ALFREDO ESPINO
1900-1928

         Su poesía exalta el terruño como la fuente suprema de la inspiración. Dotado de excepcionales condiciones para el verso, escribió una obra de formas y contenidos irregulares, proclive en algún caso a la canción fácil, a la rima forzada cuando no a la descripción obvia del paisaje. Tal hecho se explica en razón de que toda su poesía es de adolescencia. El poeta vivió un poco más de 28 años (nació el 8 de enero de 1900 y murió el 24 de mayo de 1928), muchos de los cuales los pasó en Ahuachapán y Santa Ana, y otros en San Salvador donde cursó la carrera de leyes en un ambiente de bohemia, como se estilaba en aquellos tiempos.
        No obstante que Espino, hijo del poeta Alfonso Espino y de la educadora Enriqueta Najarro, escribió únicamente 96 poemas, y gracias al entusiasmo de su padre, la generosidad de Masferrer que leyó la recopilación de trabajos sueltos, y con el apoyo de un grupo de amigos y admiradores, sus poemas se reunieron en un pequeño libro al que se llamó JÍCARAS TRISTES en 1930, el cual está dividido en seis partes: Casucas, Auras de Bohío, Dulcedumbre, Panoramas y Aromas, Pájaros de Leyenda, El Alma del Barrio; causó tal impacto en los medios cultos del país que, en pocos años, se convirtió en el libro preferido de diversas capas de la sociedad salvadoreña. La oficialización de los poemas de Espino es un fenómeno aún no explicado por quienes se dedican a la crítica literaria.
        Hay que explicar, también, que los poemas juveniles de Alfredo Espino reflejan una situacion personal, anímica, y que los mismos fueron escritos en un medio social muy próximo al feudalismo agrario. Su visión, el poeta ve, siente, recoge "piedras preciosas" donde hay güijarros y hambre.
       El paisaje bellísimo de
El Salvador, exhuberante, lleno de luces y colores. Y no es que Espino deliberadamente haya ocultado el drama, sensible y cristiano como era; simplemente, para él todo debería ser belleza, pues si la naturaleza era pródiga, igual debería ser el alma humana y el sistema social. En uno de sus poemas más divulgados, Ascensión, donde nos da su visión del hombre y el mundo.
        Al igual que Darío para los nicaragüenses, Espino se ha tornado por el gusto popular, es "nuestro paisano inevitable". Recibió el elogio de casi todos los escritores salvadoreños: Claudia Lars, Trigueros de León, Hugo Lindo, Gallegos Valdés, Oswaldo Escobar Velado, Hernández Aguirre, para citar unos cuantos. ¿Porqué esa consagración? ¿Porqué está calificación de "poeta nacional", "cantor de las cosas sencillas del terruño"? ¿Porqué esa devoción de la mayoría de los lectores hacia Alfredo Espino? La reflexión cabe ahora que la literatura salvadoreña se orienta por otros rumbos, alejados de lo bucólico, lo folclórico, lo meramente descriptivo, en un intento de superar el paisaje y recoger la voz del hombre que, hoy más que nunca, reclama, exige, un pedazo de tierra, un rancho, una vida propia producto del trabajo bien remunerado, y ¿por qué no "un lucero, un te quiero y un cafetalito en flor"?
 

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