Noche de tenues suspiros platónicamente ilesos: vuelan bandadas de besos y
parejas de suspiros; ebrios de amor los céfiros hinchan su leve plumón, y
los sauces en montón obseden los camalotes como torvos hugonotes de una muda
emigración.
Es la divina hora azul en que cruza el meteoro, como metáfora
de oro por un gran cerebro azul. Una encantada Stambul surge de tu guardapelo, y
llevan su desconsuelo hacia vagos ostracismos, floridos sonambulismos y
adioses de terciopelo.
En este instante de esplín, mi cerebro es como un
piano donde un aire vagneriano toca el loco del esplín. En el lírico festín de
la ontológica altura, muestra la luna su dura calavera torva y seca, y hace
una rígida mueca con su mandíbula oscura.
El mar, como gran anciano, lleno
de arrugas y canas, junto a las playas lejanas tiene rezongos de anciano. Hay
en acecho una mano dentro del tembladeral; y la supersustancial vía láctea
se me finge la osamenta de una Esfinge dispersada en un erial.
Cantando
la tartamuda frase de oro de una flauta, recorre el eco su pauta de música
tartamuda. El entrecejo de Buda, hinca el barranco sombrío, abre un bostezo
de hastío la perezosa campaña, y el molino es una araña que se agita en el
vacío.
Deja que incline mi frente en tu frente subjetiva, en la enferma
sensitiva media luna de tu frente; que en la copa decadente de tu pupila
profunda beba el alma vagabunda que me da ciencias astrales, en las horas
espectrales de mi vida moribunda.
Deja que rime unos sueños en tu rostro
de gardenia, hada de la neurastenia, trágica luz de mis sueños. Mercadera
de beleños, llévame al mundo que encanta: soy el genio de Atalanta que en
sus delirios evoca el ecuador de tu boca y el polo de tu garganta.
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Con
el alma hecha pedazos, tengo un Calvario en el mundo; amo y soy un moribundo, tengo
el alma hecha pedazos: cruz me deparan tus brazos, hiel tus lágrimas salinas, tus
diestras uñas espinas, y dos clavos luminosos los aleonados y briosos ojos
con que me fascinas.
Oh mariposa nocturna de mi lámpara suicida, alma
caduca y torcida, evanescencia nocturna; linfática taciturna de mi Nirvana
opioso, en tu mirar sigiloso me espeluzna tu erotismo que es la pasión del
abismo por el Angel Tenebroso.
(Es media noche). Las ranas torturan
su acordeón un "piano" de Mendelssohn que es un gemido de ranas; habla
de cosas lejanas un clamoreo sutil; y con aire acrobatil, bajo la inquieta
laguna, hace piruetas la luna sobre una red de marfil.
Juega el viento
perfumado, con los pétalos que arranca, una partida muy blanca de un ajedrez
perfumado; pliega el arroyo en el prado su abanico de cristal, y genialmente
anormal finge el monte a la distancia una gran protuberancia del cerebro
universal.
Vengo a ti, serpiente de ojos que hunden crímenes amenos, la
de los siete venenos en el iris de sus ojos; beberán tus llantos rojos mis
estertores acerbos, mientras los fúnebres cuervos, reyes de las sepulturas, velan
como almas oscuras de atormentados protervos.
Tú eres póstuma y marchita misteriosa
flor erótica, miliunanochesca, hipnótica, flor de Estigia acre y marchita; tú
eres absurda y maldita, desterrada del Placer, la paradoja del ser en el
borrón de la Nada, una hurí desesperada del harem de Baudelaire.
Ven...
Declina tu cabeza de honda noche delincuente sobre mi tétrica frente, sobre
mi aciaga cabeza; deje su indócil rareza tu numen desolador, que en el drama
inmolador de nuestros mudos abrazos yo te abriré con mis brazos un paréntesis
de amor.
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