivante, enrolado en historias imponderables al otro lado de un carnaval
absurdo, asistiendo a un cosmopolita baile de disfraces.
En la Masferrer, Cirilo volvería a encontrar a Paco
Cafetín, el amigo paternal que le abriría las puertas del cielo y de la gloria
cuzcatleca antes de que las hienas y las ovejas de aquella aldea se enfrascaran
en una batalla campal con una alevosía increíble. Vestía en aquel año una
camisa verde limón, adornada con cadenas blancas, formando un largo mosaico
vertical en ambos lados del pecho, un pantalón verde, unos zapatos negros
comprados en el Calzado Flash del
mono Ayala Molina, el mejor calzado de toda la calle Concepción.
Había formado la plana de redacción de aquel diario sicodélico
de la Normal, Brecha, tan memorable
porque en él pudo publicar el poema de Roque, antes de que la guerra del gorila
se iniciara en aquella punta remota del planeta, donde bate la mar del sur.
La historia de esos años normalistas tuvo su desenlace al
otro lado del mundo para Cirilo, al otro lado de la alegría para el Gigante
Tadeo Morejón que cayó asesinado por el escuadroncito diestro. Pero Cirilo, al
compás de una canción futura en los bares que ya nunca más visitaría en
compañía de su hermano de letras e ideales como El Tecomate Rojo de Santa
Tecla, seguía viéndolo como si fuera ayer, mientras tomaban café en una pausa
de las mañanas de San Andrés y preparaban el asalto al cielo y a los infiernos
cuzcatlecos.
La juventud de una salvaje ausencia
Ya no pude retenerte para un futuro más sobrio, Araña.
Los sueños y las ilusiones, mis planes y mis inútiles estrategias para
recuperar el tiempo perdido quedaron aplazados para otro round en un tiempo y un espacio indefinidos. La sesquimilenaria
ciudad de Kiev supo de mi tristeza, mientras aquella canción cubiche,
"Lágrimas negras" - arreglo especial de "Los Irakeres"- era
lanzada al aire desde las ventanas estudiantiles de las residencias kievitas.
Para aquella caída saboreé el fracaso, pues eso fue la guerrita que en un punto
del planeta mis hermanos llevaban adelante contra viento y marea y contra el
imperio más cabrón de este siglo. Una cirugía plástica fue el adaptarse a las
circunstancias de un destino nómada a la fuerza.
Paralela también corría mi vida y la vida de otros miles
de enrolados en aquel juego mortal, buscándole otras esquinas y laberintos a
una patria en estado de emergencia. Hoy te hablo desde un quirófano, desde otra
vida y otro horizonte. Es posible que haya salido con vida de aquel carnaval
sangriento de disfraces y que estas contramemorias no sean escritas desde la
muerte...
Han caído de repente con la lluvia como limones maduros
- esos limones que en el jardín de la casa de mi infancia caen todos los
veranos cuando están jugosos- los recuerdos que siempre quise rescatar para una
novela imposible que en una locura audaz me librara de fantasmas y demonios del
pasado, donde los poetas de La Cebolla
Púrpura, que murieron en la flor de la vida y de la juventud, escriban y
griten lo que la muerte prematura no les dio tiempo de expresar. Sobreviví de
chiripa, lo sabrás cuando ya todo sea historia, ya que mientras mi país se
consumía en un baño de sangre y demencia, yo vagaba triste en el extranjero a
las orillas del Don, del Moskva, del Dniéper, del Sena, del Danubio, del Po,
del Támesis o del Rin, tratando de hacerme entender, sin éxito, con otros
extranjeros a quienes casi nada decía una guerrita librada en un punto
invisible del planeta por mis hermanos descalzos y hambrientos contra un ultrarnoderno
ejército. Aniquilación total, tal fue el destino de La Cebolla Púrpura Jimmy fue asesinado una noche de julio por el
escuadroncito diestro, antes de dejarle ir el balazo definitivo, después que lo
habían torturado toda una noche negra, le gritaron, ”porque sos poeta,
hijueputa", frase típica de la noche militarista cuzcatleca, ya que esas
mismas playas que devoran a sus hijos convertidos en cadáveres abandonados por
los torturadores, ilustran las portadas de los folletos turísticos y anuncian que
Cuzcatlán es el país de la sonrisa. "Nací a las doce de la noche un día de
abril. Exactamente a las cero horas", bromeaba Jimmy con palabras
premonitorias sobre su vida. Todos los que me han leído la palma de la mano
dicen que seré famoso universalmente, que todo el mundo conocerá mi
nombre", hablaba incrédulo, pero con ese insondable misterio de quien
conoce su destino de antemano. Estas líneas y diálogos los escribo una noche de
luna llena de abril, veinte años después, para volver a extrañarme. Las profecías
de Jimmy se cumplieron al pie de la letra. Tenía una estrella o asterisco en el
monte de mercurio de la palma de su mano izquierda, pero no se explica cómo fue
posible que todos los adivinadores y futurólogos en diferentes lugares de
Cuzcatlán le hayan dicho lo mismo en distintas épocas y además, tal como en la
profecía, que su nombre haya recorrido el mundo durante meses, después de
aquella trágica noche de julio cuando fue macheteado, torturado y asesinado por
la gente del orden y del escuadroncito diestro del Valle de las Hamacas. Por
haber vivido a pulso limpio un mano a mano con el riesgo y el pánico, en una
cuerda floja sin red protectora ni posible escapatoria es que elaboro estas
líneas con los nombres de los poetas de Cuzcatlán que vivieron al filo de la
navaja y con una flor en la sonrisa murieron al amanecer. Rigoberto Góngora, el
Chele, era un poeta del cantón Santa Clara de San Vicente. Nos conocimos en la
poesía coral salvatrucha que el Bachiller Campesino montó, y que servía de
puente entre los masacuatos de la provincia y los picapedreros del siglo en el
Valle, antes que surgieran los cebolludos. Rigo era amante empedernido de la
literatura, pasión que compartía con Foncho Hernández de La masacuata, que apareció un día en los talleres de la Editorial
Universitaria corrigiendo pruebas de La
pájara pinta. El Chele Góngora peleó en Nicaragua contra Somoza. De regreso
al Pulgarcito, se incorporó a la insurgencia. Su muerte ocurrió en el cerro de
Guazapa, alcanzado por un vaivén mortal, mientras caminaba en un campo minado.
Todos los cebolludos murieron, en combate o actividades
anexas, para la guerra del gorila. Sólo mi sombra, deudora de una muerte
racional, trata de seguir las huellas del recuerdo y escribir las baladas de
amor e ironía, de aquellos jóvenes de la poesía de la vida real.
El agente de aduana que revisaba los documentos de los
pasajeros en el punto fronterizo con Guatemala, Las Chinamas, leyó:- El
suscrito juez especial de policía hace constar: que la portadora de la presente
estuvo detenida en esta institución durante una semana, por imputársele
pertenecer a grupos subversivos, lo cual resultó ser negativo. Y para ser
presentada a la dirección del lugar de trabajo u otra institución, se extiende
la presente a solicitud de la interesada en la ciudad capital a las diecisiete
horas del día veinte de diciembre del presente año. Sello de: / Dirección
General de Policía Nacional. Juzgado Especial de Policía. Secretaría. El
Salvador, C.A. /. Firma: Juez Especial de Policía”. Tuvo intenciones de
arrestar a la portadora de aquella carta. Su pasaporte nuevo podía ser falso
así como el visado de México. Dudó varios minutos tratando de clarificar si
valía la pena notificar a sus superiores. La sacó del autobús donde viajaba en
compañía de otros pasajeros y la llevó al puesto de policía fronterizo. Ahí, el
que parecía ser el jefe, un oficial delgado y con una cicatriz en la mejilla,
luego de haber leído la constancia y de haber revisado minuciosamente el
pasaporte, empujó a regañadientes al policía y a la detenida a la calle,
visiblemente enojado por algo que consideraba una pérdida de tiempo.
"Cuando comprenderás que los que se van no nos interesan, más bien hay que
dar gracias a Dios que salgan del país, con los que tenemos que estar ojo al
cristo es con los rojos que ingresan al país y con los que están adentro",
reprendiólo. Cuando la detenida subió de nuevo al autobús, notó que toda la
gente que viajaba estaba pendiente. "Nos quedamos afligidos, creímos que
ya no la iban a soltar. Para mayor desgracia, ni su nombre y dirección sabíamos
para poder denunciarlo", exclamó con nerviosidad una señora santaneca que
viajaba hasta Antigua Guatemala. El autobús partió a los pocos minutos, y
aquella vez que pasaron el puente que sirve de frontera entre Guatemala y
Cuzcatlán, bajo el cual fluye el río Paz o Paxaco, fue uno de los momentos más
tristes que ella recuerda de su vida y también de los más felices: estaba
contenta porque se hallaba en libertad y sin vigilancia de los policías
secretos, sin la neurosis y sicosis de la guerra del gorila, y porque había
superado sin complicaciones el paso de la frontera; pero además estaba triste
porque ese tránsito en autobús por el río Paz o Paxaco en Las Chinamas era la
última vez que veía alejarse tierra cuzcatleca, su suelo y su tribu que
quedaban por un tiempo definitivamente atrás, en el pasado inmemorial... Y
ahora recuerda de improviso, en otra vida, esos instantes de un ayer vistos
como dentro de una bola de cristal o una máquina del tiempo, pero de esto hace
ya muchos años y vidas y no pudo regresar jamás hasta aquel pasado por mucho
que repitió en diferentes ocasiones el mismo paso fronterizo en el mismo
autobús...
(... Estabas
encerrado y sin noticias del exterior. Habías desaparecido de la faz de la
tierra y tus restos, como lo pedían tus familiares, tus amigos y tus
compañeros, tampoco aparecieron... Así es ese puente del olvido: sin
melodramas; así es la muerte cuando en el momento menos pensado llega y te
arranca hasta sus dominios de locura, oscuridad, escuadrones y tortura. No era
aquella una ocasión adecuada para la cita definitiva con la dama de tus sueños,
tampoco para un final inesperado, aunque intuido y, sin embargo, en lo sórdido
del encierro, cargando el odio del enemigo y la furia de las sombras, sufriendo
las torturas que a pausas y a velocidades increíbles te hicieron cambiar de
rostro y edad, la vez cuando te hundistes sin retorno en un hoyo sin final,
cuando el dolor y el pánico te encanecieron y te enloquecieron en un encierro eterno,
esa vez que sentistes en la nuca un certero varillazo y un trueno que
onomatopéyicamente reflejaron el disparo final, distes gracias a Dios de que
aquella pesadilla que fue tu vida en el Valle de las Hamacas, que también fue
un Valle de Lágrimas para ti, bajo este cielo maldito la guerra del gorila,
terminara ... )
Son los susurros que van y vienen en el vaivén incesante
de la memoria. La huida de María que por milagro realizó legalmente a través
del puesto fronterizo de Las Chinarnas, huida hacia México, hacia el norte,
hacia los yunai después, para escapar de la miseria y del hambre, pero también
de los policías de Cuzcatlán. Porque en contra de todos tus deseos y promesas
no pudistes llegar esa vez al Distrito Federal a tiempo para la cita y poder ayudarle
con tu solidaridad de fracasado, ya se sabe, cuando las penas se comparten
pesan menos; pero es que estabas encerrado, cercado por la realidad y sus
carros multicolores, por azares y metas absurdas de la vida, embarcado en
imposibles planes más allá del sueño, cerca de los cerros pelones y las
ciudades hambrientas de tu patria de juguete, país portátil donde bate la Mar
del Sur entre el rayo y la sombra... Allá donde surgen los cuentos de camino
real y de viejitos pedorros a la luz de los fogones rebeldes, nietos y nietas,
mientras saboreas las chengas grandotas que no estás acostumbrado a comer
porque aquí, en Morazán, en Corinto, en todo oriente, las chengas son
diferentes a las tortillas que a las cinco de la tarde llevan a tu casa en la
capital, Le fallastes a María, no pudistes compartir con ella el dolor y paliar
la tristeza, cuando son más la tristeza pesa menos, es más bofa. Pero es que te
habías empilado con Julio y José en Tegu - en traspasar la montaña sin el
chaneque y, en medio de un chaparrón que los empapó, descubrieron la vereda
tropical que los condujo al interior del país, hasta el cantón Curarén, donde
pudistes comprobar que los indios brujos todavía - siglos después de tu
infancia- siguen viajando en cáscaras de huevo, transportadas por lo
ventarrones de octubre, tal como en un tiempo remoto te lo narrara Putolión,
putiador de don Nolbo, su tata, por haber sido tan irresponsable, haberse
casado siete veces y haber tenido tantos hijos que al final, cuando murió, no
se atinó a quién repartieron herencia y a quién dejaron como a él, que sólo
tenía seis años, con una mano adelante y otra atrás... Chupamieles te parecen
esos recuerdos, el remordimiento que no pudistes llegar a una cita
puntualmente, pero al fin te conformas, como lo hicistes cuando comprobastes
que toda tu familia había emigrado a los yunai
y que de Cuzcatlán sólo quedaba el recuerdo, habían emigrado a paso de
ilegales, como se cruza esa frontera de la tortilla diariamente, por una
multitud interminable de centroamericanos y mejicanos hasta llegar a Los
Angeles y no sabés si es mejor que todo continúe así: esto lo reflexionastes
años después cuando caístes por Califomia y parlastes con los poetas jóvenes
salvatruchos, allá, en las ventas de pupusas La Tecleña, La Tapachulteca
en el exilio o en El Pollo Loco.
Allí encontraste de chiripa al poeta Paquito Rivera, el Super-viviente poeta de
La Cebolla Púrpura, a Dago el
escultor que estaba supergordo y a sus compinches, las calabiuzas de la muerte.
Y después de aquel viaje, una vez en Europa de nuevo, concluiste, ésos son
locos, locazos de remate, sin remedio y sin vuelta de hoja y así se
perpetuarán, qué cachimbones son que nunca mueren, meditaste entonces, una
noche de rabia sexual en París: venías de amar a una última mujer y el poeta
Armijo embebido en sonetos de añejo ron y en polifémicos viajes de odiseos
recitaba sus últimos versos e invocaba en la noche, a la luz de la luna y las
estrellas que se infiltraba por las ventanas de su cuarto, a su pobrecito
Pulgarito país, y William, el hermano músico, cantaba pobrecitos los poetas son
daltones son saltones son ebrios de lucidez, hasta que el poeta Armijo le pedía
a William que recitara sus canciones dedicadas a frívolas parisinas que lo
hacían sufrir como a un condenado y lo dejaban en la terrible soledad del
tercermundista abandonado en el centro de la ciudad mundial, desnudo y sin nada
material, únicamente con su cargamento de sueños paisanos... Leyenda. Y quizás
esa musiquilla de las pobres esferas oída tintinear cuando tus años de sed y
sueño transcurrían iracundos en la prehistoria de aquella declaración de amor,
cuando el gotear de los techos de las casas pobres y el pan escaso de un
invierno triste de tu aldea te hayan convertido en un adversario del status quo, quizás esa musiquilla oigas
al cabo de veinte años y te digas veinte años no es nada como en ese tango
memorable, pero en este tango de la vida cuzcatleca, el tuyo, se fueron todos
tus amigos, todos tus sueños e ilusiones, todos tus delirios y tus fuerzas. No
quedó casi nadie, salvo Paquito el Super-vivi, Dago en Los Angeles, el
"choco" Estévez en Barcelona, y quizás el ”cuchito" peleando en
la montaña hasta la muerte aún lejana como un valiente defensor de las
termópilis salvatruchas, esos serían, pensás, tres o cuatro sobrevivientes por
ligerezas de la vida, como vos, para dar testimonio de una epopeya descalza y
unos tiempos de leyenda... Paseas solitario, por los alrededores fríos de tu
última residencia, has decidido saborear el frío otoñal que te recordó el ayer y
sus protagonistas del paraíso perdido, donde moraste alguna vez. Has concluido
que veinte años, los pasados, se llevaron lo mejor de tus amigos, lo mejor de
la juventud guanaca, qué cabronada te decís, quizás nos dieron verga pensás,
meditás con esas preguntas hasta que reís irónico: aquel país expoliado por los
bárbaros sigue siendo el mismo en la distancia, en la leyenda y en el ahora.
Sirvió de algo nuestro quijotismo y nuestros utópicos ideales te preguntás,
mientras la gente del campo y la ciudad, como fantasmas, se disuelve por el
norte, en una diáspora inaudita, en la guinda más grande de cuzcatlecos rumbo a
los yunai.... la larga marcha hacia
el norte. Recordarás a los que hicieron el último tramo de la historia en tu
pequeño país, risueños y bromistas, como en las barricadas las noches de
sabotaje y de broncas, los sentirás gritar en las manifestaciones gigantes y en
los bares de mala muerte, donde escapaban para desenfrenar los hilos de una
vida terrenal y dura: los oirás reír o llorar en estas horas, como esos
fantasmas que atormentaban al jugador en esa novela de Pushkín, La dama del piqué, donde el espectro de
un recuerdo o la sombra de una pesadilla persigue sin cesar al protagonista
hasta llevarlo a la locura y la muerte... Habrás de sentirte extraño una vez
más en esta noche europea, ausente, mientras das el paseo nocturno por los
alrededores desiertos y otoñales de tu última estancia... Y ella, la que te
inspiró el nombre del amor como un subterfugio para burlar muertes anunciadas,
ella, Helena, también te hará recordar y recitar el poema de amor más hondo que
jamás hayas escrito, y acaso sientas en la distancia sus señales al otro lado
del sueño, años después, cuando de nuevo has aparecido por la vida, Lázaro
aguacatero, triste pero un poco alegre, jodido pero contento, por el prurito
deseo de contar y reinventar otros ayeres, ayeres de ayer y de eres, es decir
de sos, estás... Leyenda sin ayes: me dicen que eres feliz en aquella ciudad
del encanto donde te conocí y te dije adiós: él, eso sí, fue asesinado en el
encierro y sus restos no fueron hallados nunca, se supo que lo habían visto
vivo tres meses después del secuestro en las bartolinas de la cuilia nacional,
después ametrallaron la casa de la prima por andar reclamándolo en los periódicos
y en las asociaciones pro-derechos humanos, y luego, para aquel cáncer final,
el oreja que lo delató contó en los delirios de su agonía cómo había sido
torturado hasta recibir el disparo definitivo. No le perdonaron aquella estadía
pirotécnica en la isla de los cubiches, que para mayor jodida fui yo
precisamente el que lo conecté, pero así es la vida, adelante habrá que seguir,
como los bueyes, como él escribía en los programas y la jodarria que todos los
años editaba haciendo temblar con su lengua divina y su verbo implacable a los
requisitos de la ciudad... Distancia. Leyenda: de nuevo estás en una Europa
vacía que te ofrece la paz sepulcral de tus fantasmas y a retumbos, dando
saltos mortales, vas rellenando con recuerdos ilógicos esos espacios vacíos que
de repente te asaltan, y todo es un gran caos: sabés que tenés que enfrentar el
pasado de tu tribu, que hay dentro del caos un orden y que, cual agujeros
negros del universo, tus recuerdos llenan una verdad y un tiempo míticos, que
son la esencia del ser, la nada, la vida, la muerte, la historia y la leyenda.
Curarén tiempo sin tiempo
Camino adentro, sobre las llanuras que en el horizonte
se pierden, puedes llegar hasta la ciudad de Yoro, el lugar del que te hablo.
Está en la ruta que conduce a la costa atlántica y por ello poblada por
pequeños comerciantes, hachineros o prófugos de la ley. De esta época, la de la
matazón del treinta y dos, remonta la emigración de cuzcatlecos que buscando
fortuna y tranquilidad terminaron poblando esas honduras.
- Yoro, así se llama la ciudad – explicó Putolión -, cae
allí una lluvia plateada que de lejos se ve relucir, formando en ocasiones, con
el resplandor de los rayos, interesantes combinaciones que hacen de Yoro una de
las ciudades más brillantes de la costa atlántica y del mundo. Esta gama de
colores se debe a la lluvia de peces que en invierno, época de tormentas y
ciclones, arrecia sobre la ciudad de Yoro y del Arco Iris.
Luego se hicieron sobre el camino que los llevaría a las
afueras de la ciudad en mención: esto sucedía en el tiempo mítico de la
prehistoria - recordaría años después Putolión -, en aquel continente de los
siete colores.
- Antes de llegar a Yoro pasaremos por los ríos
profundos, donde se puede extraer oro confundido con la arena y los peces en el
fondo de las aguas - le habían dicho a Putolión en su infancia cuando la
compañía de su tía Eva, inició aquel viaje por la costa atlántica en busca del
tío Jorge, el brujo, que junto con don Urbano, el maestro de brujos, había
desaparecido del mapa, y el único rastro que tenían de ellos era la carta
amarillenta, fechada en Yoro hacía tres años, donde hablaban de la lluvia de
peces. Durante esa temporada se había incrementado un crecimiento demográfico
en la zona, explicable por la inmigración de cuzcatlecos que, huyendo de la
matazón del treinta y dos, realizada en el occidente de Cuzcatlán por el
dictador brujo Maximiliano Hernández Martínez, habían poblado las desiertas
regiones hondureñas camino de la costa atlántica.
Sonaron las campanas de un lejano trinar. Julio, José y
Cirilo, confundidos en la geografía montañosa, ya que no estaban seguros de
encontrarse en territorio cuzcatleco, se miraron extrañados, buscando alguna
explicación en sus rostros. No sabían qué hacer ahora que escuchaban los repiqueteos
del campanario, indicándoles un punto final para su búsqueda. Esto no lo habían
planificado, su idea principal era encontrar en las veredas o en los matorrales
a los chaneques y las postas de la guerrilla. Nunca se imaginaron llegar a un
poblado como el que habían encontrado y que oirían un lejano campanario
anunciando las horas de aquella tarde y aquel día a sus habitantes y fantasmas.
- Lo mejor será que esperemos hasta que anochezca. Luego
podemos enviar a alguien para que explore el poblado sugirió a modo de orden
José. Todos parecieron dudar de aquellas palabras al comprobar que tenían por
delante otra noche más de frío y espera, cuando lo mejor hubiese sido salir de
una vez por todas de las dudas, "de las cochinas y malditas dudas" recalcó
Julio, pero la orden de José fue aceptada.