LA PARTIDA
¡Todo acabó! la vela temblorosa se despliega a la brisa de la mar; y
yo dejo esta playa cariñosa en donde queda la mujer hermosa, ¡Ay!, la sola mujer
que puedo amar.
Si pudiera ser hoy lo que antes era, y mi frente batida
reclinar en ese seno que por mi latiera quizá no abandonara esta ribera y
a la sola mujer que puedo amar.
Yo he visto hace tiempo aquellos ojos que
fueron mi contento y mi pesar; los amo, a pesar de sus enojos, pero abandono
Albión, tierra de abrojos, y a la sola mujer que puedo amar.
Y rompiendo
las olas de los mares a tierra extraña iré patria a buscar; más no hallaré consuelo
a mis pesares, y pensaré desde los extranjeros lares en la sola mujer que puedo
amar.
Como una viuda tórtola doliente mi corazón abandonado está, porque
en medio de la turba indiferente jamás encuentro la mirada ardiente de la mujer
que puedo amar
Jamás el infeliz halla consuelo ausente del amor y la amistad, y
yo, proscrito en el extranjero suelo remedio que no hallaré para mi duelo, lejos
de la mujer que puedo amar.
Mujeres más hermosas he encontrado, más no han
hecho mi seno palpitar, que el corazón ya estaba consagrado a la fe de otro
objeto idolotrado a la sola mujer que puedo amar.
Adiós, en fin. Oculto
en mi retiro, en el ausente nadie ha de pensar; ni un solo recuerdo, ni un
suspiro me dará la mujer por quien deliro ¡ay! la sola mujer que puedo amar
Comparando
el pasado y el presente el corazón se rompe de pesar, pero yo sufro con serena
frente y mi pecho palpita eternamente por la sola mujer que puedo amar.
Su
nombre es un secreto de mi vida que el mundo para siempre ignorará, y la causa
fatal de mi partida la sabrá sólo la mujer querida ¡Ay!, la sola mujer que puedo
amar.
¡Adiós!... Quisiera verla..., más me acuerdo que todo para siempre va
a acabar: la patria y el amor, todo lo pierdo..., pero llevo el dulcísimo recuerdo de
la sola mujer que puedo amar.
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