LA CONCHA DEL ECO

-A Puppy Love´s Story-

        Para entonces ya me había volado la paja varias veces con espíritu olímpico... pero nada..., me cansaba y no alcanzaba el rico final. Entonces me enculé y recuerdo bien que la quise con aquel amor virguito, frágil, lleno de esmegma y fantasías, pero también la olvidé así de chiche.
        Cosa más extraña, las dos primeras mujeres que amé fueron, respectivamente, dos y cinco años mayor que yo, pero la primera fue lo que los gringos llamarían “puppy love”, fue breve, efímero…, y en buen salvadoreño yo le llamaría empezar haciendo pininos.

   
     
Todo comenzó así:

        Con Sonia, supongamos ese fue su nombre, vivíamos en el mismo barrio, aunque no en el mismo nivel. Ella tenía 15 años, yo tenía 13, pero me enculaba decir que
andaba en 14; ella iba a un colegio costoso, yo iba a la escuela pública, su mamá usaba maquillaje y parecía de película, la mía tenía un cutis de lucha y parecía guerrillera, su papá tenía carro, el mío no llegaba ni a bicicleta... pero como cualquier rica o pobre, ella era bonita... y ella se fijó en mí.
        Fue bien ahuevado hacerlo pero descubrí que cuando ese volado llamado amor nos toca, vale verga el muerto y los cuatro que lo van cargando. Yo hablé con ella por vez primera mientras rezaba a San José, y la Virgen María en una Posada Navideña.
        En mi barrio, y entre los de mi edad, era de ley parar de ir a las Posadas después de doce años o sexto grado, y quien estando en sexto grado, o mayor de doce, seguía yendo, se le daba parranda, se le llamaba culerito, y se le echaba bola negra.
        Las Posadas comenzaban el 15 de Diciembre, esa tradición tan mexicana se había arraigado entre mi gente que la esperaba y preparaba con alegría y júbilo. Diciembre, por nueve días, era un mes que no existía rico ni pobre. Los ricos y acomodados abrían las puertas de sus casas, y algunos hasta se mezclaban con todo el barrio que andaba de procesión en procesión cargando las estatuas de la Sagrada Familia noche tras noche..., y al final de cada noche, después de una larga y emotiva oración, algunas familias pudientes compartían refrigerios y también regalaban juguetes y ropa al pobre, que era la mayoría en la procesión,... y todo terminaba con los cuetes de vara, y la reventazón de silbadores morteros y buscaniguas... y el inolvidable olor a pólvora.

      
  ¡Y todo esto gratis por nueve días!

        Mi céntrico
barrio Santa Lucía, en San Salvador, antes de los 70s, me decía mi padre era un triángulo que rozaba el antiguo centro de la capital y sus esquinas colindaban desde la Farmacia Latina, Pollo Royal, El Cochinito, a la Iglesia La Basílica y el Parque Bolívar, y de allí hasta el Campo Marte o Parque Infantil.
        En el barrio había aún casas de gente rica y acomodadas que no habían todavía emigrado a la Escalón o San Benito, aún estaban viviendo lado a lado con los descuidados y escabrosos mesones que entonces eran tantos como colonias existen hoy.
        De una de esas familias acomodadas venía Sonia, ellos tenían décadas de vivir en una casa bonita y pequeña por fuera, como inmensa y decorada por dentro. Casi cada año, durante las Posadas, su casa había dado alojamiento a la Sagrada Familia, y esto no era gratis ni barato pues la gente que aceptaba hospedar las estatuas por una noche pagaba buena feria como donación a la iglesia que organizaba la Posada.
        Sonia era piel blanca, como cuidada del sol, pelo largo café, ojos acanelados, y una sonrisa que nunca se me ha borrado, le gustaba usar shorts porque sabía tenía lindas piernas, se veía limpia y sana, y tan inasequible.
        Yo me hallaba en misa con mi madre en la iglesia La Basílica, cerca del Parque Bolívar, celebrando el Día de Los Indios cuando levanté mi mirada y la vi casi de frente, ¡ella me sonreía! Ya la había visto varias veces antes, pero pensé que ella nunca me había visto, mucho menos que me sonriera, quizás también antes yo no tenía suficiente testosterona para darme cuenta que ella existía... pero ahora... ahora sentí algo raro en mi cuerpo, como la descripción de una droga sicodélica que se prueba por vez primera... levanté de nuevo mi vista y ella seguía viéndome y sonriéndome... me está tirando los calzones pensé a mi mismo usando la frase favorita de algunos grandes del barrio, ¡y al fin dándome cuenta de su significado!... pero me dio pánico, me aculeré, y ya no me atreví levantar la mirada... sin embargo, a la salida fue inevitable y cuando ella pasó cerca de mí, me sonrió y me dijo adiós sin voz, sólo con sus labios... yo me paralicé.
        No pude dormir esa noche y quería contarlo pero no podía, para los grandes que escasamente me tocaban en cuenta, eso era como un volado peliagudo que todos podían ver de lejos, pero talvés peligroso probar pues los hermanos grandes de Sonia eran matones del barrio.
 
        La Procesión de La Posada
 
        Tres días después, al atardecer, me hallaba sentado en un viejo tronco de árbol que servía de puesto de comando de los grandes, el tronco estaba a la par del zaguán en la entrada de mi complejo de apartamentos, yo estaba esperando la procesión de la Posada que comenzaba precisamente este día, me iba a jugar la taleguiada rezando que mi mara y los hermanos de ella no me vieran... entonces al fin, a lo lejos, venía el gentío cargando la urna con las estatuas, se veían candelas, mantillas, rosarios y todos cantando oraciones... pasaron enfrente de mí... entonces la vi...! y ella me veía!. La acompañaba la sirvienta... me levanté cual resorte dispuesto a caerle cuando me acordé de nuevo que si me veían desfilando en una Posada sería un gran clavo pues mi mara me echaría bola negra, peor aún, si los hermanos de ella me veían me aseguraba una señora vergueada... esto me hizo titubear un segundo..., pero la nueva droga pudo más y me encaminé a la procesión.
        La sirvienta se llamaba Argelia, y llegaba al mini market que mi madre tenía dentro del mesón a comprar tortillas, era una mujer de 20 años bien regularona, alta, morena, casi negra con el pelo colocho, por supuesto que como las negras tenía un soberano culo, y porque ella lo sabía, era creída. Ese mediodía ella me había hablado por primera vez para decirme que Sonia le había dicho que esperaba verme en la noche en la procesión de la Posada.
        La mara grande a eso le llamaba dar entrada... y yo no podía correrme so pena de ser culero.
Hasta entonces yo sólo había sido un mono virgo y tímido, pero ya hacía un año la gente me decía mi voz se enronquecía, comencé usar vaselina y hacerme bucle, verme en el espejo, a rascarme la picazón del naciente bello púbico, a fijarme en la ropa que usaba..., ¡pero lo más rico!, ya tenía fragores de ganas de coger; por supuesto que yo ya sabía que era coger y lo conocía bien sin nunca haberlo hecho por haberlo oído a los
grandes, y para entonces candela chorreada era tan viejo como el pedo.
        Me había volado la paja sin éxito porque los grandes se ufanaban de ello y yo quería ser grande. Además, ya había empezado a mojar suave cuando veía a Isabel Sarli, y en puta cuando rozaba el culo de alguna mujer en el bus. Ya sabía que era un “beso de lengua” pero sin haberlo probado nunca, imaginaba la sensación que era “meter el dedo” sin nunca experimentarlo...         Todo lo que sabía sobre el amor y esos volados lo había escuchado de voladas entre la mara grande.

        
-Hola!, -dije nerviosamente, dándome cuenta que ella era casi una pulgada más alta que yo
        
-Hola Jorge, ¿cómo está? -me dice como si ya me hubiera hablado antes.
        
-Bien, usted se llama Sonia, vaá?. –pregunté virgamente.
        
-Sí, ¿va a decir no sabía?
        
-No estaba seguro... –otra cagada.
        
-Me gusta como patina, ¿sabe?...

        Yo la había visto casi todos los sábados viéndonos patinar en la pista del
Parque Infantil pero de 7-11 años estaba muy bicho y nunca le puse queso a éso.

        
-Gracias, pero a usted nunca la he visto patinar en la cancha.
        
-No, mi papá algunas veces me lleva a los Planes de Renderos. Al Parque Infantil voy solo a ver, y más por verlo patinar a usted.

        
¡Estremecimiento!

        Gracias a Dios fue un trayecto de metros pues llegamos a una casa casi enfrente de mi complejo de apartamentos, pegada a la escuela
Juan José Laínez, era la casa de la familia Búcaro... Mientras yo internamente imploraba que no apareciera nadie de su familia ni de mi pandillita. La procesión se para en la entrada de la casa y una mujer con libro en mano canta a la puerta cerrada pidiendo albergue para María y José, detrás de la puerta contestan, después de otro par de intercambios la puerta se abre y entra toda la mara a la enorme sala de lindos cuadros, finos sillones y decorados. De esta manera vi como era por dentro la casa del rico en el San Salvador de entonces, y empieza la parte que pensaba era la más aburrida, casi media hora de letanía religiosa, se termina y empieza lo que también decía era lo más vergón: el refrigerio.
 
        -Ya me tengo que ir – ella me dice de repente poniéndome un papel y apretando suavemente mi mano... sentí un rico escalofrío.

       Ella me escribió un papel que guardé por muchos años, allí comencé mi mañita de guardar babosadas, y este papel viajó conmigo en mi diáspora, y regresó de la diáspora, pero un día se mojó, y la tinta se borró, con gran dolor lo quemé.

        
El Sábado a las cuatro en la pista del Parque Infantil.
        
Usted me ha robado mis pensamientos.

        
Sonia

        Ese papel anduvo conmigo los tres días que faltaban, y para cuando llegó el sábado ya era un costal de nervios y jugaba con la idea de agüitarme.
        Ella fue la que me robó los pensamientos, nada me hacía olvidarla, comía, dormía, y que rico era cagar pensando en ella. Era claro que el sábado iba a tener que declararme, eso me daba culillera, pues nunca lo había hecho, sabía que era, por supuesto lo había oído a los grandes, sabía sobre que trataba y lo hallaba yuca de hacerlo, yo no tenía palabras para eso... allí descubrí la gran debilidad que me perseguiría después: declararme de novio... ¡puta, que paloma eso!. Conociéndome hoy pienso que sin la presión del ambiente, yo sencillamente me hubiera aculerado ir, pero la presión puso peso a mi masculinidad y doblegó mi naturalidad, porque al final fui a la cita...
        ¡Pero Sonia prácticamente se me declaró sin declararse!...
        El Parque Infantil de Diversiones era enorme. Construido sobre el antiguo Campo de Marte. Era un círculo de más o menos medio kilómetro de diámetro, en toda su orilla habían árboles enormes, pinos gigantes, en el lado norte una piscina donde aprendí a nadar, , un kindergarten del cual soy su graduado ex alumno, pegado al kinder había un teatro al aire libre seguido de una cancha de básquetbol que recuerdo tanto, entonces el club de tenis, la pequeña biblioteca al sur... En toda la periferia seguía una pista de carrera y un trencito que corrían a la par y encerraban el enorme círculo que a su vez lo llenaba un parque con muchas ruedas mecánicas, sube y baja, columpios, pista de patinaje, y más pinos.
        Había dentro del Parque, entre las ruedas y los árboles, una estructura de cemento amarilla, cóncava, parecía carapacho de tortuga, en mi barrio la llamábamos La Concha del Eco, era un poco encerrado, con tres estrechas aberturas de entrada, adentro era semi oscuro y al caminar sobre el piso de ladrillo, o gritar, se oía el eco. Esta estaba a la par de la pista de patinaje donde yo acostumbraba patinar muy seguido cuando tenía siete años, pero conforme iba creciendo lo iba haciendo menos frecuente y a estas alturas ya estaba en retiro total y no patinaba para nada...
        Apoyada sobre la cerca malla ciclón viendo patinar la vi sola, pues no veía a la cholera.

        -
Hola
        
-Hola.

        Silencio.

        
-¿Es cierto que se van del barrio?
        
-Sí, en Febrero.
        
-Ya no va a ser lo mismo sin usted. Aquí lo he visto patinar desde hace años pero creo que usted no se fijó que yo estaba aquí.

        Silencio.

        
-Nunca nos habíamos hablado antes de la Posada, verdad?
        
-No.
        
-Y ya no lo he visto patinar, ¿ya no patina?
        
-De voladas...
        
-Y ya no lo he visto venir al parque tampoco, ¿ya tiene novia?

        Siento un estremecimiento y mis latidos se aceleran... y así contesto rápido:

        
-No, no tengo novia...
        
-Me lo jura?
        
-Lo juro

     
   
Silencio...

        
-Vengase, caminemos. Y se dirige hacia la Concha del Eco, yo veo por todos lados pero no encuentro a la cholera. No había duda quien dominaba la situación aquí, o en cualquier parte, y yo sentía aprensión, ansiedad, estaba entre camagüe y elote, entre machito o mariquita... y pensé no había salida esta vez, tenía que declararme.
        Agachándose ella entra a la Concha del Eco..., por inercia la sigo... no había nadie dentro... ella se da media vuelta, me mira rápidamente, y agachándose un poco pega sus labios contra mis labios, abro mi boca por intuición y siento su lengua jugar con la mía, mi libido se alerta, ella se pega... ¡qué rico!... Alguien entra gritando y rápidamente nos separamos, eran dos cipotes de 5-6 años haciendo eco... ella sale y yo la sigo.

        
-Sólo me dieron permiso por una hora, vamos a buscar Argelia, -me dice.

        Yo me sentía como endrogado, autómata, no pensaba sólo reaccionaba, era algo nuevo para mí, sabía lo conocería, sabía llegaría, pero ya tratándolo lo sentí tan mágico!... y había sentido algo tan rico que me hizo mojar!
        Argelia estaba sentada en una de las muchas bancas diseño medieval de duro cemento que estaban esparcidas a lo largo de la orilla del Parque.

        
-Déjeme aquí, nos vemos el miércoles en la Posada, -me dijo y se fue.

        Pero precisamente ese día miércoles el negocio de pólvora de mi madre frente al
Parque Libertad agarró fuego, y aunque no hubo muertos, las pérdidas económicas eran sustanciales y la familia se hallaba como en un velorio y no pude ir a la cita... pero al siguiente día Argelia me dijo que Sonia entendía porque no pude ir pero me esperaba el viernes en la Fiesta de Navidad del parque.
        El Parque Infantil celebraba el 23 de Diciembre la Fiesta Navideña y el Día de los Reyes en Enero, con comida, bebidas, payasos, magos, y entrada gratis a todas la ruedas. La regla era que a esos vaciles se iba hasta los doce años y estaba seguro allí no andaba mi mara.
        Yo la vi y ella hizo seña de esperarme... me puse chiva... ella y la sirvienta atraviesan el puente tipo medieval al interior del parque, ya dentro la chole se va por un lado y Sonia se dirige de nuevo a la Concha del Eco, yo la sigo unos metros atrás, ¡man! se ve bien chula, buenísima dirían los grandes, estoy menos nervioso... ella entra a la Concha, y luego sigo yo... había una madre y sus tres niños adentro...

        
-Sólo un rato,... ¡Feliz Navidad!... para que se recuerde siempre de mí... –y puso en mi dedo anular un anillo que me quedó al dedo..., la mamá y sus niños salen y nos quedamos solos.
        
-Y si se dan cuenta que... -no me dejó terminar pues me calló con sus labios... fue un beso largo, que un año después que lo recordaba aún me estremecía, luego ella comenzó de nuevo a dominar la situación, se dio vuelta como si para ver si venía alguien, pero de paso se pegó y apretó sus caderas contra mí, y con clase puso mi mano en su pecho, y mientras nos besábamos sentí ella empezó levemente a moverse... entonces fue cuando sentí lo que no había logrado con mis manos... sólo dura segundos pero en momento extraterrestre!..., ¡y tan adictivo!... ¡de pronto oímos rizas!, chiviados volteamos y allí riéndose burlescamente nos miraban dos hermanas que las apodábamos las fofis, ¡el Diario de Hoy y La Prensa Gráfica del barrio!, eran dos chavas de la misma edad de Sonia, pero eran federicas, bayuncas, y chismosas.
        -¿Estás loca Sonia? ¿Te has vuelto sátira? –Le dijo a Sonia una de ellas mientras ambas daban media vuelta para irse.
        -Pasmadas. –fue la única réplica de Sonia... luego volviéndome a ver me dijo mejor nos vamos e hizo movimiento de salir, pero yo me quedé.
        -Mejor me quedo, para no regarla más.

        Ella entonces vio en dirección de mi región genital, y noté hizo una críptica sonrisa que cuatro años después se la vi a otra mujer desnuda en la cama.
        Había eyaculado y manchado mi pantalón, parecía una buena miada que me hizo quedarme ahuevado casi una hora dentro de la Concha.
        Nos despedimos quedando en vernos el sábado siguiente.
        En mi barrio le llamábamos sátiro al que le gustaba los niños como objeto sexual. Hoy le llamamos pederasta, o pedófilo.
        ¡Las fofis sabían como insultar!
        Yo estaba entonces totalmente enculado, no me despegaba del anillo, tenía una linda piedra roja y aro de oro, adentro tenía grabado Sonia y 18 k. Lo mantenía en mi bolsa del pantalón pues no podía usarlo en el dedo por dos razones, una que me lo verían y preguntarían, y la otra es porque soy uno de los poquísimos terrícolas que son alérgicos al oro.
        Fue la última Navidad que viví en ese barrio, hacía más de cinco años mi padre consiguió casa en la Colonia Santa Lucía, en Ilopango, y mi madre estaba próxima a mover su negocio que nos tenía atados allí. El terremoto de 1965 había condenado complejo de apartamentos a muerte y habían ordenado demolición en marzo del siguiente año.
        Todas las familias se hallaban empacando, familias con las cuales había nacido y crecido ya nunca más las volvería a ver y fue una emocional y melancólica Navidad.
        Cuatro días después, el Día de los Inocentes, me encaminaba a mi complejo de apartamentos por el callejón Costa Rica en plena mañana, el callejón corría detrás del mesón desde la Escuela Laínez y terminaba en lo que se llamaba Botón Azul... un carro se para enfrente de mí y salen dos tipos, eran los hermanos de Sonia, uno tenía 20 años y el otro 17, yo intento correr pero tenía las salidas cerradas, el de 20 me sale al paso y me agarra, el de 17 se acerca y me pega con un puño en la boca, y con el otro en el ojo, el de 20 me deja caer contra la pared y reboto al suelo, siguen dos patadas más, siento me agarran mis manos, las sueltan y luego buscan en mis bolsas, me quitan el anillo, una patada más y se van.

        
-Hay que llevarte a la Cruz Roja mijo, -era la señora que vendía en la entrada del Botón Azul.

        Me partieron el labio, un pijazo que me cerró el ojo por tres días, un pequeño corte en la cabeza, y me jodieron dos costillas... La policía avisando primero a mi madre, me llevó a la
Cruz Roja,... tanto mi madre como la policía me interrogaron, pero me mantuve diciendo que no conocía a los que me taleguearon.
        Pero mi marita ya sabía que pasó, las fofis habían regado la bola...
        Pero a ella ya no la volví a ver hasta tres años después.
        Me hallaba esperando la Ruta 29 sobre la Primera Calle Oriente, media cuadra al occidente del pequeño parque de la quemada iglesia San José, enfrente de la parada de buses había un lugar que un rótulo decía El Núcleo. El olor a marihuana y música rock salía siempre de allí, ese día Tobacco Road de Tierra Rara sacudía la entrada.
        Cuando el movimiento hippie lo había masacrado Charles Manson en Estados Unidos, en El Salvador comenzaba, y El Núcleo era el concentradero de los hippies declarados ... de allí venía saliendo Sonia con una pareja. Se veía descocada con el pelo negro hasta la cintura, pantalones bien acampanados, blusa de manta blanca con trazos sicodélicos y el chingo de pulseras en ambas manos, se veía pálida, delgada, pero siempre bonita... cruzó la calle en mi dirección, me ve por un instante como si creyendo reconocer a alguien, pasa un metro cerca de mi, sus ojos encendidos hacen un gesto de duda, titubea... pero siguió su camino.
        Yo me di cuenta que no había sentido absolutamente nada después de tres años.
        Y era porque entonces, ya de 16 años -pero andando en 17-, estaba súper enculado de una secretaria de 21 años.
 
        Diciembre/2007

Tamen

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