LA FRANCIA

PIERRE DE RONSARD
1524-1585

SONETO A ELENA

Cuando trémula avives el fuego que destella,
hilando y devanando cabe el hogar sentada,
al modular mis versos dirás maravillada:
--Ronsard cantó mis años, yo era joven y bella.

Velando tu fatiga, te hablará la doncella,
viendo cómo se enturbia de sueño tu mirada:
-El amó tu belleza, y en su canción alada
puso tu nombre y puso toda su gloria en ello.

Yo dormiré en el césped, fastasma vagaroso,
y los mirtos oscuros me darán reposo;
tú, blancos los cabellos, en tu sillón rendida,

Lamentarás llorando mi amor y tu desvío...
No espero a la tarde, que fuera desvarío:
Coge desde temprano las rosas de la vida.

 

VÍCTOR MARIE HUGO

POEMAS
(del libro Las Contemplaciones)

Aunque pálida fue de color rosa,
no muy alta y con larga cabellera,
a menudo decía: No me atrevo.
Algo que jamás dijo fue: No quiero.

Iba a buscar mi Biblia por la noche
y enseñaba a leer a su hermanita,
alumbrando aquél joven corazón
como alumbra una lámpara tranquila.

En aquel libro santo que venero
se posaban sus ojos de pureza;
una estaba allí aprendiendo a leer,
y la otra aprendía allí a pensar.

A la niña incapaz de leer sola,
acercaba su frente deliciosa,
y era toda dulzura sus palabras,
que parecían ser las de una abuela.

Le decía: Tú tienes que ser buena,
y al demonio jamás se lo nombraba;
y vagaban sus manos por las páginas
pasando de Moisés a Salomón,

del gran Ciro que vino de la Persia
al terrible Moloc y a Leviatán,
del infierno al que baja el buen Jesús
al Eden en que el Diablo serpentea.

Yo escuchaba... ¡Qué júbilo más grande
ver a las dos hermanas ante mí!
Se embriagan mis ojos en silencio
con aquella dulzura inexpresable.

Y en el humilde cuarto, los tres solos,
como ocultos allí, donde sentíamos
entrar por la ventana muy abierta
el aliento del bosque y de la noche,

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mientras atentas a aquel texto augusto
leyendo con fervor sus corazones,
aprendían verdad, bien y justicia,
parecíame a mí, gran soñador.

escuchar unos cantos de alabanza
como si aquél fuese un lugar sagrado,
y ver entre los dedos de mis ángeles
que el gran libro de Dios se estremecía.

¡Nunca insulteís a la mujer caída!
Nadie sabe que peso la agobió,
ni cuántas luchas soportó en la vida,
¡Hasta que al fin cayó!

¿Quién no ha visto mujeres sin aliento
asirse con afán a la virtud,
y resistir el vicio del duro viento
con serena actitud?

Gota de agua pendiente de una rama
que el viento agita y hace estremecer;
¡perla que el cáliz de la flor derrama
y que es lodo al caer!

Pero aún puede la gota peregrina
su perdida pureza recobrar,
y resurgir del polvo, cristalina,
y ante la luz brillar.

Dejad amar a la mujer caída,
dejad al polvo su vital color,
porque todo recobra nueva vida
con la luz y el amor.

Tamen

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