HUGO LINDO
1917-1985

        Hugo Lindo nació en la oriental ciudad de La Unión en 1917 y murió en San Salvador en 1985. Un poeta de gran proyección en las letras hispanoamericanas de su época, y ejerció una marcada influencia en la literatura del país. Fue en su tiempo abogado, agudo crítico literario, novelista y poeta. Fue embajador en Chile, España y Colombia.

        Entre sus obras narrativas publicó: "Guaro y Champaña" (cuento, 1947), "el Anzuelo de Dios" (novela, 1956), "Aquí se cuentan cuentos" (cuento, 1959),  ¡"Justicia, Señor Gobernador"! (novela, 1960), "Espejos paralelos", y entre sus poemarios está el titulado "Navegante Río".

3 A.M

-Madre, ¿de qué son las olas?
-Son de jade movedizo
-¿Y los horizontes?... ¡de vidrio!
-Madre, yo quiero quebrarlos...
 
Madre, ¿de qué son las velas?
-Son de sueño...
-¿Y los novios?
-¿Los novios? ¡de aventura y de
esperanza y de hechizo!...
-¿Verdad, madre, que me harás
una gorra de marino?
 
-Madre, ¿adónde van los viajes?
-¿Los viajes?... van al olvido...
-Y los barcos que no viajan,
¿porqué se quedan?
-¡Por los niños!...
-Madre cuando sea grande,
¡yo también me iré al olvido!...

EL VERBO NOS AMPARE

Yo soy, tú eres, él es...
En el aire se deshacen
los pronombres y los verbos
por la herida de la tarde.
 
Yo, tú, él, nosotros, todos
encadenados de márgenes:
cada uno es cada uno,
nadie es el otro ni nadie:
no hay un corazón tan grande
que empuje por nuestras venas
la caridad de otras sangres...
 
Yo, tú, él... y nuestras casas
firmes de lodo y mármoles,
con puertas y con paredes,
ventanas y barandales...
 
Yo soy, tú eres, él es...
¡Que el verbo nos ampare
ahora que conjugamos verbos más puros y grandes!
 
Porque yo guardo memoria
de un tiempo de eternidades,
en donde todo era yo,
todo eras tú, y él, y nadie:
que las divididas casas
no tenían ni señales,
ni los arroyos corrían,
ni se encrespan los mares,
ni las sombras de los cielos
inundaban las ciudades:
de un tiempo que no era tiempo,
de un todo que no era partes,
de un magnífico pronombre
sin cercos, muros ni alambres...
 
Yo soy, tú eres, él es...
Más alla de ti no hay nadie:
¿Quién te demuestra mi esencia?
¿Cómo tu pena me llague?
¿Por qué ruta su alegría
ha de llegar a tus valles?
 
La noche que se avecina
con sus amarillos cálices,
no aprendió las incompletas
verdades gramaticales:
ella es noche, porque no es:
porque la luz no la invade,
porque su callada pulpa
no es rota por los alfanjes,
porque no tiene riberas,
contornos, perfíles, madres:
porque discurre en sí misma
y en sí se completa y vale:
porque no es un yo ni un tú,
porque no es un él ni un nadie,
porque resume en sus ámbitos
el Todo inmenso, sin partes:
porque su aroma de estrellas
en los jardínes del aire
no tiene nombres pequeños
en los pliegues de sus cálices.
 
Yo soy, tú eres, él es...
Nosotros NO SOMOS...
¡Abre
Adán. tu conciencia sorda!
¡Rompe el muro de tus carnes!
¡Sé tú, sé yo, y él, y todos,
de modo que nos ampare
una sola realidad
y un solo fuego nos marque!
 
 
 
 
 
 
 
 

CANTO XXI

Todo el dolor te navegaba por la sangre.
Un río largo descendía por la historia
hasta llegar a tu lugar preciso.

La sombra iba nadando sobre el río.
El aire
le pasaba la mano suavemente.

Y los sauces lloraban siglo a siglo
sus hojas,
su rocío,
su ternura,
para amparar la soledad del hombre.

Pero era menester que te agobiara
la carga de los días.

Que la noche
se te echara en el alma y te mordiera.

Que la razón del mundo y su pregunta
se te enroscaran en la voz.
Que el vino fuera
vinagre ya en las comisuras.

Y era
indispensable el fuego de los ojos
la sal atroz,
madrina de su brillo.

Y la espina del paso.
Y la aterida
mordida del invierno en la piel tensa.

Sin eso
no serías el hallazgo,
la flor abierta al ámbito del día,
la mano recia
ni la mano dulce.

Sin eso, simplemente, te hallarías
mineral,
vegetal,
seco,
vacío,
rondando apenas el envés del mundo.

La rosa se te dió,
gloria en la vista,
miel del olfato,
levedad del tacto,
porque lloraste encima de sus brotes.

La luz se te otorgó
porque venías
silencioso y sangrante
por el túnel.

La vida misma circuló en tus venas
porque es rojo el color de los suplicios.

Y el amor llegó a ti,
quedó en tu casa,
echó raíces y engendró milagros,
porque venía ya de otras edades
en tu propio dolor,
tu propio tiempo,
tu propio río,
en fin,
tu propia historia.

 

 

 

 

 

 

 

 

          ¿NO ÉS ÉSTO?

          No és ésto
          lo que quiero decir.

          Ni ésta otra cosa.

          Y cada vez que pienso una palabra
          digo
          o es ésto,
          no.

          Cubre una red sonora
          un extenso vacío.

          Quiero cantarlo todo
          desde el centro
          de su más pura realidad,
          desde el milagro
          que vibra en tierra
          y vuelva el sentido y aire y fuego y agua,
          desde la elemental
          y dormida sustancia de la arena
          hasta el metal dorado
          que hace brotar las lámparas del día.

          No és ésto,
          no.
          Todavía no es ésto.

          Mejor borremos una a una, todas
          las palabras escritas.

          No.
          Todas, no.

          Bien pudiera haber una,
          quizá solamente una,
          que lo diga.

Tamen
 
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